2012 versión indie folk

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Por Juan Antonio Navarro.

El indie se autoaburrió cuando, tras millones de años dándose la vuelta a sí mismo en un intento de innovación, pudo oler su propio aliento a ajo, repetido, saturado. Hasta que las ramas secas, la nieve y los violines del folk vinieron a devolverle la frescura de antaño. Desde Neutral Milk Hotel hasta Father John Misty pasando por un 2011 memorable. Dejó el listón aproximadamente por la termosfera, donde tienen lugar las auroras. El Helplesness Blue de Fleet Foxes. El Diamond Mine de King Creasote & John Hopkins. El The Rip Tide de Beirut. Y como no, el recién asimilado por los hipsters mundiales como banda de culto, Bon Iver y su segundo álbum, homónimo, maravilloso. Solo un poco más abajo, junto a los meteoritos, 2012. Indie folk de mesosfera en cuatro álbumes.

En el artículo «Lo que nos deja 2012…«, publicado por los compañeros de Culturamas el pasado 25 de diciembre, ya aparecía el tercer álbum de Kristian Matsson, más conocido como el hombre más alto del planeta, en el número uno de los mejores álbumes del año. No es para menos. There’s no leaving now, de The Tallest Man on Earth, es la definición perfecta para el concepto académico de ‘indie folk’. Destila esa nostalgia que no es triste, no apena, sino que llena de ilusión, como una tarde en la que después de horas de lluvia por fin el cielo se toma un respiro. Subes la persiana, abres la ventana y pulsas el play de There’s no leaving now. Melodías que cabalgan con naturalidad entre fingerpickings, lírica ambigua y una voz multidimensional, repleta de matices, imposible de ignorar. Con canciones soberbias como «Revelations Blues» o «1904». Y algunas compuestas a buen seguro a la sombra de una chimenea, con los pies sucios sobre la mesa del salón, como la conmovedora «Little Brother». Un paso más de Matsson hacia la trascendencia.

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La de Grizzly Bear, la trascendencia digo, es milimétricamente calculada. Shields, la última invención de los osos neoyorquinos, prolonga esa búsqueda minuciosa de la perfección que rozaron en 2009 con Veckatimest. Tras un origen vigoroso y orquestal el álbum parece perderse en su propia necesidad de ser académicamente intachable. Solo algunos pasajes con melodías sabor pop como «A simple Answer» o «Gun-Shy» amenizan un trabajo por lo demás falto de alma, de espontaneidad, excesivamente medido. Pero eso ocurre las primeras diez escuchas del álbum. Como el Kid A o el Amnesiac de Radiohead, lo que en un principio resulta complicado y aburrido, llegado un momento, impredecible, súbito, cobra sentido y se convierte en un álbum sublime, un álbum para siempre, sin retorno. De los que ya nunca podrás dar la espalda.

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Precisamente de espaldas a ese perfeccionismo de conservatorio fue concebido el debut de Dry The River, Shallow Bed, en el que todo es puro sentimiento. Lógicamente es un álbum diez veces más accesible que Shields, de una dulzura que puede acabar saturando el oído. La voz de Peter Liddle, tan personal, tan delicada, combinada con la presencia constante de coros, violines o tubas alcanzan un nivel de transmisión de emociones difícil de equiparar. Puntos de partida melancólicos y ligeros que maduran hacia momentos más rítmicos, abriendo las ventanas del indie folk al rock. Entre usted. «History Book», «Demons» o «No Rest». Progresivos, sorprendentes. La crítica lo ha venido definiendo como un álbum de paisaje gris y lluvioso. No estoy de acuerdo. Eso es Diamond Mine. Shallow Bed es un viaje en furgoneta por Europa con los amigos, añorando amores muertos pero saludando por la ventana al sol del verano. Para disfrute de los más sensible, los londinenses publicaban hace poco la versión acústica del álbum.

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De los bosques del viejo continente a los campos pastorales de la América profunda, donde no hay leones pero se les oye rugir. Un rugido ingenuo, optimista, ajeno a las crueldades de la naturaleza. Un rugido que nace de las voces de las hermanas Söderberg, Johanna y Klara, y que une en sí mismo el sentimiento country, el latido folk y ciertas maneras pop. The Lion’s Roar es un álbum hermoso y duro como el espíritu animal. De guitarra acústica; de arreglos sutiles de piano y violín; de una alianza vocal encantadora que sube y baja sin error. La recurrente comparación con Fleet Foxes, especialmente a raíz de la versión que hicieran de «Tiger Mountain Peasant Song», ni atina ni yerra. Pueden llegar a evocar las mismas imágenes en momentos concretos, pero por lo demás, First Aid Kit carece de la grandilocuencia de Fleet Foxes. Su música es más simple, más íntima. Personalmente, me transmiten aceptación. Del momento, del lugar y del por qué. Y me acabo conformando y mucho, aunque no sean los chicos del Lake Washington High School.

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