Genealogía de la conciencia

 

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

 

 

“La calavera. Pero, ¿y el esqueleto, el resto de hueso, ese personaje de cal y fósforo que me habita, ese individuo duro y feo en que consisto? El hueso, adonde el amor no llega, dijo el poeta. Al hueso no llega nada. Ni amor, ni belleza, ni el pensamiento ni la emoción. Al hueso sólo llegan los golpes.”

Francisco Umbral, Mortal y Rosa.

 

 

Hablaría de lo que me rodea, pero ahora no tiene ningún valor. Carece de importancia. Es sólo un espacio neutro que me sostiene. Estoy hundido en mí, ensimismado, como diría Zubiri desde su lenguaje barroco. Pienso sin ruido y a la memoria me viene un pequeño texto de Umbral. Y, para pelearme con él, me pregunto por la genealogía de la conciencia. Repitamos un origen: los huesos. Allí, en su interior, en la médula ósea, tuétano lo llaman los carniceros, la sangre nace, esa vida roja que nos recorre y que el corazón bombea al tiempo que hace posible que ese musculo maltratado lata. Y de esa sangre emerge, en una química imposible, un hilo de pensamiento que crece según el mundo nos entra, según las cosas nos van llamando por nuestro nombre. Y es que, la realidad, primero, se nos impone, y luego, desde esa violencia, hacemos lo que podemos: creamos colores, volúmenes, espejismos, tesoros únicos u oxidados y, sobre todo, las fantasías que nos mantienen vivos, ésas que alimentan la llama, la respiración, de la esperanza. Una esperanza que debe mantenerse en mínimos. Pero volvamos a ese gesto imposible que realiza la química: el parto de la conciencia. ¿Qué diremos de ella? Diremos que la conciencia es un diamante de luz. Con su dureza, la dureza que sólo un brillo muy intenso puede dar, perfora, hurga, entre la carne de los días como un mendigo remueve en la basura. Y por muy urgente que creamos que es nuestra tarea, y aunque la vivamos con ansiedad, ella no tiene prisa. Y es que no busca nada. Camina, y caminar en la existencia es abrir senderos que jamás volveremos a recorrer. Hilos de tiempo que los pies de nuestro pensamiento atravesarán coleccionando heridas, acumulando estaciones, deshaciendo la dureza de un mundo que tendrá tres rostros: enigma, hogar y cansancio. Un cansancio que se va acumulando desde el primer día que abrimos los ojos a la vida. De la piel, pasa a la sangre y de la sangre al tuétano, y así, infecta la fuente misma de la conciencia. Y ese diamante de luz se deshace como un pedazo de tierra seca. Y uno aprende lo que es estar cansado, aburrido, y la existencia se convierte en un bostezo, y uno sólo desea irse sin hacer ruido, sin levantar mucho polvo. Sí, yo también pensaba que semejante deseo era imposible, pero ahora tengo la certeza de que no sólo es posible si no necesario. Y si no me crees, asómate a una vejez vecina. Acumula datos e imágenes. Y si sabes mirar, encontrarás en el fondo de esos ojos hundidos el cansancio del que te hablo, el deseo de partir, de disolverse y perder, por fin, el peso más pesado: el recuerdo. Y es que, de alguna manera, el mundo deja de pertenecernos. ¿Y la eternidad?, ¿de verdad alguien puede creer que ella sería soportable? La eternidad es una tautología, un laberinto en línea recta, una desesperación matemática. Pero no quiero convencer a nadie, si quieren abrazarla allá ellos. A mí me es indiferente. Muchos piensan y luego salen corriendo a convencer, a vender, como una gitana en un mercadillo, los frutos de su búsqueda. Y si no los endiñan se frustran o rabian. Yo no vendo nada. Sólo hablo en voz alta para no sentirme tan solo. Pienso, escribo y luego lanzo el texto al mundo como un náufrago lanza al océano mensajes en una botella. Pero si puedo elegir, prefiero compararme con esas personas solitarias que hablan a sus plantas o a sus mascotas. Y como no quiero vender nada, no estoy obligado a justificar cada idea que lanzo, a, digamos, publicitarla. Hay que lanzar las ideas como un músico lanza sus canciones o un poeta sus poemas. Se arrojan al aire y quien quiera que las haga suyas a través de heridas comunes y no a través de la lógica. “Sí, usted tiene toda la razón, entiendo lo que me dice, no hay fisura en su razonamiento, pero, lo siento mucho, la balanza del sí vital no se ha movido ni un milímetro”. Lanzar al aire las ideas, como pájaros de luz, desde ese diamante que es la conciencia. No pretendo nada más. Abrirme de par en par y dejarlas libres. Ellas solas encontraran un lugar en el que posarse. Un lugar hecho para ellas y no provocado, impuesto. Y si no lo encuentran yo habré ganado lo mismo: sangrar hacia el mundo, atravesarlo y, así, devolverle, e incluso subir, su apuesta.

 

 

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