Fall river

Por José Luis Muñoz.

Fall River. John Cheever. Tropo Editores, 2010. 197 páginas.

Nadie como John Cheever (Massachussets, 1912/Nueva York, 1982) para retratar el alma de Estados Unidos en los tiempos de la depresión, época que, leyendo los relatos que Tropo incluye en Fall River, se nos antoja cercana y familiar. El llamado Chejov norteamericano, con gran acierto, fue también novelista, pero en donde se desenvolvió con más brillantez fue en el campo del relato breve alguno de los cuales, como El nadador, interpretado por Burt Lancaster y dirigida por Frank Perry, se convirtió en película.
Los cuentos incluidos en esta antología vieron la luz por primera vez en revistas y tienen como nexo común el desarraigo, la desesperanza y la infelicidad. Cheever, con sus textos, sería una magnífico ilustrador de las obras pictóricas de Hooper porque cuando se leen sus relatos, algunos más inspirados y otros menos (los relativos al mundo de las apuestas de las carreras de caballos quizá sean los que resulten más ajenos), al lector le embarga un indescriptible sentimiento de soledad y tristeza.
Algunos de sus piezas incluidas en Fall River, como la muy breve Autobiografía de un viajante, en el que radiografía con frases cortas y sajadoras el estado de ánimo de un hombre que ha perdido su empleo y ya no volverá a tenerlo (Cuando cumplí sesenta y dos años no tenía trabajo. No he vuelto a trabajar desde entonces. Me estoy haciendo viejo. Mi póliza de seguros venció. Mi dinero se ha desvanecido. Mi hermano y mi hermana han fallecido. Mis amigos están muertos. El mundo en el que sé moverme, hablar y ganarme la vida, ha desaparecido. El ruido del tráfico bajo la ventana de esta habitación amueblada me lo recuerda), o De paso, éste un relato largo, la crónica de una familia que pierde su hogar porque el banco se queda con la propiedad ─¡Cuanta actualidad en el mundo de Cheever, en esos relatos escritos hace sesenta años ─ (Ni mi padre ni mi madre parecían resentidos ni especialmente perturbados por abandonar la casa. Sólo hablaban de ello cuando alguien se lo recordaba o cuando había que realizar algún preparativo. Hasta entonces no había hecho nada. Mi madre quería que todo permaneciera en su sitio hasta el día de la mudanza. No parecían demasiado preocupados por el hecho de ser pobres) son piezas maestras de la narración corta junto a La oportunidad, en donde una actriz primeriza rechaza su primer papel en una obra de teatro porque la considera infumable, o Cena en familia, crónica de una huída del hogar. El mundo de John Cheever causa profunda desazón porque el agudo retratista de la clase media norteamericana nos muestra un escenario sin solución por el que deambulan personajes aplastados por el peso de su fracaso que ya no tienen fuerzas para rebelarse y aceptan fatídicamente su destino, seres que son el espejo de este autor que escribió a brazo partido, bebió compulsivamente, arrastró una torturada bisexualidad, luchó contra la falsedad del sueño americano y sufrió e hizo sufrir a su familia, un universo muy cercano al que refleja la ejemplar serie televisiva de éxito Mad Men. Y lo hace el Chejov americano con una aparente sencillez narrativa en la que cada palabra está muy medida y tiene su exacto peso trágico y huyendo de cualquier énfasis.

One thought on “Fall river

  • el 11 abril, 2011 a las 4:53 pm
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    Es verdad, el mundo que refleja Cheever en sus relatos y, sobre todo, en sus Diarios recuerda mucho a la pulsión autodestructiva de los Drapper y compañía. La biografía de Blake Bailey es pura desazón. Y no deja de ser curiosa la anticipación de las disfuncionalidades que hoy proliferan en las urbanizaciones de adosados del extrarradio de las ciudades españolas. Cheever, como Richard Yates, se adelantó cincuenta años a lo que aquí se está viviendo ahora. En muchos aspectos (más bien negativos, diría yo), la España de 2010 es un correlato perfecto de los EEUU de finales de los 50 y principios de los 60. Dios-capitalismo mediante, las patologías mentales asociadas a la competitividad y la soledad siguen aumentando. Espero que nos salve la belleza de las epifanías cheeverianas.
    Felicidades por el artículo.
    Un saludo.

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