Detrás de las máscaras

Por Juan Gómez Bárcena

El amante, Harold Pinter. Casa de la Portera.Un hombre que llega cansado del trabajo. Una esposa que espera, que se aburre, que ofrece su mejilla a su marido sin alzar la vista de su periódico. Un escenario tradicional y atemporal, en el que se mezclan con descuido doméstico un tocadiscos, botellas de licor, un sofá. Un hogar que podría ser el nuestro, pero también el de nuestros padres; que puede pertenecer a la América de Paul Newman y Elizabeth Taylor o a la España de nuestros días. Entre esas paredes tan anodinas, una conversación banal: el tráfico, el trabajo, el calor que entra a pesar de las cortinas echadas, las noticias del periódico. Y de pronto, una sola frase que desvanece de golpe la sensación de familiaridad de la escena: el marido que pregunta “¿Vendrá hoy tu amante?” y la mujer que contesta despreocupadamente que sí, que hoy también vendrá, había olvidado decírselo, qué tonta, así que será mejor que les deje solos y regrese después, como siempre, pasadas las seis de la tarde. El marido que asiente sin ninguna señal de contrariedad y besa de nuevo la mejilla de su esposa –de nuevo ella no le mira a los ojos–, antes de dejarla en los brazos de su amante.

Con esta bofetada a las convenciones comienza El amante (1963), una de las obras más célebres del Premio Nobel Harold Pinter (1930-2008) y que hoy la directora Susana Gómez recupera para nosotros en la Casa de la Portera. Una profunda reflexión sobre las máscaras, sobre el deseo y el sexo; sobre los claroscuros de la vida burguesa y la propia condición teatral de las relaciones humanas. Un duelo sostenido durante una hora de función por un matrimonio, convincentemente interpretado por Sara Nieto y Gustavo Gonzalo, fundadores de la compañía Funfanfarria.

La primera dificultad del montaje era trasladar la obra de Pinter –que casualmente cumple este mes su cincuenta aniversario– a nuestro continente y nuestra época. Sin duda el reto es superado, en parte por la propia condición universal de las obras de Pinter, como nos cuenta la directora: “De alguna manera esta obra lo que hace es desenmascarar las máscaras con las que nos relacionamos socialmente, no sólo en la vida pública sino también en la privada, lo cual está cargado de actualidad”. Otro problema tenía que ver con encontrar una traducción que mantuviera las peculiaridades idiomáticas de ambos personajes: “Hemos hecho una pequeña adaptación, fundamentalmente para llevar el lenguaje del inglés al castellano, manteniendo cierta artificialidad en la manera de hablar de Ricardo. En el caso de Sara el lenguaje es mucho más directo, más llano, y también su energía es más directa”.

El amante, Harold Pinter. Casa de la Portera.Igualmente interesante es el espacio proporcionado por La Casa de la Portera. Una vez como espectadores traspasamos sus puertas, no aparecemos en un patio de butacas al uso, sino que somos directamente arrojados al interior de la casa de nuestros protagonistas, sentándonos en sillas que integran el propio mobiliario con el que los actores interactúan. Somos casi partícipes de la escena, a escasos centímetros del epicentro donde el matrimonio libra su particular batalla dialéctica. Esta cercanía nos imprime una cierta condición voyeur, de mirones que se internan en el salón de la casa para más tarde seguir a la pareja hasta el mismísimo dormitorio. Por no hablar de la elección del mobiliario y la decoración, que como señalaba nos hace sentir en el corazón de cualquier hogar tradicional español. Como señala Susana Gómez: “Lo que nos interesaba era irnos fuera del mundo moderno, del mundo IKEA; queríamos ir a ese espacio más tradicional, pero donde no estuviera marcado el tiempo; pienso en la casa de mi propia familia, donde conviven varias generaciones de muebles sin percatarnos de que esos elementos son de otro tiempo, y se mezclan muebles de todas las épocas”.

Pero sin duda el mayor reto de la obra recaía en el trabajo actoral, al enfrentarse a un dramaturgo tan sutil y complejo como es Harold Pinter. En El amante, los personajes representan sucesivas máscaras en un continuo intercambio de roles y ficciones con las que ocultan –y al mismo tiempo secretamente expresan– sus deseos más profundos. “Es lo más complicado de todo; tanto Sara como Gustavo han trabajado durísimo para ir desentrañando las máscaras, lo que los personajes son, lo que quieren, qué hay detrás de las palabras, qué palabras resultan claves para hacer un giro en un momento del personaje; es importante que se puedan hacer estas transiciones de una manera fluida y que se pueda entender por qué en ese momento el personaje hace ese cambio y va hacia otro lugar, hacia la siguiente máscara”.

No nos queda sino recomendar a los espectadores que acompañen a Susana Gómez y a la compañía Funfanfarria todos los lunes de marzo en la Casa de la Portera en esta nueva resurrección de la obra de Harold Pinter, por la que nadie se atrevería a decir que han pasado cincuenta años. No les decepcionará.

 El amante, Harold Pinter. Casa de la Portera.

El amante

Autor: Harold Pinter

Directora: Susana Gómez

Reparto: Susana Nieto y Gustavo Gonzalo

Lugar: Casa de la Portera. Calle Abades nº 24, bajo derecha

Fechas: Todos los Lunes de marzo

Horario:  20.00h y 22.00h.

Duración: 1hora

Precio: 12€

Teléfono de reservas: 649397571 (de 11.00h a 14.00h y de 17.00h a 20.00h)

One thought on “Detrás de las máscaras

  • el 21 marzo, 2013 a las 10:52 pm
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    Aunque respeto siempre el trabajo actoral y la dirección de una obra (para gustos, los colores), no puedo estar de acuerdo con el autor de esta reseña, es decir, no puedo recomendar este espectáculo. Lo que me apasionó el lunes 18 de marzo en La casa de la portera, fue el propio Harold Pinter, su lenguaje, sus giros, sus intercambios de planos en la realidad cotidiana de una pareja burguesa (de esas que cada vez quedan menos en esta España de charanga y pandereta)… La magia, quiero decir, está en la obra misma. La primera vez que he pisado este espacio teatral tan peculiar, he salido con una decepción atada a la coleta porque he tenido a un palmo a dos personajes que no me han transmitido nada. Ojo, que estoy hablando de sentimientos y estos no pueden ser más que subjetivos. Lo que no ha dejado de sorprenderme han sido las réplicas en los diálogos, la falacia que algunos necesitan crear para vivir, para poner sal en el mar de la monotonía donde el deseo solo es susceptible de encenderse si las situaciones no son las cotidianas. Bravo por la imaginación de Pinter, por ese final donde todos los planos se vuelven uno, e impasibilidad ante la dirección e interpretación.

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