El camaleónico William Shakespeare

 

William Shakespeare

Jardín circunmurado. Antología poética del teatro

 

Valencia, Pre-Textos, 2012, 196 pp., 18 euros.

 

Por Mario S. Arsenal

 

Reconocerle al celebérrimo Poeta de Stratford, todavía hoy, facetas desconocidas sería nada más que una vil maniobra editorial, un ardid de la más alta bajeza y, en consecuencia, uno de los actos más innobles que un ser humano sensible a la cultura puede tramar. Aunque es cierto que no sabemos tampoco si el propio Shakespeare aprobaría, en un alegre juego idiomático, tal malicia inconsciente.

 

Por el momento, la editorial Pre-Textos nos regala una recopilación fantástica de textos poéticos extraídos de la magna obra dramática del autor. El título, hermoso como pocos, no tiene desperdicio: Jardín circunmurado. Antología poética del teatro. Un jardín, en este sentido, siempre se supone jovial, alegre y verde, muy verde, donde aniden los colores de un clima agradable junto a una escena propia del lugar. Imaginémonos a Ricardo, duque de Gloucester, a Hamlet, a Troilo, a Próspero, a Cleopatra, a Macbeth o a Coriolano alzarse ante los muros del jardín y levantar su voz queriendo tocar el cielo y declamar solemnemente los versos que les han sido encomendados. Esa es la imagen que debemos guardar de este bello libro, aunque cada uno en sus propias circunstancias. Entendámonos, no es lo mismo ser el moro Otelo y estar arengando a las tropas en pos de la conquista de Chipre, que Marco Antonio presentando batalla dialéctica frente a Bruto y Julio César. Cada cual posee su espacio, cada uno su dicción y su peculiar auditorio.

 

Y una cosa importantísima aunque suela pasar un poco por alto en este tipo de publicaciones: se trata de una edición bilingüe. La segunda parte del libro recoge los textos originales (traducidos al inicio), lo cual posibilita, sobre todo al lector exigente, poder verificar la sonoridad de su lengua primigenia, en realidad, la más alta cualidad formal de la poesía. Luego, por otra parte, contamos con una suerte de prólogo a cargo de Francisco José Martínez Morán que está, más que solventemente, a la altura de la situación. Digamos que es algo así como un obsequio, quizás una llave que abre las puertas del jardín, quizás un árbol donde protegernos amablemente del sol, o bien quizás un preludio de excepción para degustar la obra poética de esta figura única del teatro mundial.

 

 

 

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