El teatro libretado

Por Dinorah Polakof.
 

Los niños adoran el teatro. Es una afirmación fundada en las vivencias que atesoré durante los años de tarea docente. Cuando expresamos que les gusta “hacer teatro”, es porque hemos advertido esos momentos donde se adueñan de un rol y lo representan con lujo de detalles.
Utilizan como escenario cualquier espacio libre o lugares inventados y se amparan bajo el inestable techo de una sábana. Se los ve dialogar consigo o con otros a la sombra de los árboles, en patios, o junto al fuego de las chimeneas invernales.
Por si fuera poco, ponen un libro en sus manos y sin haber aprendido a leer todavía, declaman los cuentos imitando la secuencia de narradores precedentes. Le agregan movimiento a la voz, que puede ir desde el llanto del bebé al sonido feroz del lobo.
Se valen de las estrellas y la luna en caso de no contar con técnicos en iluminación, así como de trapos y collares para apoyar el vestuario. Cualquier tipo de sombrero sirve a la hora de reconocerse como actor y cuanto más estrafalarios parezcan los zapatos, tanto mejor.

A veces una mamá amonesta a sus hijos, otras el doctor revisa uno por uno a los pacientes que, en la mayoría de los casos, permanecen tendidos en el piso destornillándose de risa. Carcajadas, caras tristes, rostros de adultos adustos (perdón por la rima), desplazamientos por el ámbito que los contiene y los libera, se tornan en características apreciadas por protagonistas y espectadores.
No es necesario pagar la entrada, aunque por allí se pueda percibir la existencia de un vendedor con tiques coloreados, de trazos inseguros, de bordes trozados sin pauta.
En ocasiones, una mirada a algún título propicio, decanta en la profundización del texto. Entonces existe un mayor ajuste al libreto, ciñéndose al sentido que el escritor o el ilustrador ha querido comunicar.
Además, siempre contaremos con las Salas de Teatro dispuestas a exponer las obras clásicas o modernosas para el deleite del público. De este tipo hay una oferta cuantiosa pero por lo general aparecen con el advenimiento de las vacaciones pre establecidas. En ese caso, se aconseja estudiar las opciones, seleccionar.
Una deficiencia bastante contemporánea recae en el casi inexistente teatro destinado a los adolescentes y jóvenes. No obstante el cúmulo importante de actores jóvenes que destacan en carteleras, infiero a los temas de las obras que desdeñan a una franja etaria interesada en contemplar un buen espectáculo. Desapruebo la insistencia en reproducir shows-musicales donde la buena letra queda atrapada entre movimientos de cadera y gestos eróticos.
Huérfana quedaría la anterior reflexión al no acompañarla de una sugerencia de lectura. Aconsejo adquirir el título «Las cuatro estaciones» de Adela Basch e ilustraciones de María Jesús Álvarez. Editorial Comunicarte, 2009, Colección Bicho bolita. Córdoba, Argentina. Se instala dentro de la categoría infantil, y cuenta con cuatro personajes principales que dan forma y color al Verano, Otoño, Invierno y Primavera. Para quien se anime a actuar o como especial lectura, la singularidad del texto confirma un estado de disfrute, discurriendo en sonoridad y humor. Las imágenes constituyen un plus, dotando al libro de excepcional riqueza.

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