Otra sátira de Mendoza

Por Raúl Fernández de la Rosa.

Eduardo Mendoza ha vuelto a la carga con su personaje sin nombre: un detective que pasó un largo periodo en el manicomio. Ahora envejecido y regentando una peluquería visitada sólo para tratar de cobrarle los plazos. Después de cuatro libros, volvemos a encontrarlo en su hábitat natural, la ciudad que va cambiando y envejeciendo con él: Barcelona, inmersa en tiempos de crisis. Pero que nadie se asuste, sigue siendo una novela de personajes más dignos de Pepe Gotera y Otilio que de Documentos TV. Mendoza no nos va hacer llorar, si no reír con su ʻEl enredo de la bolsa y la vidaʼ (Seix Barral).

Libro que sigue la saga del que algunos quisieron llamar Ceferino, y en el que encontraremos hasta una trama de atentado terrorista contra Angela Merkel –algo que a más de uno le debe parecer una gran idea. Pero no se alarmen, como ya se ha dicho la cosa no es tan seria. No es una novela de muertes, es una novela de espejos deformados.

Dijo Valle, “el sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada”. Dice la RAE, voz de Esperpento en su segunda acepción: “género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, escritor español de la generación del 98, en el que se deforma la realidad, recargando sus rasgos grotescos, sometiendo a una elaboración muy personal el lenguaje coloquial y desgarrado”.

El libro de Mendoza encaja bastante bien con estas definiciones. No seré yo quien diga que el barcelonés es equiparable al barbudo. Pero debo recordar que Ramón María no fue nunca miembro de la Real Academia, y sin embargo está en la cumbre de nuestra literatura. También es archiconocido su desprecio por otro escritor español, de gran existo en su época, Benito Pérez Galdós; al cual llamaba, con la agudeza que poseía, Benito el garbancero. O por seguir con la época, el primer Nobel de Literatura español fue Echegaray, el movimiento literario español que lo criticó fue virulento, la Generación de 98 consideraba su obra de poca calidad y trasnochada, y así ha permanecido para los anales.

Pero si a Echegaray no lo conoce ni Rita –la cantaora, obviamente-; a nuestro último* premio Nobel de Literatura –en ciencias andamos escasos- lo conoce todo el mundo -al menos sus salidas de tono-, pero no lo lee nadie. Hablo de don Camilo, que sobre el tema de la homosexualidad o Lorca decía, “me limito a no tomar por el culo” -o por culo, ya se sabe la memoria juega malas pasadas. “No debemos olvidar que este es un país pobre y cutre”, cómo toman sentido estás palabras de Eduardo en El País.

Le preguntaron a Rossellini o a Antonioni (al caso sea lo mismo, dos italianos que hacían películas y naturalmente su nombre acaba en i) algo así como que valorase su obra. El hombre respondió, más o menos (además, usted no sabe ni quien lo dijo), que no era él al que le tocaba ese trabajo, si no a los críticos; pero ni a los críticos de su época, si no a los que estaban por venir.

Por otro lado, si algo abunda en nuestro panorama literario autoerigido como serio-profundo, es la introspección. Dicho de otro modo, la falta de acontecimientos. Pues bien, el tiempo dirá si el nuevo libro de Eduardo Mendoza es sólo un superventas, como lo fue el Quijote, o quedará también en la literatura, como el Quijote. Dos obras hilarantes.

Hoy en día, por ejemplo, son varios los grandes Filólogos que dicen que Galdós ha sido muy mal leído. Vamos, que aún no se ha recuperado del estigma del garbanzo. ¿Qué quise decir con todo esto? Que ʻEl enredo de la bolsa y la vidaʼ es un libro desternillante, pero que esto o la falta de autobombo de profundidad que atesora el barcelonés o el número de ventas no son argumentos de virtud o menosprecio literario. Aunque estoy seguro de que la mayoría de lectores agradecerán la hilaridad.

*Sin contar la doble nacionalidad de Vargas Llosa, Mario.