ENTRE MARICONES, ABORTISTAS Y POBRES

Por CARMEN MORENO. Que el mundo occidental está patas arriba es algo que no tendría ni que decir. Que el modelo social que, hasta hace poco, era el perfecto para nosotros, hombres y mujeres del primer mundo, ha caducado es algo obvio. Que la corrupción, en este y otros países colindantes, salpica a unos y lo pagamos los de siempre es ley natural. Que, cuando todo esto ocurre, el poder se vuelve hacia los diferentes y carga contra ellos, culpándoles de los males del universo y hasta de la crucifixión de Cristo es historia.

Se debate ahora en Europa si los homosexuales deben tener derecho al matrimonio. Nadie, en su sano juicio, se plantea si estos seres, a los que se les permite vivir entre nosotros, deben cumplir con sus obligaciones como ciudadanos. Pensamos que estas personas, por tanto, tienen las mismas obligaciones, pero no los mismos derechos. Recuerdo el caso de algunos artistas homosexuales de los que no voy a dar nombres, no vaya a ser que sus familias (gente de orden y de moral intachable) se querellen contra nosotros, fueron perseguidos por ser “maricones” o “tortilleras”. Esta fue la excusa, la manipulación de una población que prefiere vivir embrutecida y salvar su propio culo, a dejar un resquicio a la esperanza de los otros.

Igualmente, cuando la economía está mal, cuando se señala a todo un gobierno y se le llama “corrupto”, cuando la Iglesia intenta tapar todos los crímenes que ha cometido y comete, los que mandan se revuelven contra las mujeres y les acusa de ser inferiores, de merecer castigos físicos si no obedecen la voz de su amo, que siempre es un hombre venido a menos o alguna mujer miserable que se alía con los imbéciles. El aborto es moneda de cambio y maniobra de distracción cuando unos señores son pillados con los pantalones por los tobillos y solo pueden balbucear el consabido: “esto no es lo que parece”.

Si el poder político demuestra su estulticia y su maldad, mira de reojo a los que no están de acuerdo y les gritan “rojos comeniños”. Y se quedan tan panchos, arrellanados en su sillón de cuero carísimo, fumándose un puro en los lugares que les fueron vetados a otros y esperando que la sangre, manteniendo sus pulcras manos lejos de la carne aún tibia, llegue hasta sus pies. Los pobres son molestos porque dan mala imagen a las ciudades.

Porque cuando ellos no saben cómo arreglar el desaguisado que montan, nos echan a pelear a nosotros que, como perros, saltamos sobre aquel que fue señalado como “el enemigo”.

Y, disculpen si me meto donde no me llaman, pero no es casual que liquiden la cultura, que pisoteen a los creadores y que cierren teatros o destruyan al libro. Cuando a ustedes les quitan la capacidad de pensamiento, arrebatan a otros su derecho a la dignidad. Quizá, lo que se va imponiendo es respetar al que tenemos frente a nuestras narices caucásicas y europeas; trasladar nuestra ira a quienes nos han robado, estafado, herido y meado en la boca.

Tal vez, solo tal vez, los homosexuales sean también ciudadanos de primera, las mujeres tengan derecho a decidir sobre su persona y los pobres deban comer tres veces al día.

Tal vez, culpar a quienes siempre son culpados no sea más que una manera de saltar por la valla de atrás y poner pies en polvorosa, para que no piensen que quienes les ningunean, siguen haciendo planes con el dinero de todos sin pensar jamás en qué necesitan los que ponen el esfuerzo.

Habría que pensarlo, pero quién sabe, igual el enemigo no es el ser humano que tenemos al lado, sino los corruptos que, desde las altas esferas, se ríen de nosotros y nos ponen en el centro de la diana.

Cuando todo esto pasa: les llaman a ustedes estúpidos.

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