Secretos inútiles

 

Por Rodrigo Soto.

 

Secretos inútiles. Mirko Lauer. Editorial Periférica, 2010.

  

En poco más de cien páginas, Mirko Lauer (1947) nos entrega aquí un relato complejo y fascinante: en el otoño de 1988, un joven estudiante de literatura llamado Mirko Lauer está concluyendo su tesis sobre la fallecida escritora anglo-peruana Miranda Archinbaud. Como parte de su investigación, se traslada a San Francisco, California, con el fin de entrevistar a Clayton Archimbaud, octogenario sobrino de la escritora. Las incidencias de la entrevista constituyen el grueso del relato, que se realiza en el curso de una sola noche y en lengua inglesa; en ella, el sobrino revelará a Lauer-estudiante recuerdos e impresiones de la niñez compartida con su tía en el seno de una familia de latifundistas ingleses poseedora de inmensas plantaciones de caña de azúcar junto al puerto de Cerro Azul. La entrevista está reconstruida a posteriori por Lauer-escritor, quien por tanto se constituye además en traductor y, adicionalmente, intercala en su reconstrucción algunos recuerdos personales atinentes. La conversación es tortuosa y está marcada por la antipatía que surge de inmediato entre entrevistador y entrevistado, y por el abundante consumo de alcohol.  Apenas al inicio nos enteramos de que sobrino y tía eran coetáneos y que durante sus años de adolescencia y juventud mantuvieron un romance que desembocaría en una suerte de matrimonio bufo; más adelante nos enteramos también de que son, sin embargo, antagónicos en un punto: mientras el sobrino desprecia y despreció siempre el Perú (“esa conspiración de una complicidad idiota y mutuamente destructiva entre las personas”), la tía se sintió poderosamente atraída por él; mientras Clayton se marcha de Perú tan pronto puede para no volver, la tía permanecerá ahí el resto de su vida, tratando por todos los medios -señaladamente su desenfrenada vida sexual con peruanos de todas las condiciones- de encontrar su sitio en esa sociedad. En la época en que tía y sobrino se separaran, ella descubrirá también su vocación literaria, que la llevará en las décadas siguientes a escribir varios libros de los que solo se nos informa que el Perú y lo peruano son siempre tema principal. La transcripción de la entrevista que realiza Lauer-escritor pretende ser exhaustiva y en ella surgen numerosos detalles que podrían parecer irrelevantes. Asimismo, durante la conversación Archimbaud revelará el asesinato de un viejo criado de la familia de origen chino, episodio determinante en el fin del romance  y la separación del sobrino y la tía.

 

Que resulte imposible consignar el argumento en pocas líneas, dice ya algo de su complejidad. Lo más fascinante, sin embargo, es la riqueza de posibilidades interpretativas que ofrece el texto.

 

En mi lectura, bajo el tenue ropaje del género negro (investigación, entrevista, asesinato, etcétera), la novela ofrece una imagen intensa y desgarrada de la condición colonial y del sentimiento de extranjeridad asociado a ella. La vida de la familia Archimbaud -incluyendo a la tía y el sobrino- está determinada por su condición de extranjeros en una situación que solo puede calificarse como neo-colonial. Las opciones vitales que asumen una y otro en relación con ello, constituyen el poderoso pero elusivo asunto central.  “No voy a hablar de mis hijos, sólo de mí, una mujer a la que el Perú convirtió en una mueca colonial, contra mi mejor voluntad”, escribiría después Miranda a su sobrino. “Dichoso tú que comprendiste esto temprano en la vida, Clay, y que puedes vivir con el implícito rechazo del Perú a cuestas.” Se trata al mismo tiempo de un paraíso perdido y de un infierno recobrado.

 

El que la entrevista se realice en otro país (Estados Unidos) y en una lengua que obliga a Lauer a convertirse en traductor, funciona como un eficiente motivo complementario. Miranda, Clayton y el mismo Lauer, los tres personajes del libro, resultan en definitiva trasvestidos: ella como escritora “peruana” en búsqueda desesperada de pertenencia y legitimidad;  su sobrino, de una manera patética que no conviene revelar acá, y Lauer en su condición de obligado traductor de la entrevista. Asimismo parece relevante que Lauer tenga orígenes extranjeros (nació en la antigua Checoslovaquia) y que se presente en este libro en calidad de personaje.

 

Otras lecturas acaso enfatizarían el tema de la incertidumbre y la participación del sujeto en la construcción de la realidad-relato, poniendo a dialogar el libro con temas de la física subatómica y el  campo de la teoría cuántica. “Es usted un periodista despreciable y conmovedor. Sí, me imagino que alguien como usted necesita una, y solo una, versión de las cosas, y, además, que la versión no cambie.”

 

El tema de la memoria permea también las páginas del libro. Entre otras cosas, me resulta especialmente atractiva la irrupción constante de lo irrelevante y lo nimio, ya que en efecto no somos dueños de elegir nuestros recuerdos, y en el teatro de la memoria conviven, indiferenciados, el oro y la escoria, con la particularidad de que lo que hoy consideramos escoria puede devenir inesperadamente en oro, y viceversa.

 

Todo esto y más lo hace Lauer con elegancia, inteligencia y, por momentos, también con  humor. No creo ser el único lector a quien esta lectura deja satisfecho y agradecido.

 

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