Celda 211

Celda 211. Francisco Pérez Gandul. Lengua de Trapo. Madrid. 224 páginas. 16€.

Por José Luis Muñoz Díez.

Cuando me propusieron hacer una reseña de la novela La Celda 211, escrita por Francisco Pérez Gandul y publicada por Lengua de trapo en 2004, pensé: ¿Para qué le hace falta una reseña a esta novela, reeditada ahora coincidiendo con el estreno de la película del mismo nombre, adaptada y dirigida brillantemente por Daniel Monzón?  Seguro que cuando la lean, le habrán dado  todos los premios posibles.
Al tener de nuevo el libro entre las manos, ahora con la cara, desafiante y desvalida, de Luis Tosar en su portada, volvió, apenas releídos los tres primeros renglones, a engancharme cómo lo hizo la primera vez, olvidando la película del mismo modo que cuando la vi olvidé su precedente y cambió mi opinión sobre la oportunidad de la reseña. La celda 211 merecerá siempre ser reeditada y reseñada, al margen del relumbrón de los focos. La novela, bien construida y llena de matices, nos cuenta cómo Juan Oliver, por la dureza del medio en el que crece, el campo, se ve obligado a ser funcionario de prisiones y cómo por azar, estar de visita en la cárcel a la que se iba a incorporar al día siguiente cuando estalla un motín, a ser Calzones, un preso más dentro de esa violencia y bajo las ordenes del recluso que lidera la revuelta: Malamadre.
La narración de Pérez Gandul captura al lector desde un principio, con una especial habilidad entremezcla acciones paralelas, en las que hace uso de un lenguaje rico, preciso, y del que se sirve para establecer las diferencias de cada personaje, riqueza que  no sólo nos aporta información sobre la historia, tiene más calado, sino que nos marca  los muy diferentes cristales del periscopio por el que se puede mirar la vida o interpretar un mismo hecho, en este caso un motín carcelario. En el interior de la prisión los reclusos son un hervidero y no tienen nada que perder, vapuleados, sobreviven con la contradicción de sentirse, por tiempos, deudores y acreedores de una sociedad que los castiga y da la espalda, dejándolos a merced de las reglas que los más fuertes  imponen dentro de la prisión. Por otro lado, la Administración y los poderes políticos, con su discurso hermético nos recuerdan que sofocado el calentón nada va a variar. En medio de ese caos reina Malamadre, un personaje en el que caben todos los registros, todos los colores, todos los dolores infligidos y sufridos. Esconde sus sentimientos bajo mil capas para que no se trasparenten sus limitaciones, sus dudas, sus miedos o su ternura, porque si algo de eso se supiera, perdería su privilegiado lugar en el infierno.
Todo esto nos lo cuenta Francisco Pérez Gandul en una novela carcelaria y negra, sin precedentes en el género por su riqueza y calidad, y nos lo cuenta magníficamente bien.  Les animo a que la lean aunque hayan visto la película, y si la han visto y les ha gustado, con más motivos, les aseguro que les sorprenderá. La película es un ejercicio visual extraordinario, pero la novela retrata mejor la desalentadora y turbia realidad.

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