White Creek Manor. El secreto de los Hawkins

Por José Vaccaro Ruiz.

White Creek Manor. El secreto de los Hawkins. A. Victoria Vázquez. Neverland Ediciones.

En una zona pantanosa de Louisiana, al sur de los Estados Unidos, transcurre “White Creek Manor (El secreto de los Hawkins)”, emplazada en el siglo XIX. En un entorno donde la bruma, la humedad y el calor dan pie a todo tipo de leyendas de monstruos sedientos de sangre, salidos de las aguas cenagosas del bayou. El cruce y el enfrentamiento de las razas y civilizaciones de los esclavos llegados de África con los colonos blancos es el caldo de cultivo, denso como la atmósfera que rodea el lugar de la aventura, el amor y la fantasía tienen su asiento.

Al lugar acude el protagonista, Edward Hirst, un pintor inquieto, bohemio y enamoradizo que nos irá narrando en primera persona su viaje desde Inglaterra y su estancia allí. En una prosa directa y próxima, la autora, A. Victoria Vázquez, nos hace llegar el espíritu abierto y libre de Hirst, enfrentado a nuevas experiencias, fuerzas ocultas y personajes torvos en una lucha que, página a página, va adquiriendo un ritmo cada vez más vivo e intrigante hasta llegar a un final explosivo.

Si alguna referencia puede darse con otros autores, y por elevación, creo que Robert Louis Stevenson y Bram Stoker serían los más cercanos a esta joven autora dotada de una solvencia lingüística y una aparente sencillez narrativa ciertamente envidiables. Párrafos breves y diálogos vivos dentro de un tono que, si por clásico entendemos la bondad, lo es White Creek Manor.

La forma de desarrollar la trama implica al lector, haciéndole sentirse protagonista, logrando algo tan difícil en la literatura como es identificarse con las cuitas y los sentimientos de Hirst. Esa cercanía es uno de los valores de la novela, con una estructura de capítulos cortos que crean la necesidad y el deseo de seguir avanzando en la lectura. En este sentido, la historia se desarrolla firme y sin flecos innecesarios, de una forma lineal pero contundente, desgranando sin prisas pero sin pausas cada elemento de la narración en su momento justo, lógico y preciso. No hay juegos de manos ni fuegos artificiales, nada que no esté plenamente justificado, distraiga o se aparte del núcleo de la narración, de ahí que atrape desde el principio. La incardinación, particularmente al final, de los personajes en la explicación de los hechos, permite mantener un suspense permanente que solo tiene solución en las últimas páginas. Aunque dejando que el cierre de la historia, la última vuelta de tuerca, deba hacerla el lector, cada lector, por sí mismo. Otra de sus virtudes.

La novedad, los personajes, la prosa y los aspectos sugerentes de la historia son partes de una estructura literaria puestos al servicio, de manera perfectamente trabada, como piezas de un reloj de precisión de la obra en su conjunto. La comodidad y el encaje con que todos estos elementos se incardinan en cada palabra, en cada frase de la novela, son un deleite. Igual que un río que en partes de su curso tiene rápidos o meandros hasta llegar a entregar sus aguas al mar, así es de ajustada White Creek Manor. Ese agua, ese elemento purificador, siguiendo con el símil, es el elemento utilizado por Victoria para construir su novela, y la topografía por donde discurre es la que ella construye y ajusta con su buen oficio de escritora, como un guante en cada línea.

En un momento que el propio formato del libro en papel está en crisis, e industrializada (en el peor sentido de esa palabra) su producción, capítulo aparte merece la cuidadísima edición realizada por Neverland Ediciones. Es el digno marco, la última pincelada del óleo en forma de novela, White Creek Manor, pintada por las manos de A. Victoria Vázquez. La parte gráfica que acompaña como icono el inicio de cada capítulo es un placer, al igual que la distinta caligrafía diseminada por el texto… Sin olvidar los bocetos en forma de apéndice gráfico, supuestamente realizados por Edward Hirst, de los protagonistas del relato. Ello aproxima aun más, si cabe, al lector, a la historia y a sus personajes. Un complemento de lujo a las humildes manchas de tinta sobre papel en forma de palabras que dan soporte a la imaginación creativa de la autora.

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