SEXO Y FUEGOS ARTIFICIALES: LA DECORACIÓN DE LAS MANSIONES PLAYBOY

Por Joaquín Castro. Juez sustituto.

A ver si me explico, creo que esto ya lo he contado antes: la decoración como escenario: en ciertos lugares, la decoración no se utiliza para dar confort y calidez a un edificio, no sirve para facilitar la vida de sus moradores. En la recepción de los hoteles, en la sala de los restaurantes, en el vestíbulo de las estaciones de tren, o incluso en la entrada de los edificios de los ministerios, la decoración sirve para otra cosa, es otra cosa. La decoración sirve para impresionar, para destacar el lujo, la calidad, o, como ocurre en los mencionados ministerios, para dejar claro quién tiene el poder.

Pero, ¿y en las viviendas particulares, ocurre algo? No en la mía, por supuesto, ni en la de la gran mayoría, pero sí en la de algunas personas, en la de algunos personajes para quienes su casa es el escaparate de su negocio, el reclamo de su forma de vida. Son personas que viven dentro de su negocio, y lo muestran con orgullo. Como Hugh Hefner.

Hugh Hefner nació el mismo día que yo, cuarenta y dos años antes, en Chicago; concretamente, el 9 de abril de 1926. Asistió a la escuela en dicha ciudad, sirvió en el ejército y, posteriormente, estudió psicología en la Universidad de Illinois.

Fue educado en el seno de una familia estricta, conservadora y muy religiosa. Con 27 años, consiguió sacar el primer número de una revista, su revista, a la que puso como nombre Playboy, y que tuvo como imagen corporativa la cabeza de un conejo, dibujado por un tal Ary Miller.

Playboy gozó de un triunfo inmediato, desde el primer ejemplar, pues Hefner había comprado una fotografía de la actriz Marilyn Monroe desnuda, tomada antes de su éxito en el cine, y la utilizó como el desplegable de su primera edición. Monroe ya era una estrella en el momento en que la revista fue publicada. La edición incluyó un editorial escrito por Hefner donde exponía la filosofía de Playboy.

Cuando Playboy apareció en los kioscos en 1953, apareció una nueva visión sobre cómo tratar la sexualidad en la vida estadounidense. Cuando los desnudos estaban relegados a revistas marginales, él reivindicó la sexualidad. Con un tono divertido, picante, pero en un contexto donde cabían la libertad de expresión, el periodismo serio y la literatura.

El magnate era dueño de una cadena de clubs nocturnos, atendidos por chicas disfrazadas de conejitas (“bunnys”) y se extendió a otros negocios, como casinos y hoteles. En ese mismo año se realiza “Playboy’s Penthouse,” una serie semanal para TV donde aparece él con un montón de famosos de la época, gente como el cómico Lenny Bruce o como Ella Fitzgerald, realizando entrevistas a personajes públicos. Era una demostración contra el puritanismo y a favor de los placeres de la vida.

Hefner tomó papel como defensor de las libertades individuales, un activista de la igualdad racial. Ya en los 60, en uno de sus clubs del sur de los Estados Unidos, actuaban humoristas negros delante de un público blanco. También hizo entrevistas y mostró su apoyo a activistas de los derechos afroamericanos como Martin Luther King o activistas de los derechos humanos y pacifistas contrarios a la guerra de vietnam.

Y aquí llega el momento: en 1959 Hugh adquirió una mansión de ladrillo rojo de 70 habitaciones en el 1340 de North State Parkway, construida en 1899 para el doctor George Swift Isham. Las fotografías que ilustran este reportaje pertenecen todas a este edificio. En la puerta de acceso a la vivienda Hugh hizo instalar una placa de bronce con la inscripción “si non oscillas, noli tintinnare” (“if you don´t swing, don´t ring”, “si no te balanceas, no llames”, jugando con la acepción de contenido sexual de la palabra “swing”).

Ahora, medio siglo después, contemplar las fotos de la mansión resulta turbador. Dejando a un lado el encanto de ver fotos de tipas turgentes con cardados y bikinis como de película de romanos, lo cierto es que las fotos muestran una vivienda con una mezcla chocante de sillones descomunales, pilas de cojines contra las paredes, y boiseries de novela decimonónica. Era el escenario de una idea irreal de triunfo, un concepto como ya he dicho turbador: el triunfador libertario dentro de una mansión como la de los ricos de los cuentos de Dickens. Una de las fotos que aparecen en este artículo es especialmente ilustrativa: en ella, aparece Hugh Hefner (con el pijama y el batín de seda que se puso a finales de los cincuenta y no se ha quitado hasta hoy) reclinado sobre una joven en una clara posición de “comienza-la-cuenta-atrás-para el-coito” en un muy íntimo rincón de la casa, ¡junto a una armadura! Con un pedazo de lanza, además. Es la mansión de un hombre (y de sus mujeres) libre, triunfador, progresista, que ha abierto los ojos a una nación entera, y parece que se la ha decorado Drácula.

Lo del pijama de Hugh Hefner, además, tiene su gracia. Dentro de su vida como una representación, lleva literalmente décadas el creador de Playboy apareciendo en público vestido con pijama de seda y batín a juego, con un sentido de la elegancia que hace decenios que ha quedado periclitado. Es el concepto de “estilo” de las primeras películas de James Bond, peluco de oro y sin calzoncillos, fumar en el desayuno, desayunar combinados de vodka, y cosas así. Son realmente poco frecuentes las fotografías de Hugh Hefner vestido con traje y corbata.

Pero vayamos a lo nuestro, la decoración. Todas las fotos de este artículo tienen algo en común: no aparece nada en ellas que sea útil. Si uno elimina de las mismas las personas, quedan fotos de estancias vacías, con sillones y mesas bajas, como máximo. No es una vivienda habitable, es como las exposiciones de la sección de muebles en unos grandes almacenes. Es quizá mi favorita la foto de la piscina. Dejando a un lado el hecho de que como piscina deja mucho que desear y que aparenta valer sólo para flotar y hacerse el muerto (tiene una profundidad escasa, y debe tener un ancho de un metro y poco ¡y en curva!), es muy llamativa la decoración, tres máscaras africanas o balinesas de un buen porte. Y nada más. Pero supongo que tendrá que ver con la idea de “estilo” que antes he mencionado, el bueno del conde Drácula metido a decorador de interiores ha debido pensar algo así como “aquí quedaría estupendo algo muy, muy, sofisticado, estooo… ya lo tengo, tres máscaras africanas, una con cara de intensa pena, otra con cara de misterio y la tercera que refleje el vacío existencial africano. Le va a encantar a Hugh”.

Y luego, el gran salto: a mediados de los años setenta, Hugh Hefner se trasladó a Los Ángeles, donde se instaló en la que se conoce como Playboy Mansion West, una mansión de estilo “Gótico-Tudor” según Forbes Magazine, con 2042,7 metros cuadrados construidos, dentro de una parcela de 2,1 hectareas. Fue construida en 1927 por el arquitecto Arthur R. Kelly y adquirida por Playboy en 1971 por 1.100.000 dólares. La última tasación de la vivienda (2011) eleva su valor a 54 millones de dólares. Esto debe ser de común conocimiento en Estados Unidos, pero aquí no es un dato muy conocido: resulta que la Mansión Playboy en verdad son dos, la de Chicago y la de Los Ángeles, la única actualmente en funcionamiento.

La mansión de Los Ángeles tiene 22 habitaciones, incluyendo bodega, sala de juegos, zoo y aviario (con su pertinente cementerio de animales, en cuarenta años habrán caído unos cuantos), pistas de tenis, cascada y piscinas, con gruta y saunas incluidas,

La mansión tiene un edificio anejo, la Game House, con mesas de billar, videojuegos jukebox, aparatos de música y sofás. Esta casa de juegos tiene dos alas, el ala izquierda tiene el suelo acolchado, espejos en todas las paredes, y televisores. Y dos dormitorios.

Si uno lo piensa, tampoco resulta muy extraño todo esto: aquí, en España, hasta hace relativamente poco, la red nacional de Paradores se extendía a lo largo del país en antiguos castillos y conventos decorados personalmente por Felipe II. Bueno, personalmente, no, pero algo debió dejar por escrito en su testamento cuando uno iba al Parador de Sigüenza, al de Santiago de Compostela (cinco estrellas Gran Lujo), o al Hostal de San Marcos (también cinco estrellas Gran Lujo) y se encontraba en el epicentro de un terremoto de bargueños, sillas de taracea, y camas con dosel. Todo muy, muy repujado.

Y aquí es donde todo pega un giro: en este país, la red nacional de Paradores lleva décadas modernizándose, recogiendo lo mejor del sitio (el edificio histórico) y redecorándolos con gusto. En realidad, como todo en la vida: las cosas cambian y evolucionan. Algo que ocurre en todos los ámbitos, especialmente en el del sexo, ya nadie piensa que alardear de meter la pilila a cientos de chicas sea un síntoma de modernidad y mentalidad libertaria, que hablar de sexo a todas horas sea chulo, antes al contrario: lo más probable es que se piense de alguien así que está hipersexualizado, que cosifica a las mujeres y el sexo, y –lo peor de todo- que es un cansino. Ya no queda nadie así, salvo algún que otro damnificado de Playboy y esa época, como Dominique Strauss-Khan, un tipo que ha sacrificado una muy probable presidencia de la República Francesa por su manía de decirle “mira al pajarito” a las chicas de la limpieza en los hoteles.

Pues bien: este cambio de tiempos y costumbres, este pasar de los años y evolución de las cosas, no se ha dado en la fantasía de Hugh: en 2010, la que fuera Playboy Playmate Izabella St. James, en su libro de memorias “Bunny Tales: Behind Closed Doors at the Playboy Mansion”, dejó escrito que la casa necesita urgentemente obras de renovación: “todo en la mansión parece viejo y destartalado, y Archie, el perro de la casa, se alivia con frecuencia en las cortinas del hall, lo que añade un fuerte olor a orina al aspecto general de decadencia”. Es algo que cuadra con la realidad de Playboy: la revista se encuentra en franca decadencia, con una bajada de la tirada a niveles que hacen dudar de su viabilidad, y Hugh Hefner, atrapado en un bucle temporal, sigue apareciendo en pijama por la mansión con playmates que, objetivamente, pueden ser sus biznietas, jovencitas que regalan a su jefe una tarta de cumpleaños el 9 de abril; actuando en resumidas cuentas de un modo que recuerda con escalofríos al último Silvio Berlusconi, octogenarios obsesionados con la juventud, el sexo y la viagra. Hugh y yo cumplimos años el mismo día, y seguro que los dos apagamos las velas y pedimos un deseo, aunque mucho me temo que Hugh sigue pidiendo el mismo deseo que yo pedía a los quince años.

La Playboy Mansion West es la única vivienda particular en la ciudad de Los Ángeles con permiso para hacer espectáculos de fuegos artificiales, en el resto de la ciudad los ciudadanos (18 millones de habitantes en el área metropolitana) tienen prohibido encender fuegos artificiales en sus casas so pena  de severas multas.

Si uno lo piensa bien, es una buena metáfora de esta historia.