Un torrente de agua que arrastra la tragedia lorquiana

Por Mariano Velasco

«Silvia Marsó interpreta a una desgarrada y desnuda Yerma en el Teatro María Guerrero, dirigida por Miguel Narros»

YERMA-3Consumada la tragedia con el contundente lamento final (“¡Yo misma he matado a mi hijo!”) se apagan las luces de la sala, comienzan los aplausos y, al hacerse de nuevo la luz, una exhausta Silvia Marsó baja la mirada, contiene la respiración y, durante unos eternos segundos su gesto, serio y agotado, parece no reaccionar mientras los compañeros de reparto agradecen los aplausos y los bravos.

Lo acaba de dar todo. Y, al fin, sonríe.

El personaje de Yerma es exigente como pocos, y esta actriz, que todavía no está considerada por la profesión como una de las grandes de nuestra escena (el tiempo lo dirá), puede sentirse satisfecha de haber brillado con este trabajo a la altura de otras que sí lo están, como Nuria Espert, Aurora Bautista o la mismísima Margarita Xirgu, quienes también se atrevieron con la complejidad, el desgarro y la enajenación de la protagonista de esta creación de Federico García Lorca que Miguel Narros dirige sobre las tablas del Teatro María Guerrero de Madrid.

YERMA-5Un montaje éste que se puede catalogar de sencillo, sin excesivas complicaciones, que deja que sea el propio personaje, sin duda uno de los de mayor peso de toda nuestra literatura dramática, el que brille con luz propia. Bien rodeado, eso sí, de imágenes y símbolos puestos al servicio de la idea de la ansiada maternidad: la naturaleza en todo su esplendor (“parece que todo el campo puesto de pie me enseña sus crías tiernas”), el canto (“yo me he puesto boca arriba y he comenzado a cantar”), la leche (“y se les llene la cara y el pecho de gotas blancas”) o la sangre (“cada mujer tiene sangre para cuarto o cinco hijos”).

Y el agua, sobre todo el agua, agua que cae del cielo y agua que se seca, agua que corre por los manantiales y agua que se estanca, agua que riega los campos y agua que alguien roba; agua, en fin, que empapa toda la obra como omnipresente símbolo de fecundidad.

Personaje complejo como pocos, no cabe simplificar a la Yerma de Lorca definiéndola con esa palabra a la que ella misma lleva dándole vueltas desde que se casó, y que por fin alguien le dice en la cara: “marchita”. Yerma es mucho más que eso, se trata de un personaje en continua evolución, que avanza, o mejor, se precipita, desde la ternura y la esperanza, hasta la más absoluta desesperación, que está tan obsesionada con la maternidad como reprimida en su deseo sexual y que, inevitablemente, se sumerge en un laberinto del que no hay salida, salvo, tal vez, ese pequeño resquicio llamado Víctor que el peso de la honra se encarga de lapidar de inmediato.

YERMA-4Pero además de la sobresaliente caracterización del personaje femenino, el texto de Yerma encierra otras muchas y variadas joyas, entre las que destaca la excepcional riqueza de las imágenes propias del teatro lorquiano y que funden en un solo género, como sólo el granadino supo hacer, poesía y teatro, y que aportan belleza, sensibilidad y, por supuesto, poesía a una historia sombría y llena de frustraciones, obsesiones e inseguridades.

Así sucede cuando la amiga de Yerma, embarazada, describe la sensación de próxima maternidad: “¿No has tenido nunca un pajarillo vivo apretado en la mano?”; cuando la propia Yerma expresa su sensación de soledad: “Como si la luna se buscara a ella misma en el cielo”, o cuando la mujer reprimida deja entrever su deseo sexual refiriéndose a la voz de Víctor como “un chorro de agua que te llena toda la boca”.         

Entre los grandes aciertos del montaje de Miguel Narros, destaca el peso otorgado a los dos grandes momentos corales de la obra: la escena de las lavanderas, resuelta con tanta gracia como doble intención, y la mascarada final de la romería de las mujeres estériles, que de por sí ya constituye todo un espectáculo en sí misma, en el que se funden a la perfección paganismo y religiosidad, envueltas ambas en una marcada  carga de simbología erótica.

YERMA-6No obstante, también es posible encontrar, si se permite el atrevimiento, un único momento de debilidad en el texto de Lorca que lo aleja de la perfección: el forzado y poco creíble desenlace final. Sin embargo, Narros logra salir airoso del problema aportando un matiz a la escena que no está en el texto original: que el marido se tenga que enfrentar a la situación borracho como una cuba. No daremos más detalles para no desvelar nada a quien no conozca el contenido del texto, pero de otra manera resultaría casi imposible que suceda lo que al final sucede.

Independientemente de su más o menos acertado desenlace, la mayor tragedia de Yerma reside en que lo que precipita el final no es más que la evidencia de la más pura verdad, esa verdad que Yerma sólo asume cuando la escucha de la boca de la vieja y, sobre todo, de la de su propio esposo. Es entonces, y sólo entonces, cuando esta mujer se da cuenta de que ya no queda más remedio que cerrar definitivamente el grifo. Y que deje de correr el agua.

 

Yerma

Autor: Federico García Lorca

Dirección: Miguel Narros

Fechas: Del 11 de enero al 17 de febrero de 2013

Lugar: Teatro María Guerrero

Reparto: Silvia Marsó, Marcial Álvarez, Iván Hermes, María Álvarez, Eva Marciel

Música: Enrique Morente 

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