"Vida de zarigüeyas", de Dolly Freed

Por Layla Martínez.

CUBVida de Zarigüeyas_opcionamarilloA mediados de la década de los setenta, Dolly Freed y su padre decidieron vivir sin la necesidad de tener un trabajo estable y unos ingresos constantes. Durante unos años, la familia había vivido de un negocio de fabricación de velas artesanales, pero el divorcio del matrimonio hizo que pasase a manos de la madre de Dolly. Sin trabajo y sin vivienda, el padre se negó a intentar recuperar su antiguo empleo en una fábrica, por lo que decidió comprar una casa con los ahorros que le quedaban y vivir de lo que fuese capaz de producir. Para ello, Dolly y su padre establecieron una serie de necesidades básicas que era necesario adquirir con dinero y calcularon su coste en setecientos dólares anuales. Una vez conseguido ese dinero mediante trabajos eventuales como cuidar niños o hacer arreglos en las casas de los vecinos, se podía renunciar al empleo y dedicarse a cosechar, cazar y pescar lo necesario para subsistir. El resto de necesidades que pudiesen surgir, simplemente se pasaban por alto o se conseguían de cualquier otra forma: la ropa la cogían de entre la que la parroquia destinaba a las personas sin recursos, los seguros médicos y de la vivienda se consideraban necesidades superfluas y los impuestos se obviaban, excepto el impuesto sobre la propiedad porque su impago conllevaba la expropiación de la vivienda.

Según Freed, la elección de esta forma de vida –que bautizaron con el nombre de “vida de zarigüeyas” porque las zarigüeyas son animales capaces de adaptarse a cualquier entorno, por muy hostil que sea- no se debió a motivaciones políticas, sino más bien al deseo de no trabajar durante la mayor parte del año: No vivimos de este modo por razones ideológicas […] Vivimos como vivimos por una sencilla razón: es más fácil aprender a arreglárselas sin alguna de las cosas que se pueden comprar con dinero que ganar dinero para comprarlas. Sin embargo, esta afirmación no es tan cierta como puede parecer en un primer momento. Freed la utiliza para distanciarse de determinadas opciones vitales -como la del movimiento hippie, que en 1976 era todavía bastante numeroso en Estados Unidos, o la de cierto tipo de ecologistas que se encadenan a un árbol para evitar que lo talen pero utilizan el coche para ir a comprar el pan-, pero cuando analizamos detenidamente la forma de vida que llevaron durante ese tiempo, nos damos cuenta de que su decisión tiene fuertes implicaciones políticas, incluso aunque ellos no fuesen capaces de percibirlas en su totalidad. El rechazo al trabajo asalariado siempre ha estado entre las tesis más radicales y desestabilizadoras de un sector del movimiento anarquista, para el que el empleo en una fábrica o la autoexplotación como autónomo en un negocio propio suponía la inclusión en una maquinaria al servicio de la dominación, en la que los individuos eran explotados durante toda su vida con el único objetivo de producir beneficios para las clases que detentaban el poder. Por el contrario, el trabajo debía ser entendido como una actividad creativa que sirviese para que los individuos desarrollasen todas sus cualidades a la que vez que producían lo necesario para una subsistencia cómoda y placentera, tanto desde el punto de vista individual como social.

86303-537-550Aunque Freed no parte de estos planteamientos en sentido estricto, en el libro y en la forma de vida que llevó durante cinco años hay una fuerte crítica al trabajo asalariado, al que considera el engranaje clave de un sistema que atrapa a los individuos en una lógica de trabajar cada vez más para comprar cosas que realmente no necesitan, en una escalada de consumo que no tiene fin porque siempre hay un nuevo modelo de televisor que adquirir. Criticar esta lógica supone atentar contra uno de los pilares fundamentales del modelo económico actual, cuyo funcionamiento depende de que siempre se consuma y se produzca más que el año anterior. Si se detiene este proceso durante el tiempo suficiente, el sistema simplemente no puede subsistir, por lo que entra en una crisis que a largo plazo puede llevar a su caída o a su transformación radical. Por eso, opciones vitales como la que plantea Freed resultan tremendamente desestabilizadoras para el sistema –incluso aunque no fuesen conscientes de ello-, ya que su extensión haría imposible el funcionamiento de la maquinaria que lo sustenta, basada en el eje consumo/ producción. Si bien las teorías del decrecimiento se desarrollaron más tarde, la forma de vida que plantea la autora es en buena medida una aplicación práctica de sus tesis, que plantean la necesidad de reducir el consumo y orientarlo de forma colectiva para evitar la catástrofe social y ecológica a la que estamos abocados si permitimos que el modelo económico actual se prolongue durante más tiempo. Aunque con matizaciones, Freed y su padre vivieron de forma muy similar a como se plantea en estas tesis, que apuestan por reducir el consumo de productos superfluos y tener una vida más austera en lo material, pero más rica en tiempo para el ocio, que hoy se dedica fundamentalmente a dar vueltas por un centro comercial para gastarnos lo poco que nos queda después de pagar los cada vez más abusivos precios de necesidades básicas como la vivienda, la alimentación o el transporte.

Sin embargo, sería un error reducir Vida de zarigüeyas únicamente a sus aspectos ideológicos. Más allá de su lectura política, el libro tiene también una interesante lectura literaria, sobre todo si tenemos que cuenta que fue escrito cuando Freed tenía solo dieciocho años. A su estilo ágil y directo hay que sumarle una ironía mordaz que da lugar a alguno de los mejores momentos del libro, como cuando hace un listado de los animales que se pueden cazar para comer e incluye en él a los humanos: “Humano: solo en caso de emergencia. Los aficionados han dejado dicho que las subespecies europeas eran desagradablemente saladas, duras y correosas, mejor prueba con otras. Por lo general, presentan carencias de vitamina B.” Todo ello, además, con un cinismo escéptico que alcanza su punto culminante en el capítulo dedicado a la legislación, en el que básicamente se anima a los lectores a que se tomen la justicia por su mano, lo que incluye la posibilidad de cortar la línea telefónica, romper las ventanas o envenenar al perro de la persona con la que tenemos el enfrentamiento para convencerla de que es vulnerable.

Al cabo de un tiempo, Freed decidió marcharse de casa de su padre para probar otra forma de vida. Aunque a partir de entonces vivió de un modo mucho más convencional –llegó a ser ingeniera de la NASA a pesar de que su educación había consistido básicamente en sacar libros de la biblioteca pública-, lo cierto es que muchos aspectos de su experiencia siguen siendo válidos en la actualidad, especialmente en un momento como el actual: Uno de los elementos básicos de nuestro bienestar  consiste en ser capaces de escuchar las noticias sobre las finanzas sin figurarse que el mundo está al caer […] A fin de cuentas, la humanidad ha vivido en la Tierra –y, a menudo, ha vivido bien- durante miles de años antes de inventarse el dogma del “desarrollo” y el resto del actual catequismo económico. Al fin y al cabo, si algo es Vida de zarigüeyas es una invitación a llevar la vida que queramos llevar, a elegir las opciones que deseemos y ponerlas en práctica. Y, aunque solo sea por eso, su lectura se disfruta enormemente: ¿Por qué no lo haces sencillamente? Es factible. Es fácil. Puede hacerse. Debe hacerse. Hazlo.

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Vida de zarigüeyas

Dolly Freed

Alpha Decay, 2012

224 pp,  21 €

 

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