Melodía atemporal: el sonido Semana Negra

 

Texto y fotografías: Laura Muñoz

 

Una melodía, leí alguna vez, es una sucesión de sonidos que se percibe como una sola entidad. Tiene, esa sucesión de sonidos, una identidad y significado propio dentro de un entorno particular. Necesito comprobar.

En la Carpa del encuentro, cuatro sonidos. Los cuatro diferentes y tan parecidos. Argentina los une. España los une. La literatura, de donde sea que vengan y adónde sea que vayan, los une. Tenemos melodía tanguera.

 

Guiilermo Roz, Raúl Argemí, Marcelo Luján y Carlos Salem

 

Así, lo que escuchamos es la sobreprotección y el deseo de huir de ella del personaje que perfila Guillermo Roz, el ángel de la guarda de Raúl Argemí que cuida de un semidiós venido a menos , el golpe de gracia tras años de ausencia que ficciona Marcelo Luján y el Sotanovsky de Carlos Salem que busca y tiene la buena/mala suerte de encontrar. Todos argentinos, ellos y a los que crean. Ambientes de lucha, de percepciones al límite y estudiadas tanto como vividas.

No utilizaré este espacio para hablar de ninguna de las novelas, se perderían una gran lectura. Les ofrezco una degustación sonora, es a lo que hemos venido, que les hará entender que todas estas historias hablan por sí solas sin necesidad de explicación.

 

«Tres palabras: jodido, pero contento. Así me sentía ese viernes por la mañana mientras caminaba hasta Correos con la mochila a la espalda y los bolsos cruzados (…) Seguían siendo tres palabras, pero a lo mejor tenía que cambiar el orden.

Contento, pero jodido«.

 

Es el comienzo de «Un jamón calibre 45» de Carlos Salem, donde podemos encontrar, a lo largo y ancho de sus páginas, mucho texto «para robar»: “Es como una enfermedad, Serrano, pero jodidamente linda, una debilidad del espejo que nos inventamos de duros autosuficientes y viriles, y que se va a la mierda por la imagen de un gesto, un cruce de piernas, un tacto de la piel de ella. Es sentir que una lágrima sin motivo se hamaca del ojo para adentro y lo peor es que no tiene ganas de llorar pero se emociona y se escapa sin razones. O por muchas razones”.

 

«Era 1950 y Buenos Aires se asomaba como una ciudad nueva, floreciente, el aire extranjero la convertía en marabun­ta pero también en coloquio y brillantina». Así se llena la primera página de «Moravia», situándonos donde tenemos que estar. A partir de ahí, palabras hiladas que cortan y zarandean. 

«(…) Su respiración la condenaba al descanso, a la redención, al suplicio. La condenaba. Eternamente. A la oscuridad. (…) Había soltado un gemido de esfuerzo, tal y como hacen las mujeres en el momento del parto, incluso en el de la concepción: cuando la vida que pronto recogerán en sus brazos empieza a meterse en el centro del cáliz. Y a veces nace».

Costuras, las de Luján, sin agujeros en un texto que hace sentir lo bonito de leer, aunque sea con una tragedia, a pesar de hacerte llorar, aunque creas no poder respirar. 

 

 

En el caso de Gillermo Roz, tienen «la frase» en portada: «Tendríamos que haber venido solos». Si le añadimos la situación «parejaencocheviejoconsuegra», el olor a chamusquina brota. Pero… ¿Y si esa pareja está emprendiendo el camino a una nueva vida?. Con todas esas ilusiones de paredes de segunda mano pero que son nuevas, muebles de prestado que inauguran como nuevos y, a modo de éter, una embarazadísima mujer al lado del conductor y dueño de la madre. Oh, sí, más de uno/a reconocerá el olor…

 

 

 

 

 

Frases para guardar de Argemí: «El ángel, ante la oportunidad, se lo piensa un segundo, y decide que entre el Infierno y ser ángel guardián de un boxeador, es mejor lo segundo» (…) «Estaba todo fríamente calculado. En el momento justo en que nacía Oscar Natalio Bonavena, el ángel, todavía invisible -cosa que se le pasaría con el tiempo- cayó justo al lado, provocando un ataque de hipo a la partera que ayudaba en el alumbramiento».

Argemí les cuenta la leyenda Bonavena, los odios y pasiones levantadas por este púgil que nunca fue campeón del mundo pero que hizo besar la lona a Clasius Clay. Las experiencias arropadas por su ángel de la guarda, ÁNGEL, son las que se pegan en este ring que acota el autor. 

 

 

Termina este «Qué bueno que viniste» y «nuestros» argentinos comparten con los asistentes la melodía del sentimiento de partida del país que los vio nacer, la acogida en uno nuevo donde siguen creciendo y las añoranzas que los unen. Hablan del respeto hacia un lenguaje porteño integrado con una suerte de deje cañí. Y, si me permiten la intromisión, yo digo que no: no lo pierden ni se disipa, ahí está. En el fondo de cada página que escriben y los lectores asimilan, está la esencia.  No importa dónde unan sus palabras, ni siquiera la nacionalidad del que escribe es relevante; Salem lo explica a la perfección: «ser argentino es una manera de mirar por la ventana, ser italiano es una manera de mirar por la ventana, ser español es una manera de mirar por la ventana… Lo distinto son los grados.»

Clara la idea de creación de novela policiaca renovada, donde no es necesaria la intervención de señores con gabardina que fuman puros interminables en noches oscuras. Analizando la concepción de la idea se obtiene el sentido: una mirada objetiva a la realidad, ácida y que araña. Verdades sociales, políticas y peleas sensitivas. Así son nuestros creadores de novela policial y el género negro español los quiere aquí, cerca.

 

 

Cristina Fallarás

 Agudicen. ¿Lo escuchan? ¿Pueden? Es la rabia. La de la entraña, esa que brota cuando debes decir, y dices, «cariño, a partir de ahora, la carne para los niños». Así arranca la presentación de Cristina Fallarás en una tarde de intenso viento en Gijón, bajo la Carpa A quemarropa. A su lado está Sébastien Rutés, que no puede diferenciar la fascinación y el horror que le despierta el personaje principal de «Últimos días en el puesto del Este».  Explica el blanco y negro que ha notado si lo compara con su anterior novela, «Las niñas perdidas», donde tira de un realismo cruel al contrario que en esta última, donde hace visible lo conceptual. Fallarás, que es una de las espigas principales y muy presente en esta cosecha negra que se reúne en Gijón, se desgarra para el lector. Quiere a morir, mata con amor, llora de alegría y extraña sin límites. Con esta novela, Cristina obtuvo el XLII premio de novela Ciudad de Barbastro y Fernando Marías es quien firma la contraportada: «¿Qué digo? ¿Que es una novela postapocalíptica(..)?». Declaración que termina con un «si creen en la literatura de resistencia ideológica y están interesados en las novelas que hacen preguntas hondas que da miedo responder, esta es su novela».

¿Necesitan más? Bien, palabras de Fallarás impresas dentro de este puesto del Este: «Ni siquiera cuando sueño que vuelvo a hablar contigo te suavizas, pero me devoraste y no lo olvido».

Cristina ha creado ese último reducto de resistencia tras una guerra, y lo hace tocando todos los palos: política, compromiso, catolicismo, atrevimiento, melancolía y cuatro cientos mil vértices más que tendrán que descubrir en sus letras.

 

Apaguen sus oídos. Del todo. Out.

Diablo Salem

Silencio roto por algo que viene de la parte trasera de la Carpa del encuentro. Un diablo y dos. Hablan, ahí, en el escenario de la Carpa del encuentro que, a pesar de la oscuridad de la noche que se acerca, está ocupada en su gran mayoría. Veo sonrisas cómplices porque, algunos, intuyen qué va a pasar. Y lo saben porque el primer diablo en salir a escena se llama Carlos Salem, porque nunca deja indiferente y porque siempre trae algo nuevo. 

«No hace falta que me presente, porque ya sabéis quién soy: vuestro próximo casero. Diga lo que digan, en el infierno no se vivía nada mal desde que aprobé una ley que prohibía la entrada de músicos, escritores, poetas, esa gentuza… Pero hace poco hubo elecciones, ganaron los que ganaron e hicieron lo de siempre: los artistas, al infierno. 

Y aquello se puso pesado. (…) La cosa era tolerable hasta que llegaron ellos: tres tipos que además de escritores, eran músicos.(…) Como abajo no los aguantamos más, decidí sacarlos de gira. Hice un par de llamadas y me dijeron que lo más parecido al infierno que había en la Tierra era la Semana Negra de Gijón».

 

 

Y esos tres escritores, que además son músicos, aparecen. Y calzan sus guitarras, sombreros, sonrisas. Los Rock&Books en concierto: Paco Gómez Escribano, Pedro de Paz y Javier Márquez.

Una selección de temas conocidos y cantados por todos. Acompañando en el escenario está Carmen Redón con su violín y Jerónimo Tristante pone voz mientras toca una guitarra prestada. Son amigos. Somos. No hay más que decir. Grandes.

 

 Escucha. Es la melodía Semana Negra. Y sigue!

 

 

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