Paraísos Glotones – California. Condado de Carmel. AHUMADOS ALONSO

Por Ramón J Soria Breña


En todo el territorio de Silicon Valley hay pequeños restaurantes de antes del boom ciber que merece la pena conocer si decidimos emigrar allí a probar fortuna.

 

Me ha asombrado verte en el periódico, en las páginas salmón precisamente, saludando a un ministro pirado de este reino de locos que es España, nombrando el provenir igual que entonces, con muchos años más y, también para mi, más deseable, aunque ahora seas presidenta de no sé qué tinglado cibernético y te disfraces de Gucci, Zara y Jacobs. Seguro que cuando no vas de uniforme, vuelves a tus vaqueros cortos y las camisas de algodón crudo de tu padre.

Aquel día me llevaste muy temprano desde Mountain View hasta más abajo de la bahía de Carmel. Paraste la moto en una pequeña playa despoblada, rodeada de islotes donde rompía con alegría el tramposo Pacífico. Allí tenía una pequeña casa de comidas un viejo mejicano que parecía sacado de una novela de Cormac McCarthy. AHUMADOS ALONSO. Mesas de madera lavada y suave hecha con pedazos de naufragios, manteles blancos de lino antiguo, techo de bambú y tejas centenarias y vino frío de la Baja California. Como hacía calor nos pegamos un baño antes de desayunar, pero nada de enchiladas, ni tacos, ni burritos, ni melindres texmex de pacotilla. Alonso sólo servía en su chocita los pescados que su red y su caña atrapaba y que luego ahumaba en caliente con virutas de árboles que yo no conocía y cuyos nombres ya he olvidado, delicados pescados del Pacífico, desespinados y limpios, aliñados con yerbas y polvos heredados del tiempo salvaje o sabio de sus abuelos indios.

Le conocías de largo al tal Alonso, seguro que pariente de Quijano, de cuando venías con tu padre de niña a pescar felicidad y lubinas, me dijiste. Y luego, de cuando aprendiste de joven otros placeres y traías a comer a los amores que merecían por algo el privilegio, me dijiste también. Ni el menú ni el lugar habían cambiado. Ni tampoco el dueño, cocinero, ahumador, pescador, mago que nos puso para almorzar, todo pasado por la magia del humo, almejones, trucha de mar, corvina y unas rodajas de un bogavante de debía ser primo segundo de Neptuno por su enorme tamaño y su sabor
griego y exquisito. Ni trampa ni cartón, ahumaba los pescados en una cocina de techo abierto, en un armario grande de chapa renegrida del que el humo apenas se escapaba. El viejo brujo se sentó con nosotros a comer y hablamos de ríos y selvas, guisos perdidos, libros y derrotas, de navajas damasquinadas, salsas rabiosas, ahumadores hechos de desguaces de trenes, plantas tóxicas y armas antiguas de avancarga. Y de tí sobre todo. De tu orgullo de indígena perdida, de emigrante del norte, de rebelde con causas y con sueños. Te reías, nos servías más vinito, nos pinchabas al viejo o a mi según tu antojo con palabras precisas y afiladas, con preguntas, burlas o silencios. Luego un buen café de puchero, un cigarro de Cuba y un poco de silencio.  Nos pasamos en la playa todo el día mientras arriba, en casa Alonso, el cocinero hacia feliz a mucha gente con su comida ahumada, su humor y sus secretos.

A mi edad todo se olvida. Pero no olvidaré tu pelo negro de india del desierto, ni tu piel de holandesa poco errante, ni el deje de tu español entre mis labios. Dormimos esa noche en la cabaña en la que el mejicano guardaba los aperos de pescar y caracolas extintas. Esa noche el mar hizo honor a su nombre y bebimos más vino y reímos más veces. He olvidado casi todo de entonces, años enteros de mi vida, pero no cómo ahumar un buen pescado, ni a sabe la piel de una mestiza. Ni tampoco he olvidado a Alonso, seguro que con algo de Quijano, seguirá allí, en la pequeña cala, a media hora de Carmel hacia el sur. También yo soy mestizo, hoy lo sé, en mi sangre, mi cocina, mis ideas de rojo y piterpan y mi forma de recordar algunos pocos días en los que estabas tú.

En el periódico salmón en el que apareces, no dicen la receta del ahumado, ni por qué te gustaban mis historias, ni porqué California y el Pacífico era el hogar de las ideas más locas y felices que han derramado por allí tanta riqueza. Tampoco dice nada de que hablabas en sueños, ni del verso de Cernuda que te gustaba tanto, ni del olor del mar aquella noche, ni de todas esas cosas que son de verdad tan importantes y no aparecen nunca en las páginas de los diarios de economía.

 

Nota:

Si no tenemos aún esa idea maravillosa para plantar en el Valle del Silicio o nuestra economía en crisis no nos da para viajar hasta Carmel de turista a degustar los ricos ahumados en caliente de AHUMADOS ALONSO, podemos fabricarnos un ahumador de pescado de forma fácil y rápida (croquis de cómo fabricarse un ahumador).

 

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