Les Lyonnais (2011) de Olivier Marchal

 

Por Daniel Latorre

 

 

Hay dos historias en esta película: la primera narra unos hechos reales ocurridos a mediados de los años setenta, cuando la banda de atracadores conocida como los Lioneses acaparó toda la atención de la policía en la región francesa de Lyon a causa de sus robos a mano armada en bancos y oficinas de correos. Su líder, Edmond Vidal, había crecido en un campamento gitano y ya desde su primera juventud conoció la delincuencia y la vida carcelaria, lo que le convirtió en más delincuente aún. Posteriormente, fue escalando puestos dentro del crimen organizado hasta que llegó a dirigir una banda propia. Su carrera se paró en seco con su espectacular detención y posterior condena.

 

La segunda historia transcurre más de treinta años después, en la actualidad, y cuenta unos sentimientos reales. El mismo personaje principal es ahora un Vidal (interpretado por el veterano Gérard Lanvin) envejecido y casi retirado que aún conserva su prestigio como Padrino entre sus compañeros de delito, incluyendo su antigua mano derecha, Serge Suttel (Tchéky Karyo), quien reaparece después de pasar una década en el anonimato para reencontrarse con su hija y con su nieto, al tiempo que huye de otros criminales a causa de una deuda. Un comisario de policía (efectivo Daniel Duval) es el convidado de piedra, el testigo al que le tocará limpiar todo el estropicio que ha dejado esta historia de venganza y el ajuste de cuentas

 

La relación entre Vidal y Suttel, donde se incluye la traición, el honor entre criminales, y el recuerdo de una época pasada, es el eje sobre el que se articula esta historia dirigida Olivier Marchal; es éste un curioso ejemplo de “cocinero antes que fraile”, un antiguo miembro de la policía judicial francesa al que su anterior experiencia laboral le ha permitido dar verosimilitud en sus películas y trabajos para televisión al mundo del crimen, tan mitificado en el cine que ya casi no parece real. Además, tener una historia verídica escrita en forma de biografía por el Vidal real sobre la que soportar el guión, permite a la trama de Les Lyonnais tener ese peso contundente de lo auténtico que se necesita a veces para entrar en una historia.

 

Todo lo demás en la película de Marchal es adorno estético, que le da a esta obra ese sabor a cine criminal francés tan propio como diferente al de otras cinematografías. Que el líder de la banda pertenezca a un grupo con una gran tradición familiar (los gitanos somos un pueblo, no una raza, dice el propio personaje de Vidal) le permite al director acogerse bajo la alargada sombra de El Padrino de Coppola. Así sucede con las escenas del bautizo y posterior fiesta con todo el clan, entre lo caló y lo manouche, al igual que con el retiro plácido del patriarca en su casa ajardinada.

 

Por otro lado, en las escenas que transcurren en el pasado, insertadas como recuerdos del veterano jefe de la banda, predomina la estética feísta, sucia y evidentemente setentera, con unos flashbacks a veces algo desenfocados y repetitivos. Pero en todo caso se trata de una reconstrucción bien hecha en cuanto a violencia, tanto criminal como policial (esa tortura durante el interrogatorio en comisaría). Vemos ahí a unos personajes jóvenes y fieros, armados y enfundados en chaquetas de cuero que realizan sus golpes a bordo de modelos Citroën Tiburón. Todo esto lo contemplamos en pantalla mientras aguardamos a una contrapartida en nuestro cine nacional, porque el pueblo español lo exige, el pueblo español lo demanda: ver de nuevo un Talbot de la Guardia Civil por una carretera comarcal persiguiendo un Seat 1430 pilotado por el Torete. Con el Vaquilla en el asiento del copiloto.

 

Tráiler:

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