Panero en la casa apagada

Foto: Consuelo De Arco

Por Antonio Costa Gómez.

La casa debería estar encendida, como decía Luis Rosales, pero está apagada. No se puede visitar.

Estuve hace años en la casa de los Panero en Astorga. Y no se podía ver; solo pude ver el patio. Y ahora sigue sin poder verse. Burocracias kafkianas de los ayuntamientos. Se gastan el dinero en digitalización, pero no en pagar a alguien real para que te abra una casa.

Leopoldo María Panero siempre pareció un niño mimado que decía pis y caca para que su madre se asustara y lo sacara de las comisarías. Pero cuando tenía tres años escribía poemas muy adultos sobre la muerte y la extrañeza. En la película “El desencanto” critica el yo como una dictadura interior contra el anarquismo esquizofrénico. Critica el lenguaje, siguiendo a Lacan, como una estructuración rígida de la vida.

Habla de Peter Pan porque él nunca dejó de ser Peter Pan. Un crío que defeca sobre la cama para que lo miren. Se encuentra con la princesa miserable en el puente de Londres. Dice que pregunta en todos los mercados por alguien que le dé una noticia sobre él mismo.

Habla repetidamente de echar su semen sobre el cadáver en “Narciso en el acorde último de las flautas”. Reivindica la muerte como la ausencia y la escapada de todo. En contra de la vida que para él era una cárcel. La vida y el lenguaje lo encerraban según él, por eso intentaba suicidarse.

Y se suicidaba también con los poemas, rompía todos los límites de la vida y de la identidad para escaparse quien sabe a dónde. Para desconcertar

Pero en el fondo era un niño de un cuento de hadas con lenguaje maldito. Nunca dejó de ser un niño aunque ya fuera ya un tipo maduro y cascado que le hacía felaciones a sus compañeros de manicomio.

Era una especie de niño metafísico y asustado desde que tenía tres años. Y acusaba a su madre de todos sus males. Pero cuando se murió trató de resucitarla besándola en la boca. Felicidad Blanc era una mujer fascinante, se ve en su libro “Espejo de sombras”. Fue amiga de Cernuda en Londres y se hizo la ilusión de que Cernuda homosexual se había enamorado de ella. Y aguantaba las francachelas prepotentes de Leopoldo Panero padre (no tan franquista como se dijo, más personal de lo que se dijo) con Luis Rosales.

¿Y qué iba a hacer una mujer sensible como ella, llena de vida interior, con esos hijos esquizofrénicos y malditos a los que tenía que limpiar los mocos toda la vida?

Leopoldo María tenía un romanticismo desesperado, de Edipo que no se reconoce. Y echaba la culpa a España, decía que España quería destruirlo en “Contra España y otros poemas no de amor”. Como si España no tuviera más cosas en qué pensar. Era una megalomanía que me recuerda a la de Carlos Oroza. Pero también era una soledad absoluta que lo hace enternecedor.

Hay funcionarios para casi todo, pero no hay un funcionario para abrirte la casa de los Panero en Astorga. Hay funcionarios para digitalizar mientras las casas reales se caen. Hay máquinas para todo en nuestro mundo feliz. Pero no hay una persona que te abra la casa de los Panero.

La casa tenía que estar encendida, como decía Luis Rosales. Pero está apagada.

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