SUBDIRIGIR SUPERVIVIENTES

media-uploadPor JUAN LUIS MARÍN. «ES el sol en tu cara, el salitre en la piel y la arena en el pelo.

Salir a trabajar en pantalones cortos y camiseta. Con gorra. Y gafas de sol. Sintiendo el peso del walkie talkie en tu cintura, y el modo en que tu mano se posa inconscientemente en él, como si fuera la culata de un revólver en su cartuchera. Y tú… un vaquero.

Son vuelos en helicóptero y travesías en panga. La potencia de unas aspas que de un bofetón te lanzan al suelo… y el golpe de una ola que te eleva con violencia del asiento… para volver a caer en él y romperte el culo. Medio espinazo. Cada diez segundos. Y sin perder el aliento.

ES el Caribe a tus pies. Salpicándote el rostro. O cantándote al oído.

La pesada humedad. El asfixiante calor. Impredecibles tormentas. Mareas y mareos. El confuso viento.

Son las hipnóticas aguas cristalinas, salvajes, templadas y arrogantes. Encima, flotando, debajo… dentro.

ES tu cuerpo bañado en un sudor que se multiplica con cada esfuerzo para embriagarte con la satisfacción por el trabajo bien hecho: internarte en la selva a machetazo limpio, atravesar un manglar, hundirte en el fango, zambullirte en el agua, tragar humo, respirar polvo, masticar barro, quedarte helado… Y echar el resto.

Son tus músculos en tensión. Agarrotados. Picaduras de mosquitos. Quemaduras. Agujetas en el alma. Y dolor de huesos.

ES la ausencia de descanso. La lucha por permanecer despierto. Noches interminables. Y días enteros…

Son tus sentidos. Cada uno inspirado por un millar de musas. Que te acompañan. Y te descubren. Olores y ruidos. Colores y texturas… Sabores únicos y antiguos. Diferentes y viejos.

ERA la camaradería. La sensación de pertenecer a una nueva familia. Tu pelotón. Su ejército.

Las miradas de complicidad. Los gestos de agradecimiento. Hacer piña. Y compartir cada momento. Buenos o malos. Rápidos y lentos.

ERA ser aceptado. Y ganarse el respeto. Por sufrir lo tuyo… y padecer lo ajeno.

Ser uno más. Amigo. Camarada. Hermano. Compañero. Hablar el mismo idioma. El mismo dialecto.

ERA escuchar tu nombre y sentirte útil. Aquí y allá. En la playa y la oficina. La jungla y salas de edición. Reuniones y retos. En la toma de decisiones… Y la locura del directo.

Lástima que todo se corrompa.

Que nada sea perfecto.

Lo que ES lo sigue siendo.

Pero lo que ERA…

La madre que nos parió…

Dejó de serlo.»

(Fragmento de ISLA PERPETUA, una novela del menda lerenda)

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