Muere Jorge Semprún

Por María Anaya

Fotografía de DANIEL MORDZINSKI, 2008

 

Ayer por la noche murió Jorge Semprún en París. El escritor, nacido en Madrid en 1923, exiliado en Francia tras la Guerra Civil, decía sentirse español cuando estaba en París y francés cuando estaba en España. Nos deja para la historia una veintena de libros y se lleva la experiencia de una vida plagada de situaciones excepcionales.

 

Jorge Semprún fotografiado por DANIEL MORDZINSKI ©, 2008

 

Semprún decía que la vida del siglo XX se puede leer como una novela. Hace algunos años hablaba en el Museo Reina Sofía sobre la experiencia de visitar a Pablo Picasso en su estudio, cuando Jorge aún era un joven comunista encargado de transmitir al pintor noticias sobre el partido y la situación en España. Por mágicos que resultasen aquellos encuentros, contados en la boca de Semprún, uno se sentía confidente de la real y profunda impresión que Picasso le produjo. Ninguna novela podría reproducir la emoción transmitida por la voz de su recuerdo.

 

La intensidad que acompañó su vida posiblemente le ayudó a construir los argumentos de novelas como “Adieu, vive clarté…” donde Semprún describe sus primeros años de exilio en Francia. Su padre decidió marcharse de España tras la derrota de la República y Semprún supo homenajearle con páginas en las que describe la integridad de un hombre que ha perdido a su esposa demasiado pronto y que debe huir al extranjero con siete hijos.

 

Sin duda la figura de aquel padre tan comprometido políticamente animó al escritor a participar en la Resistace francesa cuando llegó a II Guerra Mundial. Siempre mantuvo aquel compromiso político y social que puso su vida en peligro en numerosas ocasiones (desde 1943 estuvo en el campo de concentración nazi de Buchenwald) y que le llevó a ver morir a algún amigo en sus brazos, como Maurice Halbwachs (sociólogo francés de la escuela durkheimiana muerto en Buchenwald).

 

Integridad, gran altura intelectual, los calificativos prestados por las personalidades a Semprún desde que se ha conocido la noticia de su muerte son muchos.

 

Quizás la mayor alabanza que se le pueda hacer es que tenía la asombrosa capacidad de ver a la gente con esa “vive clarté” que le permitió comprender cada momento decisivo del que formó parte en la Historia.

 


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