André y Dorine: de la risa al llanto y viceversa

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Por Mariano Velasco

El teatro de máscaras tiene como una de sus principales características la facilidad para definir de un solo golpe de vista personajes tipo -cómicos o trágicos en el teatro clásico-;  pero posee, por el contrario, la dificultad de situar el marcador a cero en lo que respecta al nivel de expresión gestual de los actores.

Algo mágico debe de esconder, no obstante, esta forma de representación teatral cuando -al menos en el caso de este André y Dorine– lo que se consigue es precisamente el efecto contrario al esperado; es decir, una sorprendente facilidad para transmitir sensaciones, que van de la risa al llanto o de la ternura al dolor, como pocas veces se habrá visto sobre un escenario.

Puede que la explicación para tal hechizo resida en el sobreesfuerzo exigido tanto al cuerpo del actor como a la imaginación del espectador para poner de su parte aquello que la máscara nos oculta. O, sencillamente, y tal vez no haya que darle más vueltas, en que se trata de una muy buena historia contada con sensibilidad y equilibrio exquisitos.

Picture_29_2André y Dorine, una obra de Kulunka Teatro sobre la ausencia de recuerdos y la necesidad de estos para recuperar el amor (no es por no utilizar la temible palabra, alzhéimer, es porque uno cree que la historia va mucho más allá) ha pasado como un suspiro por Madrid con solo cuatro representaciones en las Naves del Español (que alguien me lo explique), tras una trayectoria nacional e internacional que ya quisiera para sí todo aquel que se dedica a este duro oficio de recorrer escenarios: Rusia, Chile, China, Inglaterra, Estados Unidos, Noruega, Finlandia, Turquía, México, Panamá… Más de 15 países, además de gran parte de España, en menos de dos años, y varios premios internacionales.

Además de la utilización de máscaras, otra característica de este espectáculo reside en la ausencia total de diálogo. Y qué es el teatro sin diálogo, dirán algunos. Pero es que hasta tal punto llega la expresividad de máscaras y actores que es como si éstas no dejaran de gritar durante toda la obra. Un tierno diálogo que trasciende el lenguaje hablado y que no tiene su fundamento tampoco en miradas, mucho menos en gestos, sino, sobre todo, en saber trasladar a la escena la vida misma a base de sentimientos, apoyándose siempre en dos pilares tan básicos como contradictorios: el humor y el dolor.

Es duro, muy duro, el tema que aborda esta obra, que nadie se llame a engaño. Que no vaya a verla, pues, quien no tenga ganas de llorar. Pero tampoco quien no vaya dispuesto a reír. Porque aquí el público hace ambas cosas por igual. Posiblemente, el gran acierto de André y Dorine, lo que le hace ser un espectáculo con mayúsculas, sea precisamente la conjunción, que no confusión, entre tragedia y comedia, entre risa y dolor, organizados ambos, eso sí, gracias a una separación espacio-temporal perfectamente delimitada.   

Picture_29_3Así, al fondo del escenario sucede el presente, duro y triste, que nos hace llorar; y en un primer plano, más cercano al público, el alegre y vital pasado nos provoca la risa. Una trabajada estructuración en flashbacks nos ayuda a organizar también a nosotros, el público, nuestros sentimientos. Por eso es por lo que contenemos la carcajada, y nos da pudor hasta mostrar una leve sonrisa, cuando Dorine se peina con la escobilla de váter pero en cambio nos desternillamos cuando los jóvenes amantes se encaman o la novia embarazada muestra su mal genio con el cura.

Hay sobrados momentos sublimes en esta obra, pero resulta casi obligado subrayar al menos dos. Uno, por su fuerza y por el momento en el que sucede, constituye el verdadero pistoletazo de salida que avisa de que lo que se va a contar no va en broma: el escalofriante momento en que Dorine no reconoce el rostro de André y que no desvelaremos cómo se reproduce en escena; y dos, el tierno y poético instante, del cual tampoco daremos detalles, en que Dorine confunde el viejo cuerpo de André con su querido violonchelo.    

Un último acierto subrayable de André y Dorine es su apuesta por contar una historia sencilla, convencional y fácilmente reconocible, y que encierra la paradoja de que es precisamente la aparición de la terrible enfermedad (sí, el alzhéimer) lo que desencadena el torrente de amor y ternura que derrumba esa cuarta pared imaginaria que separa escena y patio de butacas.

Y es que al final, esto del teatro, como la vida, es así de sencillo: una máscara para reír y la otra, para llorar.

 

André y Dorine

Compañía: Kulunka Teatro

Dirección: Iñaki Rikarte

Reparto: Jose Dault, Garbiñe Insausti, Edu Cárcamo

Diseño y realización de escenografía: Laura Eliseva Gómez
Diseño y realización de iluminación: Carlos Samaniego «Sama»
Diseño de vestuario: Ikerne Giménez
Máscaras: Garbiñe Insausti
Fotografía: Gonzalo Jerez y Manuel D.
Video: Aitor de Kintana
Música original: Yayo Cáceres
Ayudante de direccion: Rolando San Martín

Consultar próximas giras

 

 

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