Tres segundos

 

Tres segundos. Roslund & Hellström. RBA Libros. Encuadernación: rústica. 512 pp. 21 €

 

 

 Una hora antes de medianoche.

El verano estaba en ciernes, pero la oscuridad era mayor de lo que él se había imaginado. Seguramente a causa del agua que borbotaba debajo, casi negra; una membrana que cubría algo que parecía carecer de fondo.

No le gustaban los barcos, o quizás era el mar lo que no le iba nada, siempre se pelaba de frío cuando el viento soplaba como en ese momento y la ciudad de Świnoujście desaparecía lentamente. Solía quedarse de pie con las manos fuertemente aferradas a la borda y esperar a que las casas dejaran de ser casas y se convirtieran en pequeños cuadrados que se disolvían a medida que la oscuridad que lo arropaba se hacía más densa.

Tenía veintinueve años, y miedo.

Oía gente que se movía tras él, gente que también estaba en camino; una noche y unas pocas horas de sueño y se despertarían en otro país.

Se inclinó hacia delante y cerró los ojos, parecía como si cada viaje fuera un poco más jodido que el anterior y su alma se hubiera vuelto tan consciente de los riesgos como su cuerpo, su mano temblorosa, la sudorosa frente y las mejillas encendidas a pesar del frío que sentía, expuesto al agresivo y cortante viento. Dentro de dos días. Dentro de dos días estaría ahí otra vez, pero de regreso, ya se habría olvidado de la promesa que se había hecho a sí mismo de no volver a hacerlo.

Se soltó de la barandilla y abrió la puerta que transformó el frío en calor y lo llevó a una de las grandes escaleras donde rostros que no conocía se encaminaban hacia sus camarotes.

No quería dormir, no podía dormir, todavía no.

El bar no era una gran cosa; el Wawel era uno de los ferris más grandes de los que hacían la ruta entre el norte de Polonia y el sur de Suecia, pero no era buena idea quedarse mucho rato sentado a esas endebles mesas y en esas sillas con cuatro palos delgados a modo de respaldo.

Aún sudaba, sus manos intentaban atrapar el sándwich y el vaso de cerveza, y miraba fijamente hacia delante, tratando de no mostrar su miedo. Un par de sorbos de cerveza, medio trozo de queso; todavía sentía náuseas, pero tenía la esperanza de que un nuevo sabor borrara los anteriores, primero un gran pedazo grasiento de carne de cerdo que se había visto obligado a comer para proteger su estómago y después esas cosas amarillentas escondidas en una goma marrón, habían contado en voz alta cada vez que tragaba, doscientas veces hasta que las bolas de goma le habían destrozado la garganta.

—Czy podać panu coś jeszcze?*

La joven que lo atendía lo miró y él negó con la cabeza; esta noche no, nada más.

Sus ardientes mejillas estaban ahora entumecidas; se encontró con una cara pálida en el espejo que había junto a la caja registradora y empujó el plato sobre la barra, tan lejos como pudo, con el sándwich intacto y el vaso lleno, señalándolos hasta que la camarera lo entendió y los puso en el estante de los platos por fregar.

—Postawić ci piwo?**

Era un hombre de su misma edad, un poco borracho, de los que solo quieren hablar con alguien para evitar la sensación de soledad. Se quedó mirando al frente como antes, a la cara blanca del espejo, ni siquiera se dio la vuelta; era difícil saber a ciencia cierta quién hacía la pregunta y por qué, alguien que estaba sentado cerca y que se hacía el borracho y quería invitarle a una cerveza podría ser alguien que también sabía el propósito de su viaje. Puso veinte euros en el platito plateado con la cuenta y salió de la desolada estancia de las mesas vacías y la música absurda.

Quería chillar de tanta sed que tenía y la lengua buscaba más saliva para humedecer temporalmente su sequedad; no se atrevía a beber, tenía miedo de sentir náuseas, de no ser capaz de retener todo lo que se había tragado.

Tenía que hacerlo, retenerlo todo, de lo contrario ya sabía lo que pasaba: era hombre muerto.

 

 

* En polaco en el original: «¿Alguna cosa más?». (N. de las t.)

** En polaco en el original:«¿Quieres que te invite a una cerveza?».(N.de las t.)

 

(…)

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