DE MEMORIA Y JAPONESES (II): LOS JAPONESES

CajaPor OSCAR M. PRIETO. «Otro es el río que persigo -replicó tristemente-, el río secreto que purifica de la muerte a los hombres»

Antes de morir, el jinete reveló al último ser humano que habría de ver -un romano de la época de Diocleciano-, que a la orilla de ese río que corre por el Occidente, se eleva la Ciudad de los Inmortales.

Así nos lo relata Borges.

Y me preguntaréis,¿ qué tiene que ver esto con la memoria?

¿Y con los japoneses?????

No nos detendremos ahora en la memoria. Es evidente que la vida, la propia, es memoria de todo lo que fuimos. Si continuáis leyendo el relato de «El inmortal», comprobaréis que ellos, los que se empeñaron en perseverar en el error de seguir viviendo, lo han olvidado todo, el lenguaje también.

¿Qué vida es esa, alors? Pensaría Taro Aso. (Aunque, lo que seguramente pensaría sería: ¿Qué mierda de vida es esa?)

Puedo comprender las angustias de un ministro de finanzas, que tuviera que cuadrar los presupuestos de la seguridad social, en una ciudad así, en la que nunca muere nadie. Imposible cuadrarlos. Algo así -desazón- debió sentir Taro Aso, Ministro de Finanzas de Japón, un país cuya población, sin llegar a inmortal, es una de las más longevas del Planeta. Algo así -frustración- debió sentir, ante la imposibilidad de cuadrar el presupuesto, si los viejos no se decidían a morir. Por si servía de algo, les animó a ello, les alentó igual que hizo William Wallace con sus hombres antes de la batalla: Muéranse, por favor, viviendo le hacen un flaco favor a su país. ¡Es que no se dan cuenta de que con su empeño de vivir están desangrando las arcas del erario público!

Ahora nos llama la atención una declaración así, sobre todo por lo que lleva de franqueza y realidad. Estamos tan acostumbrados a la hipocresía y a la irrealidad…. Ahora nos escandaliza una declaración así -casi una súplica impúdica, sin pudor alguno-, sin embargo: los chukchis de Siberira, los bororos de Brasil, los guaiminies del Occidente del Panamá, los fueguinos y los onas de Tierra de Fuego, sin olvidar a los esquimales, siempre abandonaron o comieron a sus ancianos, y nadie levantó la mano para protestar.

Era ley de vida.

Sinceramente, pienso que vivimos demasiado, demasiado para lo mal que lo hacemos, y que nos quejamos de más. Nos engañamos pensando que en poco tiempo, al paso que vamos, acabaremos animándonos diciéndonos: «los ochenta de ahora, son los cuarenta de antes». Al paso que vamos (los cuarenta de ahora, son los treinta de antes). Pero, como dice el proverbio japones:

«Si vas a creer todo lo que lees, mejor no leas».

Salud

Oscar M. Prieto

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