CUYÀS o el Expresionismo en el cómic de los 60

Por Luis Daza.

 

Los años 60 en España fueron unos años tristes. Mientras que el resto del mundo se adornaba con flores y arrancaba adoquines buscando playas en una explosión de color lisérgico, aquí una niebla densa instalaba el gris en la mente y en la mirada colectiva. Fueron unos años especialmente frustrantes y castrantes para el el arte, donde difícilmente se podía canalizar el talento. Aunque eso que fue malo para la creación fue bueno para el cómic que sirvió de refugio a grandes creadores que difícilmente habrían encontrado otro camino.

 

Uno de ellos era Cuyàs. Un gran artista y todo un señor en el sentido más amplio de la palabra.

 

Manel Cuyàs (Mataró 1922-2005) fue uno de los mayores dibujantes naturalistas y expresionistas de su época, aunque su trabajo y circunstancia le encasillaron como dibujante de “tebeos para niñas”.

Naturalista porque sus fuentes directas fueron la misma naturaleza, el entorno que le rodeaba. A pesar de su reconocida admiración por Junceda, consiguió crear un estilo propio tremendamente vital y palpitante donde difícilmente se reconocían otras influencias gráficas que el mundo real. Aunque, eso sí, un mundo idealizado, donde la cortesía, las buenas maneras, la amabilidad y el dialogo eran valores que lo impregnaban todo.

 

Expresionista porque nadie como él supo dotar a los personajes que dibujaba de gestos, movimientos y expresiones asombrosamente reales y creibles y porque supo romper el trazo del dibujo a favor de la composición y la expresión visual mucho mejor que tantos pintores sobrevalorados que hoy marchitan en las paredes de los museos la poca vida que alguna vez tuvieron.

 

 

Actualmente se han reeditado obras suyas con poco respeto por su trabajo. Libros mal editados, con el lomo sin coser, utilizando un color para el que no fue concebida su obra y con un diseño de pésimo gusto estético y conceptual que vuelve a relegarle al rinconcito de dibujante de “tebeos para niñas”

 

Una maravillosa oportunidad perdida de recuperar a uno de nuestros grandes maestros,  un precursor que se anticipó en los 60 a la explosión gráfica del cómic europeo y americano de los 70.

 

Menos mal que gracias a la labor desinteresada de auténticos y entusiastas “connaisseurs” como Rubén Garrido en su blog todavía es posible reencontrarse con el mejor Cuyàs.

 

El día que se diluya del todo los restos de la neblina colectiva, quizás se pueda hacer justicia a esta castigada, olvidada, silenciosa y maravillosa generación.

 

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