Manifiesto personal, de Ana María moix.

Por Alfredo Llopico.
 
 
Ana María Moix, en su «Manifiesto Personal» (ediciones B, 2011), reflexiona con indiscutible acierto y contudencia sobre los temas que nos importan hoy en día. Preocupaciones que ha registrado prestando atención y, sobre todo, oído, a aquellos que viven, trabajan (con suerte), votan, pagan impuestos, sufren y se divierten: experiencias, lamentos, reflexiones, esperanzas y, especialmente, preocupaciones de gentes de su entorno.
 
 
Afirma que los aspectos negativos de nuestra vida actual no anidan en la libertad sexual, ni en el divorcio, ni en el aborto, ni en la homosexualidad abierta, ni en el imparable progreso de la mujer en todos los aspectos de la vida. La enfermedad, el mal, se llama dinero, sociedad de consumo, fomento del gasto individual, adicción a la compra, a las marcas caras, a la exhibición de la prepotencia económica, a la superficialidad bobona disfrazada de sofisticación. Hemos sucumbido a la religión del dinero, al culto a la apariencia, a una falsa estética aplicada no a las artes sino a los productos de marcas cuanto más caras mejor, al credo de la salud y cuidado del cuerpo como bien indispensable para alcanzar lo más deseado en este mundo: el éxito en el trabajo, en sociedad y en las relaciones humanas y familiares, cuanto más banales y menos exigentes mejor, con tal de poder sentirse ganador en el ejercicio para el que el sistema nos ha estado astutamente adiestrando: la competitividad.
 
 
En otro de los capítulos del libro afirma que la democracia es como la familia: una institución imperfecta, pero cualquier invento que pretenda sustituirla es indudablemente peor. No hay duda de que la familia es un nido de neurosis, de relaciones hipócritas y enfermizas, de malentendidos que duran años y abren heridas que nunca se cierran, de taras incurables, de odios ulcerosos, pero también de amores y afectos positivos que ayudan a vivir y a sobrevivir. La democracia, afirma, juega un papel similar. Por un lado, es un nido de trampas, de corrupción, de una falsedad sin fondo en la que caben toda clase de mentiras y engaños; pero, a la vez, es el único sistema político que ofrece mecanismos de defensa al ciudadano engañado, estafado e indefenso ante el cúmulo de atropellos que pueda sufrir. Aunque compartiendo la opinión de muchos afirme que parece estar a punto de caer gravemente enferma por culpa de la pésima relación entre la clase política y la ciudadanía, que se ha dado cuenta de que los políticos ya no ejercen la política porque su poder de acción ha sido arrebatado por los mercados, lo vuelve a llevar al inicio: el dinero.
 
 
Es evidente que nuestro sistema de vida está cambiando. Como afirma Ana María Moix es necesario recuperar las únicas armas con las que avanzar hacia un futuro no menesteroso ni vergonzante: los valores éticos y morales que, en algunas épocas de la historia hicieron de la humanidad una especie digna de vivir sobre la tierra.
Pero de momento así están las cosas, entre la desidia y el descontento. Y la casa sin barrer.

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