Siete años

Por Recaredo Veredas.

 

Siete años. Peter Stamm. Traducción: José Aníbal Campos. Ediciones Acantilado. Barcelona, 2011. 272 páginas. 20 €.

 

Afirmar que Peter Stamm describe a sus personajes, los lugares donde habitan y la sociedad que les cobija con la precisión de un cirujano es casi un lugar común pero, a veces, los lugares comunes reflejan verdades indiscutibles. Una de ellas es la abundancia de la precisión quirúrgica –a veces de insólita crueldad- en el cine y la literatura centroeuropea, desde Haneke a Handke, pasando por la galardonada Jellinek. Los centroeuropeos dominan, con una soltura casi genética, la combinación de temas turbulentos y un control total de cada palabra o cada plano. En Siete años cada frase ocupa su lugar y cada imagen su sitio, incluso en los momentos más intransitables. Además el dominio de la expresividad de Stamm evita la caída en la gelidez. Tan completa combinación demuestra una doble utilidad: por un lado sirve de perfecto correlato a la búsqueda de perfección de los personajes, un anhelo incansable cuya perseverancia provoca el errático comportamiento de un narrador que solo halla la paz en el adulterio. Por otro evita el descontrol de una trama turbia como pocas, próxima incluso a los desmadres de Almodóvar.

 

Uno de los mayores aciertos de Siete años es la construcción de la subjetividad de los protagonistas. Stamm, como los mejores novelistas, define con pocas palabras aquellos sentimientos que, aun sabiendo que poseemos, no acertamos a describir. Consigue, en consecuencia, que nos identifiquemos con un narrador-personaje de una condición ética más que dudosa. Resultan de especial interés los sentimientos que proyecta sobre la desventurada emigrante, que muestran que lo que aseguraríamos como cierto no tiene por qué guardar relación con la realidad. Lleva a cabo, además, una profunda reflexión sobre el talento, su ausencia y la relación que mantiene con la constancia. Sobre la dificultad de imitar referentes ajenos, marcados por la genialidad.

 

Stamm es uno de los pocos escritores europeos –Houllebecq es otro- capaz de describir los ángulos oscuros de occidente. En Siete años encuentra y define las esquinas más sucias y evidencia nuestro racismo callado, turbio, definido por acciones y ausencias.

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