Entrevista a Julián Rodríguez

Por Elvira Navarro.

Los que le conocen dicen que Julián Rodríguez siempre cae de pie. Autor de novelas como Lo improbable, La sombra y la penumbra y Ninguna necesidad, y de libros que se balancean entre lo autobiográfico y lo ensayístico, como Unas vacaciones baratas en la miseria de los  demás y Cultivos, Rodríguez comienza ahora un nuevo ciclo en la editorial Errata Naturae denominado “Piezas breves”. El ciclo se inicia con dos librillos, Tríptico y Santos que yo te pinte, con los que el autor vuelve a enarbolar ese cajón de sastre que es lo intergenérico. Se trata de dos obras que confirman lo que muchos ya sabemos: que Julián Rodríguez está entre lo más estimulante de la narrativa española última.

1. ¿Por qué esa necesidad de clasificar –“Piezas de resistencia”, “Piezas breves”-?

No es nada nuevo. Más que el llamado mal del archivo, esa lección que está, tras Baudelaire, en Warbug (ahora se ha puesto de moda, increíble) y en Benjamin, y en el Bataille de Documents también. Son tres autores (sobre todo Benjamin) que me interesan desde que era adolescente casi. Del archivo policial a la idea de máquina que lo contenga todo… Sobre todo esto estoy escribiendo un libro que pertenece precisamente a esa serie de “Piezas de resistencia”…

2. Tu literatura me recuerda siempre mucho a autores italianos como Pavese o Natalia Ginzburg. Te instalas en una cotidianidad vitalista, con la salvedad de que, a diferencia de los escritores que menciono, tus narradores muestran  una notable frialdad.

Ginzburg y Pavese son para mí claves… Creo que en realidad Pavese ya es muchas ocasiones frío frío, distante: en algunas de sus novelas cortas más que en su poesía, claro. Pero de ambos me interesa la atención a aquello que podríamos llamar pequeños detalles como motor de la narración… A estos nombres sumaría el de Beckett, Handke y alguno más, en una especie de nómina de santos patrones o altar del escritor en ciernes: te «enseñan» a no alejarte de un camino que, aun siendo conocido, trata de huir de lo consabido. Y eso es lo importante en su lección.

3. Me da la impresión de que Tríptico podría haberse publicado con otros textos. Con Santos que yo te pinte, en cambio, la sensación ha sido la contraria: por su intensidad y perfección habría sido contraproducente no dejarlo brillar solo. ¿El proyecto nació tan definido como parece?

Está «definido» ahora, en forma de libro… Al principio, ambos textos formaban parte de un solo «proyecto», pero poco a poco cada bloque fue reclamando su propia autonomía… Quizá, sí, tienes razón: Santos es un texto más complejo… Me gusta que hables de intensidad… No sé si perfección: es un texto que ha sido atacado por mí a lo largo de estos años hasta ofrecer este aspecto: era como el saco del boxeador: yo le pegaba y él no se quejaba: me ha servido de sparring pero también, como todo sparring, me ha enseñado mucho: a tener paciencia, a no dar nada por bueno, a perseverar donde más dificultades hay… Incluso he pensando en ponerlo en escena: contratar a un actor para que lo leyera en voz alta: así me distanciaría aún más de él, así podría corregirlo más aún… Es el texto con el que más rara relación tengo de cuantos he escrito, eso sin duda…

4. Dices que has tardado años en terminar estas piezas. ¿Qué crees que le añade o le quita un fuego tan lento?

Creo que a todo lo que escribo (en realidad, creo que esto le sucede a todo el mundo) le va mejor el fuego lento. Reflexionar sobre lo escrito es para mí tan fundamental como escribir desde cero.

5. Afirmas al final de Santos que yo te pinte que narrar una historia de amor no es un asunto privado, sino público. Explícate.

En muchos sentidos, sí. Uno de ellos, y muy importante, está en la propia palabra: «público», esto es, «perteneciente o relativo a todo el pueblo». La proyección del amor entre dos personas se hizo visible precisamente con el nacimiento de un nuevo tipo de sociedad. Claro que se vive ese amor en privado (entre dos, decía yo… o entre tres o entre cuatro), pero desde el nacimiento de la sociedad, digamos, moderna, creo que está completamente «afectado» por las condiciones de esa misma sociedad: es conformado por aquello que en ocasiones «trabaja» también para que el amor no llegue a buen puerto… Recuerdo siempre esos versos de Maiakowski: «La barca del amor se rompió contra la vida cotidiana», creo que dicen… O quizá ya los he mutado yo… En todo caso, es «esto»: el amor nace, crece o muere en su dimensión pública tanto como privada: lo exterior lo conforma hoy tanto como lo interior. Eso no quiere decir que haya cambiado el grado de intimidad, sino que ésta es una parte sólo de un total que llamamos amor.

Y la escritura, creo, ha de dar cuenta de ello, ha de narrar sin olvidar cuánto de público, incluso de mercancía,  por decirlo gramscianamente, hay en todo amor…

6. ¿Cuáles son tus temas, si es que los tienes? ¿Hay alguno que dispare tu escritura?

Como decía el clásico, amor y dinero son, a veces, la misma cosa. Es decir, hay momentos donde la preocupación por un «suceso» real dispara, como dices, la escritura; en otras ocasiones son ejercicios de médium, es decir, uno se convierte en el «revelador» de lo que le sucedió a otros: entonces funciona el texto como un documento que es a la vez acta notarial, acta judicial y carta de amor: todo en uno… Quiero decir con esto que me interesa tanto lo real como lo que pertenece al territorio de lo que Bataille llamaba «influencias del deseo».

7. Duras decía que es mentira que los escritores renuncien a lo que han escrito. Que no hay manuscritos en la papelera. ¿Pensaste en algún momento en destruir estos textos y no pudiste? ¿Forman parte de otros proyectos que fracasaron?

Siempre he creído que el fracaso era en ocasiones más productivo que el supuesto éxito. Éste, muchas veces, resulta terrible después de un primer momento de, digamos, éxtasis y beneficios. El fracaso bien asimilado, sin embargo, te obliga a pensar, a reflexionar… He destruido más de un texto, otros han acabado siendo parte de nuevos trabajos: con su vieja piel resultaban inanes para mí, pero con la nueva, podían ayudar a que creciera un texto recién nacido: funcionaban como injertos, o, por qué no, como «transfusiones».

En cuanto a los textos de PIEZAS BREVES, casi todos forman parte de proyectos si no fracasados, sí necesitados de esa nueva piel: digamos que el «aspecto» que tienen hoy ante el lector es, por fin, esa piel sin cicatrices: éstas están bajo la capa superficial, quizá sólo pueda apreciarlas el autor.

8. ¿Crees que es apropiado para un escritor trabajar como editor? ¿Qué te da y que te quita Periférica?

Insisto últimamente en que trabajar como editor te ayuda luego a ser más severo aún de lo que ya eras con tus propios textos, te hace más exigente en la lectura de lo que tú mismo has escrito. Además, logra que te acerques a la escritura sólo cuando «sientes/tienes» una gran necesidad de ello: sólo entonces te sobrepones al cansancio de escribir y corregir, a la atracción que tienen otras tareas cuando ya has leído demasiado en un día, etcétera. Creo que trabajar como editor es el mejor remedio para no escribir lo que no necesita ser escrito.

Muchas gracias.

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