Los espejos del alma. Paisaje alemán en el Romanticismo

Por Mario S. Arsenal.

 

Los espejos del alma. Paisaje alemán en el Romanticismo

18 diciembre 2012 – 31 marzo 2013

Museo Nacional del Romanticismo

Calle de San Mateo, 13 – Entrada gratuita

 

Lo cierto es que no es habitual darse de bruces con exposiciones en las que uno pueda abrazar la totalidad del conjunto, antes bien, a menudo suele ser al contrario; o bien demasiado ambiciosas, lo que puede convertirlas en auténticos tedios visuales, o bien demasiado extensas, lo que puede llevar al espectador a una cierta postura de compromiso ante la muestra de turno. En este caso, como preludiamos, no se cumplen ninguna de las dos acepciones.

 

Con la ayuda del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y la Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes, el Museo del Romanticismo ha organizado una exposición en colaboración con el Kunstpalast de Düsseldorf en la que se nos ofrece un itinerario, dejémonos de posturas, precioso. Con el sugestivo título de Los espejos del alma. Paisaje alemán en el Romanticismo se despliega toda una sensacional galería de acuarelas, veinte exactamente, que articulan un recorrido temático-geográfico de una belleza sin parangón. Provienen todas de la sede alemana, que cuenta con un importante fondo de obra gráfica sobre artistas alemanes de este período.

 Carl Gustav Carus _El valle del Inn

Se han trazado dos ejes fundamentales a través de los cuales seguir el sentido histórico-artístico de la muestra y de la incidencia del paisaje en el arte occidental. La escuela de Múnich y la de Dresde. Aunque entre ambas haya ciertos préstamos, es algo evidente que se sus rasgos son radicalmente distintos. Mientras los primeros defienden y promueven el uso del color para la práctica de la acuarela, los segundos se muestran partidarios del monocromo. Y no es que en Baviera los pintores pudieran disfrutar de un paisaje más vivo y colorístico que en Sajonia, sino que es producto de una conformación intelectual, una actitud ante el arte y la vida, una elaboración del intelecto, un sistema emocional que cobra sentido como traductor supremo de la misma Naturaleza.

 

De este modo, tenemos un ejemplo ilustrativo con obras de Johann Georg von Dillis y Adrian Zingg, representantes de sendas escuelas, respectivamente. Si, del primero, la Vista sobre Adolfseck en el Rheingau nos muestra todas las características mencionadas, En la dehesa de Ostra, del segundo, actúa de significativo contrapunto sin perder un ápice de viveza, pero con otro carácter más sobrio, más monumental, y si se quiere, más solemne. A ellas le siguen piezas que harán las delicias de cualquier romántico atemporal, como la temprana Casas de labranza a los pies de un monte, del célebre Caspar David Friedrich, quien representó la culminación de la escuela de Dresde, o la magnífica acuarela del Valle del Inn, cerca de Breenbichl, de Carl Gustav Carus. Para no desvelarles toda la exposición, amén de que para disfrutarla con sinceridad hay que ir a diseminar las acuarelas casi con un monóculo por la infinidad de matices de la técnica, mencionaré dos o tres obras más de una belleza especial, como son las de Elise Concordia Crola, única mujer representada en la muestra, Carl Blechen, Caspar Johann Scheuren, von Menzel, y la más paradigmática a nuestro entender, la de Ernst Ferdinand Oehme, Montículo de tierra, absolutamente magnética.

 Elise Crola_ Vista sobre el ELba a través de una ventana

Digno de mención es la operación, también especial, que se ha llevado a cabo para decorar y configurar la sala en la que están expuestas estas acuarelas. Consistió en un mural colectivo realizado entre los días 11 y 13 de diciembre a modo de una acción artística liderada, organizada y coordinada por los artistas Sergio Martín Blas y Gabriel Carrascal Aguirre que llevó el nombre de Das Ist Norm. La idea se ha basado en el maridaje entre arte contemporáneo y arte decimonónico. Pretende recrear conceptualmente el tupido bosque germánico al que Tácito aludía, al que Friedrich dedicó su obra El Chasseur en el bosque (1813) o que Anselm Kiefer recreó en su escena pintada de Varus (1976). Las líneas verticales plateadas simbolizan lo que esta sala pretende ser, una extensión más de ese marco ideal alemán, un marco de inspiración que sirva de conductor para acercarse al arte de la Naturaleza. Nos gusta asimismo, ya es costumbre, prestarle mucha atención a los catálogos que se editan para estas ocasiones. Esta vez ha resultado como la exposición, cuidadísimo y toda una delicia para quien quiera más información, si bien hemos de ser sinceros y decir que la acuarela tiene la peculiaridad del matiz. Jamás en una reproducción artística, por definida que sea, hallaremos plena correspondencia respecto al original, pero si tratamos de acuarela la cuestión se amplifica considerablemente. La impronta de la memoria, aún abstracta, es más fidedigna que el papel.

 Ernst Ferdinand Oehme _Montículo de tierra

Sus comisarias, Asunción Cardona Suanzes (directora del Museo) y Gunda Luyken (conservadora jefe del Departamento de Dibujos y Grabados del Kunstpalast), nos explicaron que quizás lo más fascinante de este período sea su fuerte carácter indefinible. Yo les digo que si lo romántico posee alguna característica, es que nunca puede ser saciado, por lo que el verdadero amante del arte querrá venir una y otra vez a ver esta exposición ejemplar para convertirse por minutos en un pintor alemán inmerso en el ocaso del siglo XVIII y las primeras sombrías luces del XIX.

 

 

 

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