Especial Montero Glez

Reseña por Fernando González Ariza.

Novelar a un personaje real  resulta sencillo, menos cuando ese personaje —esa persona— es tan cercana en el tiempo y en la memoria como Camarón de la Isla; que ha sido tan visto y, sobre todo, tan escuchado.  Montero Glez supera, de forma soberbia, tan difícil reto en su última novela.

Elegir a Camarón aporta una ventaja, ya no es una persona ni un personaje, lo que fue en vida ha sido ensalzado en muerte a categoría de mito. Los mitos no pueden relatarse en novelas, sino en poemas épicos y Montero Glez lo ha entendido a la perfección, . Pistola y cuchillo es una novela con vocación de epopeya: sobria y reconcentrada, aguda y breve como las armas que aparecen en el título. Dice el autor que lo que leemos es la enésima versión de un libro que escritura tras escritura se destiló hasta chocar con sus propios huesos y nos parece logrado ese tratamiento, tan lorquiano puro, del cantaor. No nos parece exagerado escribir que el autor posee la calidad de frase más intensa de las que ahora se escriben. Escribe bien, muy bien. En sus libros al azar se descubren tesoros literarios, hallazgos en esa tierra que parecía tan trillada (allí tenemos a Quevedo, Valle Inclán, de la Serna y esos últimos que son apenas llegados a los manuales de literatura). Ese preciosismo verbal, no obstante, puede caer en eso: pura imagen externa sin chicha ni limoná; tentación dura que Montero ha sabido dominar. Hay una idea de contención en todo el libro, como de prosa aherrojada por la mano del escritor que sabe que la esencia del flamenco y de sus dioses no puede contarse con lengua suelta.

El libro nos centra en una anécdota sucedida en la Venta Vargas, nos la cuenta un personaje narrador que aparece y desaparece en nuestras retinas como en un juego de caretas. Ahora es el entrenador del gallo rubio, gitano o agitanado en el sur de España y amigo del cantaor; ahora ese escritor-cronista, amante de José Monge en la distancia de la edad y la muerte. El juego, accidental o voluntario, funciona. El motivo: el gallo rubio que no es sino símbolo del gitanillo que comenzó su vida en aquella venta de San Fernando. Condenado a muerte o sacrificio en ritual donde es sacerdote y víctima de sus propios cigarrillos. El fatalismo (tan épico) empapa todas las páginas de libro. La muerte anunciada, conocida y forzosa de Camarón tiñe todo el texto de un luto casi hagiográfico para convertirlo en una elegía de un ídolo clásico, dañado en el alma pero con la majestuosidad de quien lleva sus últimos días como un héroe.

Aunque queda claro que no se trata de una biografía, esta versión impresionista y ficcionalizada del cantaor gaditano se acerca a él con una intención descriptiva que tal vez sea más real que una crónica. El claroscuro de acuarelas de línea sucia puede ser más real que una nítida fotografía en color. Recomendamos este libro a los amantes del flamenco, a los enamorados de Camarón y a las papilas acostumbradas a la buena literatura.

Reseña por Daniel Ruiz.

Hay novelas que recuerdan a cuadros. El que Montero Glez ha pintado con Pistola y cuchillo es un lienzo expresionista, en el que cabe desde Edward Munch hasta De Kooning, pasando por Kokoscha o incluso por los vientres abiertos en canal de Bacon. Vista en su conjunto, la pieza resulta de una vivacidad y una fuerza que acaba convirtiendo las vigorosas y plásticas pinceladas (palabras) en un poema mayúsculo. Un poema con un fuerte aliento elegíaco, que sitúa al cantaor Camarón de la Isla en el epicentro del lamento.

Visto como poema, resultan accesorias las posibles objeciones a su escaso desarrollo narrativo (en realidad, la base de la acción está cercana a la anécdota) y también a su brevedad. Se lee de una sentada, y opino que es así como debe leerse: como se leen los poemas que nunca se olvidan y que se te agarran a la memoria como sanguijuelas y al paladar como el buen ibérico.

La prosa de Montero Glez siempre se ha caracterizado por su fuerte expresividad y por su capacidad plástica. En Pistola y cuchillo, estas características están muy concentradas y llevadas a su máxima expresión, de forma que en cada página uno tiene la impresión de que el texto está lleno de músculo y de proteína. Nada parece accesible, no hay presencia de grasa. Matizo: la grasa es muy suculenta y nutritiva, con una presencia de la metáfora que abruma por su capacidad de apelar a imágenes y conceptos con brillo. Pistola, cuchillo, sangre, noche, luna, frío: son los términos por los que sobrevuela este poema en prosa, y con los que Montero Glez consigue aunar premeditadamente dos universos: el del flamenco de Camarón y el universo lorquiano. Es un texto con un fuerte aliento de Lorca, que se deja sentir en determinados campos semánticos muy propios del granadino: la pasión y el deseo sexual (p. 49: “los suspiros de las hembras espesaban el ambiente”); la pulsión permanente de la sangre (p. 38: “sus muros no sólo habían sentido el roce de los trabucos sino también el de la sangre cuando es cantada hasta salpicar las camisas”); la presencia latente de la muerte, como una amenaza (p.25.: “Tomatito guardando la guitarra en la funda abierta que a mí se me antojaba lo más parecido a un ataúd”). Lorca y Camarón confluyen en el disco seminal La leyenda del tiempo, y es este disco el que realmente inspira el tono de la novela, con retales del Lorca más modernista, del cosmopolita, del que está contenido en su obra cumbre, Poeta en Nueva York. Nueva York está de hecho en Pistola y Cuchillo, pero es una Nueva York transformada, convertida en sueño, desde los preceptos del paradigma lorquiano, y con algunas imágenes tremendamente evocadoras y afines al poeta. El cielo de Nueva York, dice en un momento dado Montero Glez, “con ese color de panza de burra que le ponen los rascacielos”. Una metáfora que está en la órbita de poemas como La aurora (de Nueva York), y que se suma a la larga lista de hallazgos metafóricos que abundan por todo el texto, preñándolo de una dimensión poética casi insultante. No es cuestión de abundar en ello, pero hay algunas imágenes que no puedo dejar de resaltar: “provocando en mi espinazo un temblor de serpentina” (p. 88); “pillaba el alfabeto de los gestos y lo convertía en caligrafía” (p. 77); “su bigote me pareció entonces una lombriz de plata deslizándose sobre su boca” (p. 66).

Si hablamos de elegía, hay que hablar necesariamente también de tensión, de concentración, de nervio. El poema elegíaco se caracteriza por su viveza, por la capacidad de convertir el sentimiento en un motor que favorece la lectura, hasta el punto de conducirnos cuesta abajo por los versos. La tensión en este caso está en el estilo pero también en la puesta en escena, en el contexto elegido para la representación del poema: la Venta Vargas en una noche que sabe a inminencia de algo funesto, poblada de palabras y de silencios, donde a la puerta espera un elemento con fuertes connotaciones poéticas: el gallo rubio, el elemento justificante de la trama, que adquiere una dimensión metafórica con gran entidad, una suerte de Cuervo de Allan Poe en una variación personalísima. El ambiente que dibuja Montero Glez llega a resultar en algunos momentos algo asfixiante, más propio de una taberna de western crepuscular. Con algo de imaginación, uno puede imaginar a Joan Crawford en su casa de juegos esperando el fatal desenlace junto a Johhny Guitar.

No sé si es la mejor novela de Montero Glez, pero estoy convencido de que es una pieza de enorme calidad y altura poética. Sí creo que la prosa de este gaditano de adopción nunca ha volado tan alto como hasta ahora, remontando los propios lugares comunes atribuidos a su prosa y dando una pirueta con la que se reinventa y fragua –verbo muy apropiado para esta novela- una propuesta de un lirismo desbordante y difícil de olvidar.

Entrevista por Daniel Ruiz.

«PARA MÍ LA LITERATURA ES UN JUEGO»

Las entrevistas con Montero Glez suelen estar cargadas de titulares con sustancia. El autor de Pistola y Cuchillo se lleva bien con la sinceridad, aunque casi siempre esa sinceridad resulta algo descarnada por su desnudez, por su contundencia, por su capacidad de decir las cosas sin recurrir al esparadrapo o a la vaselina. En esta entrevista para Culturamas, Montero Glez ofrece algunas claves sobre su nueva obra, una pieza singular con aroma híbrido en la que se respira a García Lorca, al Cortázar de El Perseguidor o incluso a los versos más fúnebres de Jorge Manrique. Para este gaditano de adopción, la literatura es un juego, un enorme Tren de la Bruja en el que hay que aprender a reírse de los escobazos.

Sabemos, porque lo has contado, como surgió la idea de la novela: a partir de un comentario de un taxista sobre la costumbre de los gitanos de robar trozos de la figura de Camarón que está frente a la Venta Vargas. De hecho, la novela arranca con esta observación. Este es el arranque, pero ¿cómo se va fraguando la novela, cómo va cobrando forma hasta materializarse en el “Pistola y cuchillo” que encontramos en la librería?

Mira, yo nunca me pongo a escribir diciendo, si sale con barbas San Antón y si no pues la Purísima Concepción. La historia la voy formando en mi cabeza, como si me fuera a masturbar, valga la comparación. La historia se va calentando, tomando forma y entonces agarro una hoja y me pongo a salpicarla de imágenes, compongo en una hoja la cadena de acciones, el primer patrón. Escribo a mano con lo primero que tenga a mano, rotulador, pluma, lápiz. Una vez conseguido el patrón, arranco a hacer el primer borrador. Lo paso a la computadora en un tratamiento de texto, lo imprimo y a partir de aquí corrijo hasta hacer siete borradores. Mira, uno nuca acaba un relato o una novela, tan sólo lo abandonas. Al séptimo borrador lo abandono. Dios hizo el mundo en seis días, no jodas que ahora voy a trabajar más que Dios.

En tu literatura hay una presencia notable (y maestra) de la metáfora. ¿Cómo llegas a ellas? ¿De qué forma las trabajas? ¿Cuál es el proceso?

Ya te dije, cuento con imágenes. Soy de la escuela de Heráclito que nos contó el paso del tiempo a partir de la imagen de un río. Sabes  que el equilibrio entre opuestos, entre lo real y lo imaginario, se consigue gracias a la reina de las figuras, que para mí es la metáfora. Yo voy al supermercado y donde otros ven una inofensiva lata de tomate yo veo una bomba. No hay truco, amigo.

Pistola y Cuchillo no es una biografía, o mejor dicho, tiene retales de biografía pero integrados de una manera muy personal. Se lee como una novela, pero por momentos parece un reportaje. También una biografía. ¿En qué modelo literario te has inspirado para generar esta pieza, que tiene algo de híbrida?

Pienso que la literatura no entiende de géneros al igual que el duende rehúye de las geometrías. Eso no quita para que yo sea un escritor de género, de género negro quiero decir, pues en toda mi obra hay un común denominador, hay un tema que es el de la relación del hombre con la propiedad. Ese tema es común a toda la literatura de género policiaco. Hay un cuento, una pieza breve de Hemingway que se titula Los asesinos y que es semilla del género. En España hubo una generación de escritores que sin ser propiamente de género negro estaban muy contaminados por Hemingway. Hablo del Ferlosio y de Aldecoa, sobre todo este último, un tremendo contador de historias que se acercó de cierta manera al reportaje literario con Gran Sol. Leo y releo El Jarama, los cuentos de Aldecoa, las novelas del Hemingway. Escritores que cultivaban el sustantivo macho.

El libro tiene un aroma muy “lorquiano”, que se evidencia explícitamente con la alusión a una de las canciones de La leyenda del tiempo y con la descripción de ese estimulante sueño con aroma a Poeta en Nueva York. ¿Tenías clara la presencia de Lorca antes de ponerte a trabajar?

Es que Camarón fue el que mejor interpretó a Lorca. Cuando digo que Camarón es uno de mis maestros es porque también dentro de Camarón habitaba Federico García Lorca. Las imágenes de Lorca las cantaba con toda su plástica.

Ahora, con la nueva Ley Antitabaco, y comprobando el hábito tabáquico compulsivo de Camarón que muestras en tus páginas, ¿cómo crees que se hubiera desenvuelto en las escenas que describes en la Venta Vargas, donde supuestamente ya no se puede fumar?

La Venta Vargas era para José como su casa ¿Cómo es qué Camarón no puede fumar en su casa?

¿Quién pone las “pistolas” y los “cuchillos” en el panorama literario español actual?

Es la economía la que determina quién agarra el cuchillo por el mango y quién está con la hoja al cuello. Es el parné el que te toca los cojones con el cañón de una pistola.

¿Cuál es el “palo” confesable más duro que te han dado en esto de la literatura?

Tengo demasiado respeto al dolor como para que me duelan los escobazos del Tren de la Bruja.

Vivir en el sur implica en cierto modo asumir una condición de escritor de periferia, de extrarradio, de suburbio si me apuras. ¿Tienes esa conciencia?

Tengo conciencia de clase. Vivo donde me gusta vivir. Puedo elegir y las ciudades no me gustan para vivir. Prefiero el campo y la playa, aquí tengo las dos cosas.

En los últimos días, has puesto a John Wayne a caer de un burro. Curiosamente, el ambiente que describes en la novela en torno a la Venta Vargas tiene cierto tono de western crepuscular. Si tuvieras que comparar a Camarón con un héroe de western, ¿con quién te quedarías?

Billy the Kid, sin duda. Cuando era un crío acabó con Caracol.

Pistola y Cuchillo, por su plasticidad y por su fuerza expresiva, recuerda a veces a un lienzo expresionista. ¿Quién ha sido para ti el mejor “pintor literario” de nuestras letras?

Federico García Lorca.

¿Cómo te decides un buen día a ser escritor?

Cuando me doy cuenta que soy un inútil, que no valgo para otra cosa, decido ponerme a ello a sabiendas de que los hay más inútiles que yo y que por eso me van a envidiar y van a hacer todo lo posible para que me lleve escobazos en el Tren de la Bruja. La literatura es para mí un juego.

La mejor persona que te has encontrado en el negocio literario…

Mario Muchnik, por su cariño y trato a los autores. Y hay otro editor, Julio Ollero, que también es de corazón.

La peor…

El maquinista del Tren de la Bruja.

Has tocado ya bastantes géneros, todos ellos a tu propio estilo, siempre personalísimo. ¿Puedes darnos algún detalle sobre tu próximo proyecto?

Acabo de salir de una, ahora mismo ando de promoción, tengo cosas pero no quiero precipitarme.

Existe cierto tópico en torno a la figura del escritor, y al hecho de que el buen escritor tiene que ser necesariamente alguien desagradable, despiadado, cruel y egoísta. ¿Cuál es tu opinión sobre ello?

Eso va en la naturaleza de cada uno.

La actual crisis ha hecho aflorar a los sinvergüenzas financieros y de algunos sectores como el del ladrillo. ¿Cómo está el patio del sector cultural? ¿A cuánto se vende el gramo de sinvergonzonería?

Date cuenta que por aquí la cultura no es categoría del ser humano,  la cultura es adorno y las empresas culturales han servido para blanquear fondos de dudosa procedencia. Para maquillar su incultura muchos empresarios se meten en el sector del libro, por tirarse el “pingüi” y decir: anoche estuve cenando con Montero Glez y, sabes, no es tan fiero el león como lo pintan.

Un epitafio que te gustaría colgar en tu tumba, o quizá grabar en el “huevo” de aluminio que guarde tus cenizas…

Que las metan en una botella de Coca-Cola. La chispa de la vida.

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