Platero y yo o el color de los recuerdos

Por Anabel Sáiz Ripoll.

En la Navidad de 1914, ediciones de La Lectura, de Madrid, publicó en la colección Juventud Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. No se trata de un libro estrictamente infantil, aunque los niños se lo han apropiado, como tantos otros clásicos. El propio autor afirmaba que los niños podían leer de todo, con las consabidas excepciones y añade, en la advertencia que incluye en su edición de Platero y yo, sabedor de que su lectura se orientaba hacia el público infantil: “… no le quito ni le pongo una coma”.

Juan Ramón Jiménez suele calificarse como un poeta difícil, pero de fina sensibilidad. Destinaba sus obras “a la inmensa minoría” y buscaba siempre la perfección. El poeta andaluz fue galardonado en 1954 con el Premio Nobel de Literatura, como escritor “soñador e idealista”.

Para Juan Ramón, que fue un aristócrata del verso, el arte es algo selecto que ha de orientarse a la perfección, la cual se logra, no con artificios, sino empleando palabras sencillas y naturales. El poeta fue un artista exigente consigo mismo y con los demás.

Este andaluz universal, tuvo una salud delicada, presidida por distintas crisis espirituales. Sus inicios pueden calificarse de modernistas, aunque no con un Modernismo rutilante, sino con ese otro Modernismo más íntimo y sobrio, muy en la línea de Bécquer. Precisamente a esta primera etapa corresponde el libro que hoy estamos recomendando Platero y yo, subtitulado “Elegía andaluza”, puede calificarse de poema en prosa, ya que contiene un ritmo y una candencia que así lo atestiguan. Se trata de un libro traducido y publicado en varios idiomas. Es un texto que ha sido muy empleado en los colegios de este país para introducir a los niños en la lectura. Los que ya tenemos unos años, aprendimos, en las páginas de lecturas escolares, a amar a este borriquillo suave como el algodón.

La obra, organizada en 138 breves capítulos, mantiene un breve esquema argumental, la amistad del poeta con el borriquillo de Moguer. No obstante, es mucho más que eso, porque, gracias a estos cuadros poéticos, el poeta refleja sus propias vivencias, su mundo íntimo, tan delicado y profundo, sus anhelos, sus pesares. Juan Ramón llena de poesía cualquier elemento y nos ofrece un retablo poético lleno de ternura, melancolía y nostalgia. No es un libro alegre Platero y yo, sino que es un texto reflexivo, sobrio, cuajado de añoranza. No obstante, la presencia del borriquillo ha hecho que se destine a los más pequeños. No nos parece mal, no obstante, ha de haber un adulto cerca para orientarlo, para hacerle entender algunas escenas, para ayudarlo a adentrarse en el mundo en donde la vida y la muerte van de la mano, porque Platero muere y eso hace que el delicado entramado que ha tejido el poeta sufra un hondo revés.

Cabe añadir una particularidad conocida de todos y es que Juan Ramón no empleaba la letra “g” cuando se refiere al sonido “j”. Conviene explicárselo a los niños antes de iniciar la lectura.

Hay muchas ediciones del texto. No obstante, la de la Editorial Juventud, publicada en este mismo año 2010, se muestra respetuosa con el original, no adapta el texto y no pone intermediarios entre Juan Ramón Jiménez y los lectores. Añade, eso sí, el matiz importante de las ilustraciones, a cargo de Jordi Solano, quien, en blanco y negro, con tonos grises, va reproduciendo ese clima evanescente que describe Juan Ramón Jiménez. Gracias a Platero y yo penetramos en el ambiente sereno de un pueblo marinero, lleno de luz, de colores. Por lo tanto, Jordi Solano hace bien en no cargar sus ilustraciones, ya que las palabras de Juan Ramón están suficientemente coloridas para que el lector imagine el escenario o lo intuya. Interesa destacar también la reproducción que hace el poeta del habla andaluza, con su especial cadencia.

Platero y yo, en suma, es un libro que contiene historias sencillas, historias cotidianas de Moguer. Juan Ramón, con una especial mirada, convierte los aspectos cotidianos en trascendentes. La metáfora y la poesía hacen de este texto un auténtico festín para la sensibilidad.

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