Eugène Atget en la Fundación Mapfre

Por Jana Álvarez Pacheco
 
 
Eugène Atget. El viejo París
Fundación Mapfre
Paseo de Recoletos, 23. Madrid
Hasta el 27 de agosto
 
 

Eugène Atget era –como dijo Robert Desnos–»un hombre viejo con cara de actor cansado», un fotógrafo sin pretensiones de artista que retrató el viejo París con el objetivo de dejar un legado visual de la ciudad del que se servirían tanto artistas parisinos del momento como historiadores venideros. Nunca se formó como fotógrafo, trabajó como dibujante en una revista y como actor, pero pronto se dio cuenta de que la fotografía podía ser un medio con el que ganarse la vida.

 

Comenzó haciendo fotografías en 1888 y vendiéndolas como documentos gráficos a ilustradores, artistas, artesanos y aficionados a la historia. La primera institución en comprar su obra fue el Musée Carvalet y la Bibliothèque Nationale de París.

 

La exposición que se presenta en la Fundación Mapfre es una selección de fotografías urbanas y una muestra de tipos parisinos, que descubren una ciudad tan humana como cosmopolita, en una imagen muy alejada de los prototipos de la Belle Époque y del mundanal ruido que viene a nuestra memoria cuando pensamos en el París de principios de siglo XX.

 

Eugène Atget hace un retrato de la capital francesa cuando aún no había sido modificada por el proyecto de modernización del barón Haussmann en la década de 1850, cuando la ciudad aún era una galería de callejones sin salida, perspectivas oblicuas y fachadas carcomidas por el paso del tiempo. Las imágenes aparecen presentadas como un catálogo poético, colgadas en la muestra según su temática: tiendas, escaparates, vehículos, fortificaciones y calles de París, que destacan por la sus edificios cubiertos por carteles de espectáculos caducos que, al despegarse parecen derretir la fachada a girones, cobrando vida, poniendo de manifiesto la belleza de lo superfluo, lo intrigante del silencio, lo inquietante de la soledad.

 

Las ferias y carruseles pueblan sus fotos, y son un motivo más de la decadencia. En otra imagen los viejos muebles se aglutinan (Boulevard Masséna, 1912) y ocultan una escultura de aire clásico que eleva sus brazos queriendo sobrevivir a la barbarie.

 

Así, imagen tras imagen, el espectador construye en su memoria una escenografía perfecta en la que ubicar a todos aquellos artistas bohemios de principios de siglo que deambulan por nuestro imaginario colectivo. Además, Atget añade tipos comunes,vendedores ambulantes que humanizan la ciudad como El vendedor de paraguas, (1899-1900) un hombre que aparece con los pies ligeramente levantados del asfalto en un gesto encantador que se completa con su media sonrisa.

 

Hay quien compara el espíritu de Atget con el de Henri Rousseau, El Aduanero, por una perspectiva del mundo que refleja la visión e ingenuidad de su alma. Y es que el fotógrafo, lejos de desarticular un París alicaído, nos muestra una ciudad con encanto, protagonizada por la filantropía y el hedonismo en fotografías como Casa de citas (1928).

 

La muestra se completa con la colección de los positivos adquiridos en 1925-1926 por Man Ray, -vecino del fotógrafo en Montparnasse-, con el objetivo de publicarlas en La Rèvolution Surréaliste. En ellas el cuerpo desnudo femenino y los maniquíes son los dos grandes protagonistas, y es fácil apreciar la influencia que el fotógrafo tuvo sobre Man Ray. Fueron muchos los artistas surrealistas que apreciaron sus imágenes por su sensación de vacío y los que relacionaron lo inquietante de sus parajes con el concepto alemán de lo unheimlich, es decir, aquello que siendo familiar puede verse como extraño cuando se extrae de su contexto habitual. Podríamos hablar entonces de una fotografía metafísica que roza lo siniestro y refleja la sensibilidad de un hombre humilde.

 

Atget muestra distintas sensibilidades en imágenes cotidianas, que se vuelven anecdóticas en un París casi irreconocible por su distancia con las imágenes convencionales, pero completamente identificable por el encanto que se aprecia aún hoy cuando se pasea por sus callejones con encanto y cuando se descubren rincones donde se advierten las pisadas de algunos transeúntes perdidos. Como dijo Robert Desnos: «el legado fotográfico es la visión que un poeta lega a los poetas».

 

 

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