Profesores y cruzados

Por Mario S. Arsenal.

¿Por qué hablar de las Cruzadas ahora? Todos nos lo podríamos preguntar. Hoy no son fortalezas las asediadas, ni ciudades santas de las que quiere usurparse tal o cual creencia (junto con sus tesoros, claro está), sino la dignidad y supervivencia del hombre, puesta a merced de un cuerpo dirigente, cuando menos, dudoso e incierto en su labor. Sin embargo, el mundo continúa y los estudios con él; eso queremos pensar aunque no sea del todo así. Sucedió que a finales de los años setenta el prestigioso profesor de la Universidad de Cambridge, Jonathan Riley-Smith (1938), en el transcurso de sus clases entre Saint Andrews y Cambridge durante más de diez años decidió dar a luz este breve pero denso ensayo sobre el fenómeno de las Cruzadas, libelo precioso para el que Acantilado se ha tomado la gentileza de volver a alumbrar con una nueva revisión y traducción. Desde su aparición en 1977, el texto ha visto tres ediciones más en lengua original, las de 1992, 2002 y la última de 2009. Cada una de ellas fue revisada por su autor y todos los prólogos aparecen recogidos en esta edición. Esta necesidad del prólogo refleja la paulatina polémica que el texto fue generando desde su aparición.

Dicha polémica se sustentó principalmente en el plano de la caligrafía de la disciplina histórica, es decir, toda la comunidad académica coincidía en la esencia de las Cruzadas, pero no todos en la naturaleza de las mismas. Dicho de otro modo: se sabía qué eran, pero se cuestionaba cómo llamarlas. Lo que hizo novedoso al estudio del profesor Riley-Smith es la distinta perspectiva desde la cual afrontar esa polémica. Él consideraba que el punto de partida de todo estudio sobre las Cruzadas tenía que abordarse desde lo que significó para la Iglesia, puesto que fue esta institución y no otra quien las autorizó y justificó. Después de esta primera aproximación era evidente que los estudios sobre las Cruzadas proliferaran de manera vertiginosa. Se hizo eco entonces, en la tercera edición, de la apreciación que otro reputado profesor, Hans Mayer, comunicó a la comunidad científica: la ausencia de consenso desde el que acometer estos estudios. Por este motivo, Giles Constable estableció las distintas corrientes de pensamiento que definían las Cruzadas: los generalistas (convencidos de que cualquier intento de definición es más restrictivo que útil, reducen las Cruzadas a todo enfrentamiento cristiano en nombre de Dios), los populistas (sostienen que la esencia de Cruzada se halla en la exaltación profética y nace del campesinado y del proletariado urbano), los tradicionalistas (consideran auténticas Cruzadas aquellas expediciones emprendidas para la recuperación de Jerusalén o su defensa) y los pluralistas (para los cuales toda la variedad de campañas militares, libradas en Jerusalén o no, son Cruzadas). Riley-Smith en condición de pluralista consideraba imposible, percatándose de la tendencia de los estudios que nacieron por entonces, penetrar en la mentalidad de los cruzados. Ya en la edición de 2002 reconoció que las ideas sobre las Cruzadas estaban desacreditadas y que ello se debía a los prejuicios nacidos en el siglo XIX. Más adelante, no sin indignación, notó la existencia de una serie de pensadores de corte liberal que sintieron una repugnancia moral hacia las Cruzadas teñida por la desaprobación religiosa de los protestantes y la estrechez e intolerancia de los católicos: “Estas actitudes, que nos llevan a ver las cruzadas y los cruzados como caricaturas, siguen con nosotros, deformando la historia académica y la popular. Siempre he creído que la objetividad y la empatía requieren un abandono de esas posturas, porque de lo contrario jamás entenderemos un movimiento que incidió en las vidas de todos los pueblos de ascendencia europea”, confesó Riley-Smith.

Para la cuarta y última reedición de este –ya célebre– texto el autor cambió ligeramente algunas opiniones. Ya han transcurrido treinta años desde la aparición del ensayo y no se siente tan convencido con esa idea que defendía el declive de las Cruzadas hacia 1800. Walter Scott, que defendió una mirada ilustrada pero sostuvo también la inferioridad de los cruzados, entre 1819 y 1831 escribió cuatro novelas sobre incursiones de éstos; también Joseph-François Michaud, para quien la idea de Cruzada fue instrumento glorioso del nacionalismo y el protoimperialismo, escribió entre 1812-1822 su Historia de las cruzadas, texto inequívoco de su convicción romántica. Dicho contraste debía parecer irreconciliable, pero hacia 1950 se llegó a un consenso. Los liberales de la economía habían despojado a las Cruzadas de su ética y las interpretaron como un fenómeno social y económico; en definitiva, heredaron del imperialismo el significado colonialista.

Sin embargo, entre toda esta confusión, lo que ha hecho que este texto se mantenga en pie durante más de tres décadas con plena vigencia es la adscripción de su autor a una historiografía no empática sin afán de perderse entre meandros de carácter sensacionalista. Profesor capaz de modificar su discurso, siempre estuvo abierto a escuchar a sus colegas y alumnos, lo que ha convertido al texto en una aventura por el conocimiento y no un reflejo egotista de su propia sabiduría. Volvemos a la pregunta inicial, ¿por qué hablar de Cruzadas? Quizás para dar testimonio expreso de la huella ejemplar de este magnífico profesor, quizás para dar cuenta de la más plausible forma de hacer historia. Acantilado ya ha hecho lo propio y nosotros, humildemente, le rendimos homenaje de esta manera quitándonos el sombrero ante tal expresión de sinceridad académica.

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¿Qué fueron las cruzadas?

Jonathan Riley-Smith

Ed. Acantilado, 2012

176 pp. , 16 €

 

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