Si tu sueño está en las nubes no olvides ponerle patas

 
 
Por Luis Muñoz Díez.

Ayer 27 de mayo desayunábamos con las imágenes de una cuadrilla de limpieza que iba echando a un camión triturador de basura los útiles que han facilitado la vida a los ocupantes de la plaza de Catalunya. Parecían querer borrar así la materialidad del movimiento del 15 de mayo. Después les tocó el turno a los molestos ocupantes que se resistían alzando las manos.

 

En principio, los desalojadores, desconcertados, fueron tibios pero el resultado acabo con un saldo de heridos en amabas partes. A mí, las imágenes me sugirieron un temor y una idea clara. Temor a que fueran agredidos y la idea se fue convirtiendo en certeza: no necesitamos mártires, necesitamos que se canalice ese empeño y que esa voz renueve un espacio político acomodado y gastado.

 

El miércoles 25 mayo pasé por la puerta de Sol. Pasada la resaca electoral los parejos se desquebrajan haciendo números, porcentajes y la equivalencia en sillas que han perdido.

 

Aún sabiendo que el germen del 15 de mayo y su propósito es legítimo, y que  mi alma libertaria les pertenece, cuando salí de la plaza, calle Mayor abajo, me asaltó la imagen de lo visto como una suerte de “callejón de los milagros” y una amarga sensación de que la realidad es tan incontestable que a veces nos permite soñar con la seguridad de que al final la partida la tiene ganada.

 

La semilla está sembrada, era necesario el happening y la repercusión ha tenido un efecto insospechado, pero para que fructifique hay que dar un paso adelante y entrar en las instituciones. Los acampados de 15 de mayo han recordado a los señores que se sientan en las cámaras, la alta y la baja, que están de prestado y que si están allí es porque así lo quiso quienes en su día los votaron, y que la única manera que legitima la ambición política es prestar servicio a quienes les han elegido, y nunca una forma de ganarse la vida.

 

Lo dicho anteriormente deja clara mi postura. Aun así, no sé que utilidad tiene ya la acampada mas allá de buscar un lugar común en que todo el descontento entre.

 

Las elecciones, por mucho que se empeñen en estirar la legislatura, tienen el reloj en cuenta atrás para el marzo del 2012.

 

La fuerza, la ilusión y el empuje del espíritu del 15 de mayo no pueden quedar como una imagen en la galería del folklore romántico, como aquellas concentraciones que fueron Wight o Woodstok. Imágenes desnutridas de espíritu en manos del merchandising hasta llegar a la canción bobalicona que decía: “Wight is Witht, Dylan ist Dylan, Wight is Wight pues que viva Donavan”. Hoy casi nadie recuerda que aquel movimiento, aparte de introducir a varias generaciones en los paraísos artificiales, fue un grito de insatisfacción,  una protesta contra la carrera armamentística y la devastadora guerra de Vietnam. Una protesta que queda íntegra y en vigor, porque hemos ido a peor, y como decían los hermanos Marx “Es un merito que saliendo de la nada hayamos tocado las mas altas cotas de la miseria”, en manos de un imperialismo sin bandera.

 

Sol no puede ser el paraíso perdido ni el retablo de las maravillas. El movimiento no puede quedar como un juego pueril e ilusorio, debe cristalizar e ir a las instituciones, que son las que tienen la posibilidad de cambiar cosas.

 

Quizá ha llegado la hora de abandonar la plaza, el calor humano, el codo con codo y comenzar la travesía del desierto que supone el trabajo aislado, el debate duro y las dudas en la elección de qué es lo posible. Para no caer en el tópico de: “Se realista, pide lo imposible”.

 

No sé en qué parará esta primavera de 2011, lo cierto es que ha zarandeado conciencias,  abanicado polvo y colocado a mucho falsario en su sitio. El paso está dado y yo soy partidario del proverbio que propone: “Si tu sueño está en las nubes no olvides ponerle patas”.

 

Dedico esta columna a Óscar Sánchez Vadillo, Carlos Javier González Serrano y Gonzalo Muñoz Barallobre por haber dado eco en Culturamas a las protestas y porque en ellos está el futuro.


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