El arte del descubrimiento

Por Rubén Cervantes Garrido.

 

José Alemany. Dunas. Galería Guillermo de Osma.

Claudio Coello, 4. Madrid.

Hasta el 20 de julio.

 

Una vez convertida en una actividad factible, con tiempos de exposición mínimos, la fotografía se amoldó muy bien al devenir del arte de vanguardia, en el sentido de que fue rechazada por motivos muy similares. Si el impresionismo despertó suspicacias en un primer momento, no fue por sus pinceladas apresuradas, sino más bien por su vulgar realismo, algo que se achacaba de igual modo a la fotografía. ¿Cómo podía llamarse arte a una imagen que no hacía más que reflejar escenas de la realidad cotidiana? Es cierto que a la fotografía había que sumarle otra contrariedad, véase su aparente falta de maestría, pues el sencillo hecho de apretar el disparador era suficiente para obtener el resultado. No deja de ser curioso que este prejuicio fuera uno de los motivos por los que las vanguardias plásticas del siglo XX (el arte llamado abstracto principalmente, pero no únicamente) fueran despreciadas por el consabido tópico de que “eso lo puede hacer un niño”.

 

Que el mérito de una obra de arte no reside en el sudor vertido por el artista es algo que tenía muy claro José Alemany (Blanes, Gerona, 1895 – Provincetown, Massachusetts, 1951), al que la galería Guillermo de Osma le dedica ahora una exposición con motivo de PHotoEspaña. La galería posee la mayor parte del legado del fotógrafo, y ya le dedicó una muestra hace exactamente dos años. Si algunas de las fotos expuestas entonces eran de objetos manipulados por el artista, el ingenio de las que se exponen ahora proviene exclusivamente de la elección del motivo y el encuadre. La exposición se titula Dunas, pues se trata de una extensa serie que el fotógrafo dedicó a los paisajes arenosos de Cape Cod, en la costa este de los Estados Unidos. Alemany se había trasladado a América en 1917, donde desarrolló una brillante actividad intelectual. Humanista y pedagogo, impartió clase en el Carnegie Institute of Technology de Pittsburgh, fue especialista en la obra de Proust, mantuvo una relación epistolar con Stravinsky y prestó su apoyo a la causa republicana desde América durante la Guerra Civil española.

 

A mí cada vez me es más evidente que, en arte, la diferencia entre lo “figurativo” y lo “abstracto” es una mera cuestión de terminología y que en ningún caso puede servir como eje central de un análisis serio. Me gustan especialmente las imágenes de José Alemany porque caminan magistralmente sobre la molesta frontera entre ambos terrenos. Sus fotografías recogen, qué duda cabe, elementos de la naturaleza, pero se nos muestran más allá de su mera apariencia objetiva. Las dunas podrían parecer, en un primer momento, un motivo con escasas posibilidades estéticas más allá de la ondulación de la arena recortada sobre el cielo. El mérito de Alemany reside, precisamente, en lo que es capaz de descubrir entre esa inmensidad aparentemente homogénea. Además de recrearse en las sombras que  la arena proyecta sobre sí misma, magnifica detalles mínimos como la pequeña vegetación que crece en ella o los sugerentes charcos dejados por la lluvia. Hay también lugar para jugar con los títulos, creando equívocos irónicos. Sin duda, la fotografía es para Alemany el arte que nos muestra aquello que tenemos delante de los ojos pero que no somos capaces de ver.

 

El catálogo de la exposición merece una mención aparte. En él encontramos un artículo del propio Alemany, publicado originalmente en The Carnegie Magazine en 1937. El texto no es largo pero tiene mucha miga. Partiendo de la celebración en Pittsburgh de dos grandes exposiciones, Alemany acaba haciendo un verdadero elogio del arte de la fotografía. Lo hace, en buena parte, en  comparación con la pintura incurriendo, no sé si conscientemente, en una relectura total de la historia de las vanguardias. Alemany propone aquí que todas las transgresiones acometidas por la pintura desde los impresionistas son una reacción a la fotografía, pues la pintura como representación objetiva de la realidad no tiene sentido cuando una cámara puede hacerlo de manera mucho más rápida y precisa. Esta teoría puede ser todo lo discutible que uno quiera, pero lo cierto es que casi siempre se omite, por molesta, la influencia, pequeña o grande, que la fotografía debió de ejercer sobre el devenir revolucionario de las artes plásticas. Sin duda es un tema que merece mucha más atención de la que de momento ha recibido por parte de la historiografía artística.

 

Los argumentos de Alemany tienen como objetivo siempre la reivindicación de la fotografía, nunca el desprestigio de la pintura. La coexistencia pacífica entre ambas pasaría, para él, por definir el campo de acción de cada una. “La pintura debería ser el arte de la invención, y la fotografía pictórica el arte del descubrimiento,” sugiere. Su fotografía es, sin duda, buena muestra de ello y, desde luego, no tiene nada que envidiar a la pintura en cuanto a categoría artística. Al fin y al cabo, y como él mismo dice, “los seres humanos no admiran menos a los descubridores que a los inventores”.

 

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