Nada te turbe (1)

Por Alberto Masa.


Foto: Nueva York.

A su aún no olvidado nombre, porque del resto no me acuerdo;

Creí que este podría ser mi lugar en vez de cualquier cosa de esas que te sacan de la realidad o te prestan otra o lo que sea. Pues no. Madrid, la hermosa, es también, se sabe y lo dijo aquel parvulario, un estercolero de subnormales. ¿Tampoco es eso, no? Pues tampoco, claro. En este inicio el idiota (subnormal) soy yo, sin ninguna duda. Perdón, voy a empezar este escrito de nuevo.

Madrid es un lugar estupendo, sin ninguna duda. Acabo de llegar de un recital de poesía en un bar ambientado en los años de nuestro amigo, el solo de tenor, Lenny Bruce. Sí, salvo quizás por lo de “el solo de tenor”, mucho mejor así. Continúo. Tampoco he ligado, lo que es muy raro, sigo (bueno sí, ligar sí, perdón). Ya me voy centrando, descubro.

A ver si consigo seguir así, por el buen camino, que diría un amigo mío que, por cierto, no sé si está vivo, que nunca ha estado / estuvo en uno (no ya bueno), como seguramente yo, quiero decir, Alberto o como se llame eso que no sabe silenciar el teclado algunos jueves por la noche e incluso martes, miércoles, sábados, todo eso.

Nada más entrar he mostrado, con la mesura que sé, mi respeto. Un saludo de una conciencia breve. También he dicho: Hola, soy Alberto (que es como me llamo) y he pedido al barman una tónica. No estaba mi nueva amiga Mariona, que conocí ayer en el mismo lugar, lo que me ha ahorrado estar dentro de mi polla durante la duración del espectáculo. Finalmente he estado en un lugar parecido, la idea de escribir, no esto, sino lo de hace un rato, muy distinto a esto y que, claro, a saber si lo escribo algún día, que seguramente no. A lo lejos, entretanto, escuchaba a Lou Reed 1 decir: Nueva York, y a Lou Reed 2 decir otra vez: Nueva York. Yo nunca, y lo siento (tampoco tanto, no se vayan ustedes a pensar), he sabido qué es eso y quizás, por desgracia, no lo vaya a saber. Sí, claro, por las películas sí, y los libros y las fotos y lo que me han contado mis amigos y los que no son mis amigos. No es vanagloria, como dice mi amigo el que ha follado con siete u ocho sin sacarla, pero es sabido, aunque sea por lo que he escrito otras veces o dibujado, que tengo una imaginación bastante permeable (en definitiva es esa cosa que algunos confundidos llaman sensibilidad), que no necesariamente talento, y, claro, si oigo Nueva York acuden muchas cosas, muchas. Ojalá sólo hubiese oído, durante el concierto, la palabra Nueva York, pero no ha sido así y, posiblemente, debido a ello, sigo despierto, con lo que mola (en el caso de hoy) estar durmiendo.

La rima viejo con colegio de uno de ellos me ha puesto un rato en mi sitio, es decir, en todos esos lugares donde no quiero estar.

También me ha recordado una mañana maravillosa en el campus. Al salir de clase, (donde creo que la gusté a la maestra cuando dije aquello que dijo Nabokov a propósito de Sancho Panza, aunque fuera Kafka el que quizás lo dijo) tenía que esperar a Rober, que me ha traído apuntes (gracias!) con los que, ahora, debería estar poniéndome las pilas en latín, en cuya clase no sé en qué nave paseo, y, en la espera, sido encontrado por Odile y un nuevo amigo, charlando los tres sobre el harakiri, las chicas y los chicos, James Bond y muchas más cosas. Me he dado cuenta de que hablo mucho y de que no tengo excusa también. Lo estoy pensando ahora, aunque eso no tiene absolutamente ninguna importancia, claro. Ahora mismo sé que el mejor truco para estar callado es callarse. A ver si me acuerdo dentro de un rato o, de nuevo, otra vez, ahora.

(continuará…)

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