Si el teatro muere nosotros lo haremos con él

Por Rocío Pastor Eugenio.

Cojan el periódico y vayan a las últimas páginas a ver qué espectáculos tenemos en cartel. Es sorprendente ver las pocas obras de teatro que se anuncian en contraposición de las decenas de películas de cine, musicales y espectáculos de humor y monólogos de todo tipo.

¿Quién está detrás de la desaparición del arte? El teatro siempre ha sido reflejo de la sociedad, siempre se han llevado a las tablas los problemas que acontecían a modo de crítica y de difusión. Pero ahora sólo encontramos géneros de entretenimiento alejados de lo que podríamos llamar cultura, suponiendo que entendamos por cultura aquello que la UNESCO declaró en 1982: “la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones”.

¿Realmente podemos decir que nos aporta “cultura”, una obra sobre como se comportan las parejas en la cama? Creo que no. Sin embargo, esto me trae otro tipo de pensamientos, recuerdos más bien, recuerdos a una época en la que se pretendía asfixiar la cultura, matarla, extinguirla y hacer al pueblo estúpido, lo que menos interesaba era que éste pensase o se plantease aspectos sobre su vida, sobre su sociedad… ya que como sabemos, la cultura y el saber dan la libertad y un pueblo libre y sabio es muy difícil de dominar.

Será tal vez el capitalismo el que intente asesinar a la cultura, empezando por programar una televisión basura y extirpando al teatro de nuestras vidas. Los actores siempre han desarrollado el alma y la mente de los espectadores, como los juglares, se encargan de acercar al pueblo la verdad, de sembrar la opinión, como periodistas del arte que con sus diálogos mueven nuestra conciencia, extirpan los prejuicios y promueven la virtud.

Si el teatro muere, la cultura lo hace con él y acompañado de ellos va nuestra libertad.

Debemos luchar por salvar los géneros de culto y defender a estos profesionales que cada vez ven más reducido su ámbito laboral, viéndose relegados al entretenimiento banal que no es y nunca será interpretar.