La balsa de piedra

Por Carlos Valdés.

Ha muerto José Saramago. La suya ha sido una historia de esfuerzo y trabajo duro desde que nació, en 1922, en Azinhaga, en el seno de una familia de jornaleros. Aunque enseguida se mudaron a Lisboa, las condiciones no mejoraron lo suficiente como para que José terminara sus estudios técnicos y tendría que simultanear trabajos durante gran parte de su vida, escribiendo para periódicos y revistas literarias al tiempo que se ganaba el pan como administrativo. Con todo, aún sacaba tiempo para tener ideas políticas, lo que le valió no pocos problemas en una época difícil para Portugal. Afiliado al Partido Comunista de Portugal desde 1969, sus problemas no terminaron cuando la Revolución de los Claveles condujo a la democracia. En 1991 el gobierno del PSD censura de facto su novela El Evangelio según Jesucristo por considerar que constituía una ofensa a los católicos. Esa censura se concretó en la negativa a presentar la obra al Premio Literario Europeo de 1991. En ese momento, Saramago se exilia a Lanzarote, aunque viaja a Lisboa con frecuencia. Como todo el mundo sabe, recibe el Nobel de Literatura en 1998.

Saramago nunca fue una figura cómoda ni en política ni en literatura. En lo primero basta con sugerir al lector interesado que bucee en la fértil tradición del iberismo republicano, de la que se declaraba convencido. Literariamente pagó con el desdén de la crítica sus comienzos: una novela de juventud, Tierra de pecado, que no tuvo gran acogida, y unos poemarios al margen de las vanguardias que aún coleaban en Portugal. Desde ambientes elitistas se le acusaba de costumbrismo, de escribir demasiado apegado a la tierra. Hasta la publicación de Memorial del convento, en 1982, no se consagrará como novelista, aunque Levantado del suelo ya le granjeó algún reconocimiento y se considera la obra en la que el llamado estilo saramaguiano ya es adulto.

Sus siguientes novelas (Ensayo sobre la ceguera, Todos los nombres, La caverna, Ensayo sobre la lucidez, etc., todas ellas publicadas por Alfaguara) tenderán cada vez más a una literatura alegórica en la que el autor reflexiona sobre las preocupaciones del común de los mortales, a saber: la muerte, Dios, la rebeldía, la justicia social, las posibilidades reales de cambio…, y conocerán un éxito de ventas inusitado para un autor portugués en España (aunque estoy seguro de que mucho de su público lo veía ya como a un paisano e incluso a mí se me hace extraño incluir este obituario en la sección de narrativa extranjera).

No he frecuentado mucho la obra de Saramago, pero entre lo que he leído me quedo con La balsa de piedra. Obra rica en niveles de lectura, configura un gran teatro del mundo en el que la ironía y la sátira matizan una crítica feroz a la desigualdad, a la desmemoria y a la injusticia que rigen la política de nuestros tiempos. Esa tirantez entre identidad y reconocimiento se plasma en una Península Ibérica que flota a la deriva ante el desdén generalizado.

Saramago siempre mostró un respeto por sus sencillos personajes que se hace cada día más difícil de encontrar. Así, a bote pronto, solo me viene a la cabeza John Berger, con su magnífica trilogía De sus fatigas (publicada también en Alfaguara), con el que comparte una manera de tratar las vicisitudes humanas llena de consideración, sin caer en victimismos ni en sensiblerías.

Teniendo en cuenta que Saramago era un ateo convencido, me ahorraré los DEP y demás fórmulas. No pasaré por alto, sin embargo, recomendar a los lectores sus obras. Si no lo han leído, les recomiendo atacar primero Casi un objeto, un excelente libro de relatos con el que se van a sumergir sin esfuerzo en el mundo saramaguiano. Si lo leyeron, entonces ya saben.

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