La que nos espera (3)

Por Javier Lorenzo.

 

 

Fotografía: Pablo Álvarez ©

Para no ser vaca, me gustan mucho los toros.

 

– Y para no ser torero, le gustan aún más las corridas; si me permite decírselo, señor.

 

Fulmino a Roger con una mirada asesina, pero poco puedo hacer para evitar sus impertinencias. Además, creo que quiere quitar hierro a un asunto que exacerba las pasiones. Por su parte, el Lorenzo –a quien han concedido, por cierto, el premio al mejor interno del mes- también me ha avisado de que me ande con cuidado y me ha confesado que en un medio con el que colaboró le prohibían cualquier referencia al mundo de los astados. Y a mí qué más me da, panda de melindrosos soplagaitas. Escribo de lo que me peta y al que le pique que se rasque.

 

– Que las sensibilidades están a flor de piel, señor –insiste mi fámulo-.

 

– Las sensibilidades son como el culo, Roger –le respondo muy a la americana-. Todo el mundo tiene el suyo, pero que a nadie se le ocurra plantármelo en la cara. Tanto si lo consideras sublime como si piensas que es una aberración, no tienes derecho a imponerme ni tus preferencias ni tus nalgas.

 

– Pues en Cataluña… –comienza a decir Roger-.

 

– Pero si es que yo no quiero escribir de eso, maldito albión. Allá ellos. A mí lo que me interesa de este asunto es lo etnográfico, lo social, lo humano. Por ejemplo, una gran ventaja que yo le veo a los festejos taurinos es el fortalecimiento del interclasismo. Y así es, Roger, que en pocos lugares podemos los aristócratas mezclarnos con el vulgo, beber en bota y comernos una tortilla de patata con pimientos sin sonrojarnos, ¿no te parece? Por otro lado, en un mundo en el que todos opinan de todo, en los tendidos de una plaza los ignorantes están callados y aprenden. Y los que saben, a veces también. ¿No es un alivio para variar? O mira a los ancianos: es el único sitio donde alguien les escucha. ¿Y qué podemos decir del talante democrático de la Fiesta, que ninguna dictadura pudo erradicar? Ya sea para conceder un trofeo, devolver o indultar a un burel o lanzar un quejío hacia la presidencia desde una andanada, la intervención de los aficionados, de la gente, es fundamental. De hecho, durante años fue la única forma de libertad de expresión que pudieron ejercer los españoles. Era como una red social de las de hoy, pero in situ y con cuernos y alamares. Y otra cosa más, Roger. ¿Tú sabes cuál ha sido la mayor contribución de los toros a este país? ¿No? Pues yo te lo diré: la puntualidad. Que de no ser por esa implacable puntualidad de los festejos, en España seguiríamos llegando tarde a todo.

 

Roger marcha a sus tareas. No le he convencido -tampoco era mi propósito-, pero le veo rojo de tanto pensar. La falta de costumbre, supongo. Mientras tanto, abro con expectación mi último regalo: el cartel que el mallorquí Miquel Barceló creó para la última corrida de toros que se celebró en Barcelona. Una maravilla. Una obra de arte. A ver cuándo me encuentro con una pintura, una escultura o alguna otra expresión artística que tenga como motivo a un vegetariano o a un animalista. Aunque sólo sea una zanahoria, que ya me están tardando.

 

 

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