El amanecer de los conejitos suicidas

Por CarasB.

Foto: El amanecer de los conejitos suicidas

Por alguna extraña razón nos reímos cuando vemos a alguien darse un estrepitoso golpe del que ha salido más o menos airoso (lo contrario, es decir, seguir riéndonos cuando el susodicho está retorciéndose en el suelo habría que hacérselo mirar por un especialista). Nos hace gracia la torpeza, los gestos exagerados de dolor, saltitos en el sitio cuando uno se ha machacado el dedo gordo del pie o pequeños saltitos en cuclillas si el golpe ha sido en la entrepierna. Algo similar sucede con El amanecer de los conejitos suicidas de Andy Riley (Astiberri Ediciones), cómic donde, viñeta tras viñeta, vemos a unos dulces conejitos blancos, con igual cara de bonachones que de pasotas, tratando de suicidarse de mil y una maneras estrafalarias, fallando y volviéndolo a intentar hasta conseguirlo finalmente. Y nos reímos porque pasamos la página y ahí tenemos otra viñeta, mismo conejito (no pensamos que se trate de otro aunque pueda serlo) y creemos, por tanto, en el don de la inmortalidad.

Contrasta la delicadeza de los conejitos con las burradas a las que se someten (o a las que los somete Riley, para el caso es lo mismo). Algunas viñetas dan verdadera grima y otras, por el contrario, son de un surrealismo tan inesperado que se te escapa sin más la carcajada. Los conejitos están en una batalla de Star Wars, en un partido de Quidditch, poco antes de que el capitán Ahab lance un arpón contra Moby Dick o también en la travesía de Moisés por el mar Rojo, donde sabemos por experiencia que los conejitos se van a llevar sin duda la peor parte: el mar volverá a su sitio y los conejitos desaparecerán entre gigantescas olas.

De alguna manera, la gracia también proviene de la identificación con los conejitos. Sí, he dicho identificación y es que vemos el afán de los conejitos por suicidarse y es como cuando a uno le dan ganas de mandarlo todo al carajo y no puede y valora un posible suicidio que sabe que no llevara a cabo pero cuyo planteamiento no deja de ser extrañamente gozoso. En definitiva, viendo lo mal que están las cosas, las faenas que hay que soportar día tras día sin que parezca que vayan a tener fin, El amanecer de los conejitos suicidas es un estupendo regalo para estas navidades, un libro objeto donde nos podemos regodear e identificarnos con las escenas de esos dulces conejitos inmortales.

Andy Riley ha publicado también Grandes mentiras para niños pequeños, Cerdos egoístas y Hágalo usted mismo, todos en Astiberri Ediciones. Su tira semanal Roasted se publica en The Observer.

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