La pasión del presente

 

 

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

 

El filósofo italiano Giacomo Marramao

“Por pasión se entiende no solo el compromiso de la reflexión filosófica en el destino propio del tiempo, sino también el modo en el que la misma subjetividad filosófica, como, por otra parte, cualquier otra subjetividad, está comprometida en el presente por el padecimiento del peso y las lógicas necesarias”

 

Este pequeño párrafo sale a nuestro encuentro nada más abrir la nueva obra de Giacomo Marramao (1946), antes, incluso, de llegar al índice, y debe ser entendido, desde mi punto de vista, como lo que es: una declaración de intenciones o, mejor dicho, como la síntesis, en una fórmula concisa, de lo que el quehacer filosófico significa para este italiano. Ante todo destacan dos palabras: pasión y padecimiento –él mismo las pone en cursiva-, dos palabras que luego se ponen en relación, y así se instaura una trinidad conceptual, con una tercera: presente.

 

La llamada a la pasión es, ante todo, un aviso metodológico, una apuesta que quiebra toda pretensión, toda ficción, de objetividad. Y es que la realidad, y con ella el misterio que guarda, debe ser recorrido desde la intensidad que el eros da. ¿Y que puede ser más contrario al criterio de objetividad que el modo de mirar en el que el amor nos sumerge?

 

Vivir es padecer nuestro presente, un presente que está determinado por un pasado y comprometido con un futuro. Y será en ese padecer en donde debemos fijar nuestro ojo filosófico para entender el papel necesario de la pasión. Una pasión que se impone por el hecho mismo de que la realidad no se encuentra “frente” a nosotros, sino que nosotros estamos “sumergidos” en ella.

 

Llegados a este punto, podemos afirmar que la mejor vía de acceso a la comprensión del mundo que nos ha tocado vivir es el padecimiento.  ¿Y cuál es el primer insecto que cae en esa tela de araña, en ese sensorio vital que es el padecer? La prisa:

“La prisa, por lo tanto –no la velocidad-, encierra en sí la cifra de nuestra “situación espiritual”. Se trata de una distinción decisiva. El síndrome temporal que caracteriza la condición hipermoderna no es la velocidad en cuanto tal. El mundo griego valoraba enormemente la velocidad, y la consideraba un factor de virtud, baste recordar que en la Ilíada, el elogio de Aquiles se cimenta en el epíteto “el de los pies ligeros”. Con todo, la velocidad solo era virtuosa en cuanto servía para un objetivo, únicamente en la medida en que se demostraba eficaz, capaz de obtener el objetivo. No había espacio, en el seno de la cultura griega, para a dimensión de la prisa, de la precipitación del tiempo: la prisa, la aceleración insensata e imprudente, yerra el blanco, lo mismo que la lentitud, la dilación vacilante. Prisa y lentitud, precipitación y vacilación no son más que dos formas especulares de intempestividad. El modelo clásico, por lo tanto, permanece vinculado –como en la simbología lisipea- a la “virtuosa tensión” de opuestos de los que se genera la decisión tempestiva, tensión en la que concurren, a iguales grados, velocidad y prudencia, prontitud y conformidad respecto al objetivo. La prisa es otra cosa, es la separación de la velocidad de la finalidad, el medio del fin; es el automatizarse de la velocidad sans phrase, de la innovación como tal, del nuevo fin en sí mismo.”

 

Desde este punto de partida, desde ese “síndrome de la prisa” todo queda deformado, diluido, y para entender esta imagen basta recordar qué es lo que vemos cuando viajamos a toda velocidad en un coche. Así, romper la baraja, salir de esta “situación espiritual” será el primer paso que todo filósofo deba emprender. Un escapismo complejo digno del mismo Houdini y que Marramao sabrá realizar. Y una vez conquistado el ritmo justo, el buen tempo, el análisis se irá desplegando en una multiplicidad de temas y autores que da vértigo. Pero la destreza de este italiano impedirá, con gran maña, que el discurso caiga en el caos, logrando que todas las piezas terminen encajando y configurando una hermosa constelación de respuestas. Pero desde el principio habrá que tener en cuenta que esta obra, La pasión del presente, es un escalón más dentro de la búsqueda de este filósofo, y que, por lo tanto, debe ser complementada, para que pueda ser entendida con la profundidad necesaria, con el resto de sus ensayos, especialmente con su brillante trilogía: Minima temporalia, Poder y secularización y Kairós -Todos publicados en Gedisa-.

 

Sinceramente, da gusto encontrar a un filósofo así, que sabe enseñar y abrir nuevos caminos. Algo que, desgraciadamente, no sobra en estos tiempos llenos de redundancia y repetición martilleante.

 
 

La pasión del presente

Giacomo Marramao

Gedisa Editorial

224pgs, 21,90 euros

 

 

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