Los gatos se citan en la preguerra

Por Jesús Villaverde Sánchez.

Riña de gatos. Eduardo Mendoza. Editorial Planeta. 432 páginas. 21’50 €.

Eduardo Mendoza nos transporta a principios de 1936. Un inglés termina de escribir una carta en un tren que le lleva a Madrid. “Tuyo siempre, Anthony”, concluye poco antes de llegar a la estación de Venta de Baños, en la que tendrá que apearse para continuar su viaje a la capital. En Madrid le espera una ciudad inesperadamente convulsa, que vive en los prolegómenos de un inminente enfrentamiento y que se llenará de misterios e intrigas.

Riña de gatos, que lleva como subtítulo Madrid, 1936, crea un retrato de la sociedad prebélica de Madrid. Los grupos de ultraderecha cobran fuerza en las calles mediante su actitud violenta, pero el partido comunista contrarresta esta espiral de combate con más violencia en las calles. En medio de este ambiente, Anthony Whitelands llegará a casa del duque de Igualada y su familia, para autentificar –o no- un cuadro de un importante pintor español.

Allí, en la mansión aledaña al céntrico Paseo de la Castellana conocerá al marques de Estella, un joven con el que congeniará muy bien desde el primer momento, del que descubrirá que es el Jefe de la Falange, un movimiento ultraderechista que comienza a movilizarse en España contra el gobierno del Frente Popular. Por si fuera poco, José Antonio Primo de Rivera, pues ese es su nombre, como descubre Anthony posteriormente, mantiene una intensa, aunque distante, relación con la hija del duque, Paquita.

Anthony recorrerá las calles de Madrid, envuelto en numerosos entuertos y aventuras con distintas mujeres de todos los estratos posibles que le apartarán un poco de su misión inicial. En su recorrido, se encontrará con personas de toda clase: el ya citado Primo de Rivera, el fantástico poeta falangista Rafael Sánchez Mazas, completamente olvidado –posiblemente como castigo póstumo a su ideología-, los policías Coscolluela y el teniente Marranón, el Presidente de Gobierno, Manuel Azaña, Guillermo, el hijo falangista del duque y sus distintas pero no distantes hermanas, Paquita y la pequeña Lilí.

Todo transcurre en una cronología intensa, inverosímil por momentos, y con bastante ritmo, que indica que pronto ocurrirá algo. Y así es. Pronto la novela dará un vuelco con una arriesgada petición que tendrá que estimar y con la aparición de misteriosos personajes, como el ruso Kolia. Anthony Whitelands recorrerá las calles de Madrid con un ojo siempre abierto, por lo que pueda pasar, y con la mirada puesta en la espalda, pues en Madrid, en 1936, ya no puedes fiarte de nadie.

Lo más destacable de esta magnífica novela de Eduardo Mendoza es el tratamiento que hace de los personajes, que evolucionan a lo largo de la novela y van dejando ver sus entresijos conforme el tiempo arrecia. Mendoza no deshumaniza, un punto importante en el propio tratamiento de los personajes, ya que son mostrados como personas, sea cual sea su ideología. Todos tienen puntos claros y puntos oscuros, bravuconadas tanto como miedos e inseguridades. Por si fuera poco, el autor deja pinceladas de Historia del Arte muy interesantes –impregnadas de opinión-, sin rozar en ningún momento la pedantería.

La visión de un Madrid convulso y agitado de preguerra en los ojos de un anti héroe británico. Ese podría ser un buen resumen de esta nueva novela del barcelonés Eduardo Mendoza, que obtuvo el Premio Planeta 2010, a priori con toda justicia.

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