Henrik NordBrandt: el poeta de las despedidas

 

Nuestro amor es como Bizancio

Henrik Nordbrandt

Traducción: Francisco Uriz

Editorial: Debolsillo

366 páginas

11’95€

 

Por Antonio Jiménez Paz


Nuestro amor es como Bizancio no es ni más ni menos que la primera antología cronológica del poeta danés Henrik Nordbrandt (1945) traducida al español por Francisco Uriz, publicada originalmente por Lumen en 2003 y que ahora aparece en edición de bolsillo. Entre una fecha y otra editoriales de nuestro país han ido publicando algunos de los libros más emblemáticos de los contenidos aquí de este autor tan premiado y popular que ha traspasado no sólo las fronteras de su país de nacimiento sino también las europeas, un poeta contemporáneo que desde la aparición de su primer libro con tan solo 21 años ha sido insistentemente considerado todo un clásico. Esta reunión antológica no sólo despeja todas las dudas al respecto sino que también responde por sí misma a cada uno de los porqués. Si es cierto que en su poesía predomina un tema tan universal como el del amor, es en su manera de afrontarlo donde reside su singularidad, un poeta obstinado en añadir a la tradición en la que visiblemente se apoya su escritura una gran inventiva lingüística que, sin hacer uso de un lenguaje rebuscado, deja constancia de una firme búsqueda de estilo así como de una concepción propia de la composición poética, manteniéndose al margen de modas o adscripciones literarias: “todo está escrito ya pero nada ha sido leído / hasta que no se escribe una vez más”. Reescribir antes que escribir. Es entonces, sólo entonces, cuando hablar del amor como tema central en la poesía de este escandinavo quedaría en mera anécdota, en una visión raquítica, si no lo entendiéramos como una auténtica reinvención y vinculado a otros temas también universales en la poesía como son la soledad, la muerte o la naturaleza. En Nordbrandt el amor, más que presencia, es ausencia y fuga: una dolencia que atrae y atrapa al lector. En Nuestro amor es como Bizancio forma parte del paisaje.

 

Uno de los asuntos que llamará la atención del lector son las constantes referencias a lugares míticos o reales esparcidos por todos y cada uno de sus libros. No se trata por parte de Nordbrandt de una apuesta por un exotismo culturalista, ilustrativo y vacuo, sino fruto natural de una cosmovisión estrechamente relacionada con su periplo vital: “En mi juventud viví en dos mundos: / el que conocía y el que no conocía / pero quería visitar. Ahora sólo tengo uno / y no sé si lo conozco o no”. Crítico con una sociedad en la que no se encontraba a gusto abandona, siendo aún muy joven, su país de origen en busca de ese otro mundo “que no conocía”. A partir de entonces el ser humano y el poeta coinciden en su trayectoria, caminan juntos, se vuelven uno, ficcionando la realidad y adosándole realidad al sueño. Su prolongada estancia en Turquía, así como sus continuos períodos residenciales en países de la Europa mediterránea, incluyendo entre ellos a España, convierten la escritura de este poeta danés en la menos escandinava de todos los de su generación. Será por tanto el viaje el gran coprotagonista junto al amor, el mediatizador de su particular visión sobre éste plasmada en sus poemas y en los que nunca encontraremos la mirada de un turista. En todo caso la de un extraño que hace suyo sin dejar de ser un extraño cada territorio, cada paisaje en el que se desenvuelve instante a instante su vida, teniendo en cuenta que “todo idioma es un idioma del dolor”, hasta tal punto que “cada vez que llego a una nueva capital / blasfemo en el idioma del país que he dejado. / Los taxistas me conocen / como el que siempre olvida una maleta”. Algo siempre se queda atrás mientras persiste en su búsqueda: rostros, árboles, calles, colores y aromas. He aquí un renovado Ulises procedente del norte, un viajero incansable y solitario que avanza de ciudad en ciudad, un viejo trovador que consigue fundir lo antiguo con lo nuevo, las cenizas con el resplandor, lo grandioso con lo trivial, el conocimiento con el desconcierto, Ankara con Bizancio. Lo importante es la polvareda que levantan los pies al caminar. En cada lugar saborea la bienvenida, la estadía y el adiós: “Cuando nos separamos, también nos separamos / de todos los lugares en que hemos estado juntos”. Entre otras cosas porque “lo excepcional no se repite”.

 

Henrik Nordbrandt, a pesar de la inclusión de apuntes autobiográficos en su obra, no es un poeta de la experiencia, pues ”amo la distancia entre un yo destrozado / y los espejos que he roto”. Se vale de ella, es cierto, pero se sale por la tangente. Resulta un poeta de difícil clasificación. O tal vez no sea más que un poeta de las despedidas que, haciendo uso de la melancolía y la sensualidad, de la paradoja y la ironía, no le haya preocupado otro cometido que alcanzar algún día el mar de Kavafis, Ymus Enre, Pessoa, Chéjov, Auden o Stevens entre otros: “No hay nada entre nosotros y el mar. / Resplandece a la luz del sol / y nos invita a alejar todos nuestros recuerdos / con un chapoteo en mitad de este fantástico destello. / Así es el mar. / Es formidable que por fin hayamos llegado hasta él”.

 

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