Juan Carlos Reche

El poeta Juan Carlos Reche

 

Por  Jorge Díaz Martínez

 

Se me hace difícil hablar de la poesía de Juan Carlos Reche, como si esa poesía fuera solamente una. De sus primeros versos, los de La cítara de plástico, irónicos y deslenguados, pasando por el pop elegíaco de El dolor y la velocidad, hasta la mística intimista de Carrera del fruto, parece haber poco en común. Sin embargo, lo hay: la heterodoxia, la individualidad de su discurso, la imaginativa retórica de sus poemas. Juan Carlos Reche es uno de esos pocos autores actuales que puede presumir de haber alcanzado ya, si no desde un principio, la determinación de una voz propia, distinta de las modas y distinta a sí misma, una voz que persigue su propio guion original. Las raíces de esa voz beben en todos los mapas, y sus brotes saben siembre a fruta nueva. Su poesía es tan universal como su biografía, tan particular como su genética. Renovación, altura y gracia. A buen seguro, uno de los poetas de nuestro tiempo.

 

JUAN CARLOS RECHE (Córdoba, 1976) ha publicado dos libros de poemas: El dolor y la velocidad (Renacimiento, 1999) y Carrera del fruto (Pre-Textos, 2006), publicado en portugués por Quasi Ediçoes en traducción de Pedro Santa María de Abreu. Dirige Nomeolvides, colección de poesía para la montevideana Casa Editorial HUM, donde ha publicado recientemente el estudio-antología Para los años diez -7 poetas españoles nacidos en los 70-. Como traductor de poesía italiana destacan su traducción de Gesta Romanorum de Giovanni Raboni (Vaso Roto, 2011) y la próxima aparición de Poesía Escogida de Giorgio Caproni (Pre-Textos). http://www.blog.casaeditorialhum.com/nomeolvides

 

*

Más alla de la poesía

en las decisiones

en el aire

he creado un mundo

 

Allí enjuago las hoces

allí mis manos frescas

 

Vendimia del alma

 

*

Al final era esto el invierno.

Maletas de nieve

apiladas por el sol,

sahumerios de enhebro,

ramitas de abrojo.

 

Encender ese fósforo de agua,

confirmar el milagro

de mis dotes antiguas.

 

Ser

como esquimales,

con la sola virtud

de orearse

en la lluvia.

 

Y ese zas de los tilos titilando,

esta lluvia del polen

convertida en un don.

 

 

*

¡Ah el tema del cuerpo!

¡Cómo hablé! ¡Lo que no dije…!

Tomando claras, cocinar el aire.

 

Una generación más de filólogos

tropezaba con los bargueños

con la bici

con la vejez pulcra de mi casa

en la ciudad de los cien poetas.

 

El invitado construía un flujo

ordenaba análisis:

 

mantener el equilibrio sobre la razón,

como un capitel ya sin volutas,

auténtico,

me produce mareo, rinde poco.

Más bien, ser como la tarde, la casa;

un lebrillo volcado.

                                        (De Carrera del fruto)

 

 

  1

 

Menos pelos que un litro vino,

más antiguo que el poleo,

tapón de alberca, Vicente Belda.

 

Se orienta por el nombre

de los bares,

limpia la navaja

con un canto

de telera,

 

desespera

si no vuelven

los perros del monte

cuando chifla

cuando se toca la calva

cuando evoca el flequillo de Manuel Gerena.

 

 

 2

 

Agarró el hule

y pegó dos capotazos,

señores: uno para la guiri

y el otro para la tarde.

Después se lavó el diente,

farfullando:

dadle un par de horas más

y verás cómo se pone. Y

ve teniendo cuidadito, cagajón,

que me está molestando el cencerro,

que yo tengo paciencia poca

para aguantar cuando no debo.

 

 

  3

 

Yo venía por la sombra

aunque estaba cayendo la fresca


cuando alguien me dio la acera


con un canasto de membrillos
          

que no valdrían dos gordas:

 

se tropezó se desolló los codos,


se desparramaron los membrillos


por la Huerta la Reina.

 

Por eso me gusta

ir a andar
a los carriles,

porque la gente se ve desde lejos.


Uno se prepara para dar los buenos días


como si fuera verdad. Ea, ahí vamos, ¿eh?

 

 

LA PRINCESA MATRIOSKA

 

Aquel verano de los años diez

fabricaba el ojo

saboreándolo;

como la fruta

los agentes mercuriales

resumían:

sólo en la especie sentimental

se halla un músculo así:

 

va a donde ella va

coronando en el centro

del agua

su diadema de células;

cultiven por favor el cero,

acompañadlo.

 

(Inéditos)

 

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