Guillevic. Arte poética

Arte poética

Guillevic

 

Fuentetaja, Madrid, 2012

 

Por  Ricardo Martínez

 

La palabra, al modo de algunos frutos, puede ser tan efectiva que la brevedad supone no solo una forma de salvación (de redención) sino de comedimiento necesario. Una cuestión, también, de estilo.

 

Cuando el poeta escribe: “Yo quería/ hablar silencio// El silencio/ habla del centro// Es a ambos/ a quienes yo necesito”, el mensaje ha quedado compuesto. Y lo ha hecho para aquel que, leyendo, escucha acaso por partida triple: al poeta, al silencio, y así propio, consciente de que lo que el poeta le ha dicho, o sugerido, no es sino una limpia verdad que él mismo entiende y comparte.

 

Podríamos convenir sin mayor riesgo de interpretación que aquí el poeta habla del silencio pero también de la soledad; habla del centro pero también de la necesidad de identidad, de equilibrio; alude al yo pero a sabiendas de que ese yo es un universal. Es así como el efecto  iluminador del poeta se transfiere a aquel que, a sabiendas de lo que su vida tiene de dependencia, de incierto futuro, desea conocer, o sentir, a través de una forma de armonía, incluso de belleza.

       

De ahí que podamos leer, también, algo tan sencillo y significativo como “El poema/nos trae al mundo” Esto es, nos hace conscientes. En ello percibimos, necesariamente, esa forma de trascendencia a la que somos invitados permanentemente por razón de nuestra implícita poquedad, y la necesidad por ello de algo a lo que asirse: “En las rompientes/ En los chillidos de las gaviotas,/ en la espuma que ce de nuevo en el agua,/ en la marea que comienza a subir,/ en los fucos que se aferran a las rocas,// Yo me invito./ Y me reencuentro”.

       

Cuando el poeta compone el canto, entona el canto, lo hace desde sí propio pero también, todos lo sabemos, lo hace para ese Otro que somos nosotros. Los mismos que, a través de nuestros sentidos, apreciamos –sin poder manifestarlo en palabras- el bien de la poesía como un don. Como la unción de la libertad.