Lo barato sale caro (1 de 2)

METAMENSAJE Y SINGULARIDAD.
Por Roberto Rowies.
 
Es difícil saberlo con exactitud. Me refiero a qué estaba pensando cuando caminaba por Avenida Santa Fé y leí un cartel que decía “Lo barato sale caro”. Es difícil deducir, también, por qué me acerqué al local y me quedé parado frente a la vidriera. Supongo que dudé. Supongo. Porque había otros carteles, con los precios, con las descripciones de lo que se vendía, pero no podía encontrar el que dijera por qué lo barato saldría caro, naturalmente. Porque me acuerdo bien, bastante bien. Era uno de esos locales que ostenta cierto nivel, cierta gama, cierto poder adquisitivo.

Alguien, supongo que no de ese local, había agregado con fibrón y letra imprenta al cartel, por debajo, la palabra “naturalmente”. Un adverbio, que, por alguna razón inconsciente, hacía que los peatones se pararan en la vidriera a ver, a chusmear. Ya en el momento que me percaté de la fibroneada, había unas cinco personas curioseando como yo. Estadísticamente, dos, o tal vez una de las seis, iba a ingresar al lugar. Económicamente hablando, era una propiciosa estadística. Tuve que dar vuelta a la manzana y volver al lugar. Había siete personas más. De las anteriores pude ver que una, evidentemente, había entrado. Y que otra, naturalmente, en unos minutos, estaría preguntando en el mostrador al tipo pelado cuánto salía eso o aquello. El tipo pelado tenía una apariencia curiosa. Se mostraba serio, con una actitud ponderante, pero cuando ingresaba la víctima, su cara entonaba una cálida sonrisa de bienvenida y algo decía que hacía reír a los clientes. Yo ya me hacía otra pregunta: ¿el metamensaje estaba en la sencilla frase “lo barato sale caro” al lado de un gamulán de $2000, o en la fibroneada con la palabra “naturalmente”, materializando la posible compra, en un plano inconsciente? Me daban ganas de entrar y preguntar.
¿Qué es lo barato a lo que se refiere? ¿Lo barato, acaso, no está determinado por la posición económica de cada persona? ¿O refiere algo más profundo y filosófico? ¿Puede que llevar una vida barata, a la larga, nos resulte contraproducente? Quien no posee los medios como para llevar esa vida cara colgada en el cuerpo ¿tiene menos probabilidades de ser feliz? Lo “caro” ¿se puede medir? El pelado me miraría con cara de “si no te quedó claro el mensaje, rajá de acá”.
Otra persona, evidentemente, ingresó. El señor del mostrador sonrió, consecuentemente.
Yo di otra vuelta, con la idea estúpida de encontrar un cartel que dijera “lo caro sale barato” o algo así, acorde a mi situación; aquel cartel ya no me dejaba pensar. Me ridiculizaba a mi mismo. Tantos años de ser berreta, de pregonar marcas del mercado La Salada como originales, de vivir superficialmente una vida llena de actitudes vacías. ¿Podía uno, ahora, cambiar?
La vida está llena de tíldes, de interrogantes, llena de énfasis y protuberancias.
Suponía algo. En caso de comprar eso que me saldría un ojo de la cara y que la larga resultaría beneficioso porque duraría más de lo pensado, se desgastaría menos y además, aumentaría la amarga vanidad de la ostentación. Pensaba en ese gamulán tan acolchonado y cómodo. Seguro que pasaría menos frío que los demás, los demás que no habían adquirido ese gamulán.
 
Siempre creí que vender era una tarea dificultosa. Ahora lo veía de otra manera. Hay más trabajo en el comprador que en el vendedor. Digo, el laburo intelectual lo hace el comprador. El vendedor posee un “texto predeterminado” para los distintos perfiles. Yo sería el que quiere comprar algo económicamente imposible para mi situación, pero increíblemente era el que más había carburado sobre la posible compra. Existía, por decirlo de alguna manera, un principio de singularidad.

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