No te signifiques (30)

Por Jorge Díaz.

Decían que había cuatro mil volúmenes en la biblioteca de la acampada de Sol. ¿Se leería alguno? Mira que lo dudo…

–          ¿Otra vez la acampada? ¡Qué pesado!

–          Sí que lo son, sí. Ayer pasé por Sol y seguían allí, además se les habían juntado los antiabortistas, todavía más indignados… También había unos evangélicos cantando flamenco y diciendo que dios nos ama. No sé si esa plaza volverá a ser normal.

A ver, que no es por hablar mal de nadie ni por meterme con los acampados, es que no tendría lógica ponerse a leer: si estás haciendo la revolución, pintando pancartas, acudiendo a la tienda de espiritualidad, asistiendo a las asambleas y aleteando las manos, inventando originales e ingeniosos lemas, confraternizando con los tuyos, indignándote o incluso haciendo el amor en una de las tiendas, no tienes ni tiempo ni ganas de ponerte a leer a Thomas Mann.

–          ¿Se hacía el amor en las tiendas?

–          No lo sé. A mí se me hubiera ocurrido, ¿a ti no?

Y con esto no estoy diciendo que no hubiera cultura, que la había y mucha, sino que el primero que no le hincaría el diente a La montaña mágica en esa situación sería yo. Como mucho a un best seller de esos de conspiraciones mundiales, con americanos muy malos, de mirada fría, doble moral e intenciones inconfesables. Con una pareja de héroes, ella europea, espontánea y casquivana, él americano, profesor de universidad, amante de su país y casi analfabeto en cuestiones mundanas y amorosas. Los dos un poco ingenuos, pero arrojados, idealistas y enamorados.

El problema es que esos libros no bajan de las seiscientas o setecientas páginas. Si carga la policía contra el campamento y le tiras ese pedazo de mamotreto a un antidisturbios para defenderte, no puedes decir que el movimiento es pacífico y además te quedas sin saber si los protas han salvado el mundo de la maldad de la CIA. Y ponte tú a buscar después el libro en medio de la marabunta, diles a las fuerzas de represión que has sido tú el que ha descalabrado a uno de los suyos con un libro y sabrás lo que piensan de la cultura popular.

–          Hoy no me entero. ¿Hablamos de Sol o de best sellers?

–          Hay un objetivo, siempre lo hay, estamos a punto de alcanzarlo…

Todo esto me lleva a pensar que en los tiempos que corren hace falta un género nuevo, no sólo por el contenido, también por el soporte.

He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, decía Ginsberg en la primera frase de Aullido. Yo, como él, he visto a las mejores mentes de mi generación creerse las teorías de la conspiración más estúpidas del mundo. Había allí en Sol, no penséis que tengo manía, también lo he visto en Antón Martín, una especie de panfleto que imitaba tipográficamente al diario El País, estaba pegado en las farolas y se llamaba El Otro País, o parecido, una cosa fascinante. Básicamente defendía que los atentados de las Torres Gemelas habían sido ordenados por George Bush, que Estados Unidos estaba detrás de todo el terrorismo internacional y cosas por el estilo. No sé si había números con entrevistas a Michael Jackson, Elvis Presley, Osama Bin Laden y Tino Casal en sus actuales escondites, quizá sí.

–          ¿Ese panfleto lo hacen las mentes más brillantes de tu generación?

–          Está bien, no son precisamente las más brillantes, quizá ni siquiera sean mediocres, lo mismo no son ni mentes…

Perdonadme por usarla, pero es que la frase de Ginsberg quedaba estupenda en mi columna para demostrarles a mis colegas columnistas que yo también he leído libros raros, aunque no me hayan aprovechado.

El Otro País era una lectura apropiada para una acampada, sí señor, no los cuatro mil libros de la biblioteca, que sólo servían para acumular polvo. Hagamos literatura para pegar en farolas, busquemos nuevos vehículos. Les cedo desinteresadamente la idea a quienes la quieran.

Yo vaticinaba que a estas alturas de siglo no quedarían libros en papel, que todos iríamos con nuestra pantallita en el bolsillo y dos mil libros dentro. Ha pasado lo que con los pijamas plateados que según las películas de ciencia ficción de serie B llevaríamos desde el 2001: un exceso de confianza en la evolución. Ni pijamas plateados ni libros electrónicos, panfletos en las farolas, ése es el futuro más inmediato.

Claro que hay gente a la que le gusta leer en la cama. Y llevarse una farola a la cama es incómodo. Habría que repensar todo esto.

–          Sabía que llegaría el momento en que te quedarías sin nada para contar.

–          Es por el calor, volverá el otoño cuando toque.

 

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