El desembarco de los tipos duros de Boston

 

Por Manu Tomillo

 Dropkick-Murphys

Frío, humedad y unas cuantas cervezas apuradas antes de entrar. Había ganas de viajar o de pasar a la taberna, que en este caso es lo mismo. Los chicos han vuelto retumbó en la vieja Riviera que esta noche tampoco sonó al atronador infierno irlandés que debió sonar.

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Allí estaban ellos, esos macarras de Boston, esos proud to be irish, tatuados, duros, recién llegados de los puertos americanos. Abajo había de todo, skins, mods, rockers, punkis…todos con ganas de disfrutar de unas pintas de cerveza, ganar unas partidas de poker, abrir unas cuantas cabezas. La fiesta en el antro más oscuro del Rock había empezado, era una noche para la música de la clase trabajadora.

No había tiempo para pensar, sólo disfrutar de un pogo por allí, una balada por allá…para cuando el público quiso darse cuenta el banjo sonaba como un golpe sobre la mesa, el acordeón subía la apuesta y la fiesta podía continúar. Era fácil, Dropkick Murphys saben a lo que suenan, saben lo que su público les pide, manejan los ritmos del directo igual que ese tipo que ves cada noche sobre la barra llevando la cuenta de sus cervezas, una, dos, tres, siete, doce…

Puños en alto, gritos al cielo como si enfrente tuvieran a los soldados de la Union Jack, rabia, fiesta, ¿no son así muchas noches en un bar cualquiera? Al menos deberían serlo. Los himnos iban y venían, para cuando “Rose Tattoo” sonó el personal ya había perdido completamente la cabeza o les habían salido mechas pelirrojas en ella. La comunión era perfecta. Arriba los ídolos, abajo los fieles devotos.

Entonces todo se torció, como esa cerveza de más a la que le echas la culpa al día siguiente. Los Dropkick Murphys tocaron el famosísimo “I´m shipping up to Boston” con un enchufado Frank Turner, que una hora antes hacía las veces de telonero, y la euforia llenaba la sala, iba saltando de un lado para otro, por cada una de las dos mil cabezas que allí lo estaban disfrutando. Desde la gaita a la batería, de allí a la guitarra acústica, después a la boina de alguno de los músicos y vuelta a empezar. Y paró. El Rock se detuvo. Después del clásico parón el grupo se enfrió, es verdad que bordaron una versión del “TNT” de los AC/DC, que dejaron subirse a cerca de 50 espectadores al escenario y seguir con la fiesta como si nada, pero…sólo una hora y media después de empezar el concierto los Dropkick Murphys se marcharon del escenario. Demasiado poco para el precio de las entradas y para el ambiente que se había creado en La Riviera. La miel en los labios o la desilusión de esa cerveza ya caliente en el vaso. Hora y media de rock, punk y unos cuantos golpes es demasiado poco para los tipos duros de la ciudad.

Cuando la adrenalina de todos tenía ganas de unos cuantos bailes más, decían que cerraban el garito. La historia de siempre, nunca se puede convencer al camarero de que te ponga la penúltima cuando sabe que esa noche la pasarás lejos de casa.

 

Fotografía de Nicole Kibert / www.elawgrrl.com

 

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