El año del pensamiento mágico

Por Recaredo Veredas.

Acabo de terminar El año del pensamiento mágico*, considerado, con notable consenso, uno de los clásicos de la narrativa mortuoria. Narrativa o ensayo, no termino de tenerlo claro. Porque, pese a la continua tensión y pese a la construcción novelesca de los personajes, la lectura es dominada por una reflexión sobre la levedad de la vida, la construcción del duelo y, por encima de todo, sobre ese pensamiento mágico al que alude el título.

La peripecia que sufrió, en carne y hueso, Miss Didion es la siguiente: es una escritora-guionista de cierto éxito, casada con un escritor-guionista de cierto éxito. Trabajan juntos y mantienen una relación sólida -lo comparten todo, desde el trabajo, al whisky, pasando por las sábanas- que ya dura cuatro décadas. Tienen una hija. Un día cualquiera, sin previo aviso, la hija sufre una especie de ataque cerebral que la emplaza al borde de la muerte. Cuando está recuperándose, el marido de Didion muere, en apenas cinco minutos, de un infarto. La narración comienza en los momentos previos al accidente cardiaco y narra, con ejemplar lucidez, cómo Didion asimila la ausencia de quien le ha acompañado día y noche durante cuatro décadas. Una asimilación aún más difícil si la unimos al súbito agravamiento de la dolencia de la hija, cuya recuperación era solo superficial. Didion no se trata mal a sí misma. Como buena ciudadana de los Estados Unidos de América -lo escribo con admiración- Didion es una mujer hábil, además de solvente, y soluciona las cuestiones pecuniarias -la sanidad en Estados Unidos es carísima- y prácticas sin mayores contratiempos. Utiliza un registro intermedio entre la frialdad y el dolor que resulta muy adecuado para la comunicación y comprensión de sus reflexiones. Es decir, no es la típica narradora que se fustiga con todo lo que debía haber hecho o dicho y no hizo o dijo. Parece conocer la inutilidad de la autoflagelación -parte del pensamiento mágico- y eso que defiende sin ambajes la autocompasión y la expresión libre del dolor, frente a las constricciones a las que nos obliga la autodenominada civilización.  

Como parece obvio, el tema abordado no es demasiado original. La muerte nos acompaña lo queramos o no desde que el hombre es hombre y también desde que el hombre es hombre hay escritos que testimonian el dolor que causa en el superviviente el deceso del ser amado. Es decir, el libro de Didion no puede aspirar a la originalidad. Por ejemplo, me aproximo a la estantería del despacho y tomo al azar un libro. Es un poemario. Se titula Elegía. Fue escrito por otra estadounidense: Mary Jo Bang y habla de su hijo, muerto de sobredosis. Tal vez sea más revelador que el ensayo de Didion, pero no lo es de una manera directa, sino poética, investiga en el reverso de las palabras. Lo escrito no implica que Didion desdeñe lo poético. De hecho repite varias veces una estrofa, próxima a un haiku no naturalista:

La vida cambia rápido

La vida cambia en un instante

Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba.

Y alguno de sus mayores aciertos provienen de mecanismos puramente líricos. Por ejemplo así ocurre cuando afirma Durante cuarenta años me vi en la mirada de John. No envejecí o en el bello final. O en el bello desenlace, que muestra la dura decisión de abandonar a los muertos. Resumiendo, cualquiera que indague sobre la muerte, como mucho puede aspirar a contar lo mil veces narrado de forma ligeramente distinta. Una de las referencias más obvias de Didion, citada por ella misma, es Una pena en observación, un breve ensayo escrito por el británico CS Lewis tras la prematura muerte de su esposa, considerado una de las joyas del duelo. Tal vez el didacticismo californiano de Didion impide que alcance las cimas emotivas de Lewis.

La mayor distinción de este libro es, sin duda, la que refiere en el título: su estudio del pensamiento mágico, del análisis de nuestra patológica creencia en el dominio de nuestras propias vidas, de nuestra capacidad para influir -sea mediante rituales, mediante actos o pensamientos- en asuntos que escapan de nuestras manos y cuya titularidad pertenece a la vida. También acierta en el tono -Didion es una mujer sagaz- que satisface al intelectual y no abruma al lector ajeno al capital simbólico literario. Veremos cuál es la repercusión que causa a corto-medio plazo en mi conciencia, veremos, por lo tanto, si no es el típico descubrimiento-deslumbrante que parece iluminar y es olvidado en dos semanas. En cualquier caso, sea cual sea su permanencia, contiene compasión de la mejor especie –aquella que ayuda a comprender a uno mismo y al otro, sin cursilería- y, aunque no sea necesario, sí resulta conveniente. Porque habla de lo inevitable.  

*El año del pensamiento mágico. Joan Didion. Global Rythm. Madrid, 2006. 21 €. 211 páginas. 

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