Peligro en la aldea de las letras

Peligro en la Aldea de las Letras, de María Eugenia Mendoza Arrubarrena. Publidisa Mexicana, México, 2008.

Por Anabel Sáiz Ripoll.

Hilaria es una jovencita vivaz, lista y muy observadora. Le gustan mucho las tareas escolares y disfruta aprendiendo, por eso participa en un concurso muy especial que le brindará la posibilidad, no solo de ganar un estupendo viaje, sino la de conocerse mejor a sí misma y a su propia familia, porque Peligro en la Aldea de las Letras viene a ser un viaje iniciático muy especial, ya que son las propias letras quienes, en sus especiales papeles de generadoras de la escritura y las palabras, se convierten en guías de excepción de Hilaria quien, ni por un momento, duda de que la Aldea de las Letras, a la que viaja de una manera casual, sea real; es más, vuelve a ella en un momento puntual para defenderla de ataques externos que hacen que el idioma se tambalee.

En esta ocasión, María Eugenia Mendoza Arrubarrena defiende el idioma, defiende la importancia de las lenguas maternas en el mundo, en este mundo global en que parece que solo dominen unas cuantas lenguas y las otras queden postergadas porque cualquier lengua, si sirve para comunicarnos y para entendernos, es importante. La escritora mexicana se centra en la Aldea de las Letras del español, pero puede aplicarse a cualquier idioma.

Interesa mucho el personaje de Hilaria, la niña protagonista, quien, con la ilusión intacta y las preguntas a flor de piel, pronuncia una encendida defensa de la letra hache que conmueve a todas las letras de la Aldea. Debido a un correo electrónico que recomienda la simplificación ortográfica, Hilaria encuentra el tema de su redacción y de su discurso, ya que la letra hache es muy importante para ella: ni más ni menos, es la letra de su inicial, pero estos son motivos egoístas que ella sabe superar y acaba entendiendo que, en el mundo de las letras, como en el de las familias, todos son importantes.

Peligro en la Aldea de las Letras es un texto que combina distintos registros, por un lado, el viaje alegórico al mundo de las letras; pero sin olvidar el entorno de Hilaria (las relaciones con sus padres, con su hermana pequeña, Ana, con su abuela ya fallecida, quien le puso el nombre, con sus amigos, en las escuela), no los aspectos cotidianos del día a día. María Eugenia Mendoza tiene la capacidad de unir, en un mismo relato, distintos registros, hace una defensa de la lectura, de la escritura, critica la pobreza de espíritu de aquellos que quieren reducirnos a seres sin opinión ni capacidad de decisión y, sobre todo, apela a la concordia, al entendimiento.

Un idioma es un ser vivo, que se transforma, y así lo entiende la autora, pero que no admite censuras ni barreras, que es capaz de adaptarse a todas las realidades, pero sin cortapisas.

En definitiva, la novela gustará a los lectores de diez años en adelante, pero también a los adultos puesto que contiene muchos elementos de reflexión. No hay que olvidar también la fina ironía con que María Eugenia Mendoza maneja algunas situaciones y cómo, de manera elegante, resuelve los conflictos, que se plantean en el relato.

El texto contiene el español jugoso de México, buena manera de hacernos entender que, en el caso del español, la madre puede que sea una, pero los acentos y algunas palabras y construcciones son diversas, lo cual enriquece aún más el idioma. Sea como sea, “ninguna letra estorba, ninguna es ociosa, en cambio la pereza mental, la simplificación de las ideas o su anulación, eso sí que daña a la comunicación y a la convivencia humana”.

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