Se publica El cordón umbilical, diario inédito de Jean Cocteau

Por Ana March

En el marco conmemorativo del 50 aniversario de la muerte de Jean Cocteau (5 de julio de 188911 de octubre de 1963) la editorial malagueña Confluencias, en coedición con el Instituto Municipal del Libro y la Casa Natal Picasso, publica El cordón umbilical, diario autobiográfico de imprescindible valor testimonial que permanecía hasta ahora inédito en español. Un volumen de cuidada edición, que incluye reproducciones de fotografías y pinturas, donde el poeta, dramaturgo, cineasta, ensayista, crítico y pintor francés, aborda, consciente de la cercanía de su muerte, una última mirada retrospectiva a su vida y su obra. Desde su madurez creativa, Cocteau cifra en El cordón umbilical una confesión fragmentaria de marcado carácter agónico, un recorrido reflexivo a través de personajes, obras, anécdotas y las principales referencias intelectuales que pueblan su caleidoscópico universo. La publicación recupera no solo ese testimonio indispensable para comprender la infatigable búsqueda estética que traspasa toda la obra de Cocteau, sus profundas inquietudes poéticas y las evidencias de una época de la que ha sido testigo, sino también rescata los lazos que el poeta mantiene con la Costa del Sol -lugar en el cual escribe íntegramente la obra-, y con España, que inspira muchos de sus últimos trabajos.

 

 

Cocteau y España

 

Es innegable que nuestro país, como asunto y trasunto en la historia del arte moderno y contemporáneo, ha gozado de relevante importancia. Entre esos artistas que, deslumbrados, encontraron en los ceremoniales devotos, los toros o el flamenco unos símbolos de lo irracional, salvaje y primigenio, ejemplos de un país surrealista y exótico, se halla Jean Cocteau. Una seducción germinada quizás por su amistad con Picasso allá por 1916, y que se deja entrever en su obra desde joven, en poemas como “Espagne”, o los que incluye en “Vocabulaire” sobre Don Juan Tenorio y el Greco, en los que parece concebir España como un espacio de pasión y de tragedia, encarnación de lo místico y sobrenatural. Pero este influjo traspasa definitivamente su obra y se consolida a sus sesenta y cuatro años, a partir de sus primeros viajes a nuestro país en 1953 y 1954, viajes que se prolongan hasta su muerte en 1963, los cuales inspiran, entre otras, las obras poéticas Clair-Obscur (1954) -conjunto de poemas en homenaje a artistas y monumentos españoles-, La Corrida du premier mai (1957) -una serie de apuntes sobre su primer viaje a España y una carta de adiós a Federico García Lorca- y, finalmente, Le cérémonial espagnol du Phénix (1961) y Le cordon ombilical, escrito por encargo de su amiga Denise Bourdet, para Ediciones Plons, que se publica en Francia, en 1962, en una corta edición de doscientos ejemplares ilustrados con cuatro litografías realizadas por su autor.

En sus viajes, Cocteau descubre una España pobre, de posguerra, en plena dictadura y con una moral excesivamente influenciada por la iglesia que, de tan estricta, le resulta enigmática e incomprensible. Define al español como un pirómano, todo fuego, metáfora que halla en el flamenco cuyos bailaores, como dice en El cordón umbilical, parecen escupir flamas por la boca y apagarlas con las manos sobre el cuerpo y con los pies sobre el tablado”. Cocteau vislumbra en las corridas de toros una alegoría del enfrentamiento del hombre con la muerte y en el flamenco una lección de génesis poética. Sin embargo, lo que le causa mayor impresión es el escaso intercambio que presenta España con otras culturas, lo que a sus ojos “impide que se contamine” y ayuda a que sus gentes “sigan siendo auténticas”. Así, sostiene en El cordón umbilical: “En España lo excepcional es algo común. El pueblo es un gran poeta que se ignora”. Dentro de España es la Costa del Sol y, concretamente, Marbella, sitio al que viaja en dos ocasiones durante 1961 y en el que pasa un total de cinco meses, el lugar que elige como refugio postrero y bálsamo y al que planifica mudarse de forma definitiva, lo cual no lleva a cabo por sobrevenirle dos años después la muerte. En Marbella, Cocteau se aloja en una propiedad de la princesa Anna Bismark, que ha alquilado para él su mecenas y amor tardío Francine Weisweller, quien le acompaña junto a Edouard Dermit, hijo adoptivo del poeta. En la Costa del Sol, Cocteau no descansa, combina la redacción de Le cordon ombilical, Le requiem y el Cérémonial Espagnol du phénix y trabaja en los paneles Le montagne blanche de Marbella y Le Detroit de Gibraltar, además de confeccionar mosaicos, cerámicas y dibujos para su amiga Ana de Pombo, a quien se los confía como propietaria y conservadora, aunque, en realidad, como aclara en una carta destinada a los futuros visitantes que las contemplen, estas obras “se las ofrezco a España, como testimonio de reconocimiento por la hospitalidad que siempre me ofrecen”.

Durante sus estancias mantiene estrecha relación con Edgar Neville, al que visita asiduamente en su finca Malibú, también con Miguel Mihura, Enrique Llovet y, sobre todo, Luis Escobar, y se deja fotografiar junto a toreros, cantaores y bailarines como, El Cordobés, Curro Romero, El Caracol y El Güito, habituales también en sus dibujos rápidos y pinturas. En la Costa del Sol, Jean Cocteau culmina su idilio con España y es allí donde encuentra un lugar a salvo desde el que transitar los numerosos cordones umbilicales que le mantienen unido a su pasado, echar la vista atrás, recomponer y recomponerse.

 

 

El cordón umbilical

 

Cocteau a lo largo de su vida recurre en varias ocasiones al género de las memorias, lo hace siempre con una mirada que busca esclarecer sin participar de la nostalgia. Así publica Portraits-Souvenirs (1935), donde hace un repaso al París de la Belle Epoque, en el cual triunfa como Poeta de Juventud, y la serie de ensayos titulados La difficulté d´être (1947). Pero quizás sea Le cordon ombilical, con su densa e intermitente luminiscencia, la obra que culmina y da cierre a los trabajos anteriores. Cocteau se sabe pronto a la muerte, le acucia un dolor sostenido largamente en el tiempo, por eso emprende la búsqueda de sus personajes y obras, esos “hijos” o “criaturas”, como él los llama, antes de que el cordón umbilical se corte. Lo hace con necesidad de explicarse, de exponer justificaciones que desmonten la incomprensión de la cual se siente víctima, y construirles, como él dice, una barca en medio del diluvio. Por ello nos ofrece una mirada postrera a esa noche oscura desde la cual proceden sus creaciones y de las que solo ha sido un simple intermediario. Cocteau afirma que uno no es responsable de sus sueños, que somos tan víctimas del mundo de los sueños como lo somos del nuestro y ve en el arte una de las formas más trágicas de la soledad. Las musas, dice, lejos de ser buenas hadas, son como mantis religiosas, criaturas que una vez oficiado el acto amoroso devoran al macho. Tampoco sus obras le dejan en paz: “Resultamos ser víctimas de una especie de gallina ciega, con los ojos vendados en medio de la ronda cruel y burlona de esos personajes que no pidieron nacer y que se vengan de nuestra imprudencia. De ahí que algunos nos enseñen la lengua y otros escapen de nuestras manos de ciego que buscan atraparlos. Cuando cae la venda el poeta descubre su soledad y su ridiculez”

A Cocteau le preocupa la persecución de sus detractores, esos que le tachan de impostura y frivolidad, y teme que cuando ya no esté, sus acusadores, “esa jauría de perros que me persigue desde 1914”, que le juzgan sin comprenderle, logren convertir su obra en un tabú, por ello señala “lo que nos revela las virtudes o vicios de un novelista no es un parecido superficial con los diferentes modelos mezclados, sino la ciencia con la que opera esa mezcla”. No es baladí, por tanto, que Cocteau dirija nuestra mirada a los andamios y no a la catedral, a esa plataforma con una delicada organización de desequilibrios mediante la cual, de forma infatigable e inconformista, concibió un templo de poesía y sueños.

Chaplin, Jean Marais, Panamá Al Brown, Edith Piaf, Nietzsche, Flaubert, Picasso, Diaghilev, Stravinsky, Jean Genet, son algunas de las personalidades que se pasean por las anécdotas que Cocteau evoca de forma anacrónica, posando sobre ellos fugazmente el fulgurante rayo de la memoria. Cocteau se explica a través de díscolas y lacónicas reflexiones, procura una última oportunidad para comprender y ser comprendido, aunque aclara que se resigna si ello solo añade una prueba más a su proceso. Afirma no ignorar que “Al público le gusta más reconocer que conocer. Y el método consistente en no ser reconocido por la forma del rostro sino por la mirada consigue que nos tomen por veleidosos”. Aunque le tortura el juicio abierto en su contra, vaticina que una vez muerto ya nadie podrá callarlo, que no podrán contra él; y acierta, pues, cincuenta años después de su muerte, sus criaturas continúan gozando de enorme contemporaneidad; todavía seguimos girando en torno al universo Cocteau, atraídos por ese templo fastuoso de mil puertas y accidentado equilibrio que es su obra, desde donde subsiste desafiando a los amantes de las líneas rectas. La fortaleza de su obra reside en el tesón inquebrantable con que buscó nuevas formas de decir, sin atenerse a conformismos ni condescendencias, actitud vital que el poeta resumió en una frase: “Lo que el público te reprocha, cultívalo, eres tú”. -Ana March

 

 

 

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